La Esposa Olvidada Vuelve
img img La Esposa Olvidada Vuelve img Capítulo 1
2
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 1

El aire del salón de fiestas de lujo se sentía espeso, cargado con el perfume caro y el murmullo de las conversaciones de la élite mexicana, pero para Sofía Pérez, todo se había reducido al sonido agudo y terrible de su hija luchando por respirar.

Camila, de apenas cuatro años, tenía la cara hinchada y roja, sus pequeños labios estaban adquiriendo un tono azulado y sus ojos, normalmente brillantes y llenos de vida, ahora estaban nublados por el pánico y el dolor.

Se aferraba a su pequeño cuello, emitiendo un silbido aterrador con cada intento de jalar aire.

A su lado, un trozo de pastel de almendras, exquisitamente decorado, yacía a medio comer en un plato de porcelana fina. Un postre preparado por la famosa influencer Andrea Torres, la nueva pareja de su padre.

"¡Ayuda! ¡Mi hija no puede respirar!", gritó Sofía, su voz quebrada por el terror, empujando a la gente para abrirse paso.

El pánico se extendió como una mancha de aceite. La música se detuvo. Las miradas curiosas se convirtieron en susurros alarmados.

Fue entonces cuando Ricardo Vargas, el famoso chef y padre de Camila, apareció. Su rostro, normalmente bronceado y sonriente para las cámaras, estaba contraído por la furia. Ignoró por completo a su hija que se asfixiaba y se plantó frente a Sofía.

"¿Qué le hiciste?", espetó, su voz era un latigazo.

"¡Fue el pastel de Andrea! ¡Debe tener nueces, Ricardo, ella es alérgica!", suplicó Sofía, tratando de mantener la calma para ayudar a Camila.

En ese momento, Camila vomitó violentamente sobre el impecable piso de mármol. Una mezcla agria de pastel y jugos gástricos.

La reacción de Ricardo fue instantánea y brutal.

Agarró a Sofía por el cabello, sin importarle los gritos ahogados de la gente a su alrededor. La arrastró hasta el charco de vómito.

"¡Te dije que le prepararas tú su postre! ¡Te lo advertí!", rugió, su aliento apestando a vino caro.

"¡Lo hice! ¡Su postre está en su bolsa, no lo ha tocado! ¡Comió el de Andrea!", intentó explicar Sofía, las lágrimas mezclándose con el sudor frío en su rostro.

Pero Ricardo no escuchaba. Estaba ciego de rabia, protegiendo su imagen y la de su perfecta novia influencer.

Con una fuerza despiadada, le hundió la cara a Sofía en el vómito de su propia hija.

"Límpialo", ordenó, su voz baja y llena de veneno. "Límpialo. Ahora".

El ácido le quemó la nariz y los ojos. El sabor vil le llenó la boca. La humillación era tan abrumadora que sintió que su alma se partía en dos. La gente miraba, algunos con horror, otros con una morbosa fascinación. Nadie intervino.

Mientras tanto, la respiración de Camila se hacía cada vez más débil. Un médico presente en la fiesta finalmente reaccionó y corrió a atenderla, gritando que llamaran a una ambulancia.

Ricardo finalmente soltó a Sofía, pero solo para dirigirle una última andanada de crueldad.

"Si le pasa algo a mi hija, Sofía, te juro que te destruyo", dijo, señalando a la pequeña figura de Camila que ahora era atendida en el suelo. "Todo esto es tu culpa, por tu incompetencia, por tu maldita negligencia".

Sofía, temblando y cubierta de suciedad, solo pudo mirar cómo se llevaban a su hija en una camilla. Ricardo la siguió, pero no sin antes lanzarle una última orden a su asistente.

"Asegúrate de que se arrodille y limpie cada gota con la lengua si es necesario. No quiero que quede ni una mancha".

Sofía se quedó allí, en el centro de un círculo de miradas acusadoras. Se sentía como un animal acorralado. Por el bien de su hija, por la remota posibilidad de que Ricardo le permitiera verla en el hospital, obedeció.

Se arrodilló, con la dignidad hecha jirones, y limpió el desastre bajo la mirada burlona de los invitados. El flash de un celular la cegó por un instante. Sabía que su humillación ya era noticia.

Los siguientes quince días fueron un infierno borroso.

Camila estuvo en cuidados intensivos, luchando por su vida. Sofía pasaba cada minuto en un incómodo sillón junto a la cama del hospital, sin atreverse a dormir, escuchando el pitido constante de las máquinas que mantenían viva a su hija. Le susurraba historias, le cantaba canciones de cuna, le prometía que todo estaría bien, aunque ella misma no lo creía.

Ricardo nunca apareció.

Ni una llamada. Ni un mensaje.

Mientras Sofía velaba a su hija, las redes sociales de Ricardo y Andrea contaban una historia muy diferente. Fotos de ellos en un yate en Los Cabos, sonriendo, con copas de champán en la mano. Andrea publicaba historias sobre "superar momentos difíciles" y "el poder del amor verdadero", con Ricardo besándola en la frente. Los comentarios eran una avalancha de apoyo para ellos y de odio para Sofía.

"Zorra negligente". "Mala madre". "Seguro lo hizo a propósito para arruinarle la fiesta a Andrea".

La humillación pública fue total. La sociedad mexicana, tan rápida para juzgar, la había condenado sin juicio. Era la villana del cuento de hadas de Ricardo y Andrea.

En la decimosexta noche, cuando el médico finalmente le dijo que Camila estaba fuera de peligro y que la pasarían a una habitación normal al día siguiente, Sofía sintió que algo dentro de ella se rompía definitivamente. No era alivio, no era alegría. Era una calma fría y absoluta.

Miró a su hija dormida, las marcas de las vías intravenosas en sus bracitos, la palidez de su piel. Y tomó una decisión.

Se acabó.

Sacó su teléfono y buscó el número de Ricardo. No para gritarle, no para suplicar.

Cuando él contestó, con voz somnolienta e irritada desde su paraíso personal, la voz de Sofía fue tranquila y firme.

"Ricardo Vargas".

"Ya no quiero ser tu esposa".

            
            

COPYRIGHT(©) 2022