Fuimos a un restaurante de moda en Polanco, uno de esos lugares a los que solía llevar a Sofía. Quizás fue una mala idea.
Estábamos a mitad de la cena, discutiendo un nuevo proyecto, cuando la vi.
Sofía estaba sentada en una mesa al otro lado del salón, con Luis. Se reían a carcajadas, bebiendo champaña. Ella llevaba un vestido caro y él un reloj que yo sabía que no podía permitirse. Estaban gastando el dinero que sus padres probablemente le habían suplicado a alguien.
Sentí una punzada de ira, pero la reprimí. No iba a dejar que me afectaran.
"Ignóralos" , dijo Carlos, notando mi mirada.
Pero era demasiado tarde. Sofía me vio. Su sonrisa se ensanchó, una sonrisa maliciosa. Se levantó de su mesa y caminó hacia nosotros, contoneándose como si estuviera en una pasarela.
"Vaya, vaya. Miren a quién tenemos aquí" , dijo, deteniéndose junto a nuestra mesa. "Ricardo Morales en persona. Pensé que estarías en tu casa, llorando en un rincón oscuro" .
No respondí. Tomé un sorbo de mi vino, mirándola con aburrimiento.
"¿Qué pasa, el gato te comió la lengua?" , insistió. "O es que sigues resentido por esa pequeña broma. Tienes que aprender a superarlo, Ricky. La vida sigue" .
Carlos no pudo contenerse. "¿Por qué no te vas a sentar con tu mantenido, Sofía? O mejor dicho, el hombre al que mantienes. Déjanos cenar en paz" .
La sonrisa de Sofía vaciló por un segundo. Luis, al ver que la conversación se prolongaba, se acercó. Puso un brazo posesivo alrededor de la cintura de Sofía.
"¿Algún problema por aquí?" , preguntó con arrogancia. Miró a Carlos y luego a mí. "Ah, Morales. Qué coincidencia" .
Se inclinó, apoyando las manos en nuestra mesa. Su cara estaba a centímetros de la mía.
"Mira, hombre, para que veas que no hay rencores" , dijo en voz baja, como si me estuviera haciendo un gran favor. "Sofía se siente un poco mal por cómo te pusiste. Así que, para compensarte por el mal rato de la boda, ¿qué te parecen cien mil pesos? Para que te compres un trago y te olvides del asunto. ¿Trato?" .
Me quedé mirándolo. La audacia. La absoluta y descarada falta de vergüenza. Creía que podía ponerme un precio. Que mi dignidad, mi dolor, mi humillación, valían cien mil pesos.
Solté una carcajada. No una pequeña, sino una carcajada fuerte y sonora que hizo que varias mesas se giraran a mirarnos.
"¿Cien mil pesos?" , dije, secándome una lágrima de la risa. "¿Tú crees que mi dignidad vale cien mil pesos?" .
Me incliné hacia él, mi voz bajando a un susurro helado.
"Tú crees que el amor de Sofía se puede comprar y vender. Y sabes qué, tienes razón. Se puede. Ella te eligió a ti, a un bueno para nada que cree que todo se arregla con dinero sucio. Así que quédate con tu dinero. Y quédate con ella. Hacen una pareja perfecta" .
Me levanté de la mesa, dejando mi servilleta sobre el plato.
"¿Sabes cuál es la diferencia entre la amistad de verdad y la suya?" , le pregunté a Sofía, que me miraba atónita. "Mi amigo" , señalé a Carlos, "me dice la verdad aunque duela y me apoya sin pedir nada a cambio. Tu 'amigo' " , señalé a Luis, "te usa, te aísla de la gente que de verdad te quiere y te pone un precio como si fueras un objeto. Piensa en eso" .
"Vámonos, Charlie. Este lugar de repente huele a basura" .
Dejamos dinero en la mesa para cubrir la cuenta y nos fuimos, dejando a Sofía y a Luis parados en medio del restaurante, con todas las miradas puestas en ellos. Por primera vez en dos semanas, no sentí dolor. Sentí lástima. Y una extraña sensación de poder.