Justicia en El Infierno
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Capítulo 3

La imagen en el espejo cambió a los días previos a mi boda con el Príncipe Bárbaro.

Fue una boda forzada, un sacrificio político para asegurar una paz frágil.

El palacio se sentía frío, vacío, cada pasillo resonaba con la soledad.

Mi hermano Carlos evitaba mi mirada, sus saludos eran formales, distantes, como si yo ya fuera una extraña, una pieza de intercambio que pronto sería enviada lejos.

El hombre que una vez me prometió protección ahora solo veía en mí una herramienta para el reino.

Un día, la noticia llegó al palacio como un golpe sordo.

Diego Mendoza se casaba.

Se casaba con Aurora Vargas.

La boda sería una gran celebración, un evento lleno de alegría y esperanza para el futuro de San Miguel.

Mi boda, en cambio, era un funeral silencioso.

El contraste era una herida abierta.

Él celebraba su amor encontrado sobre los restos del nuestro, mientras yo era enviada a los brazos de un hombre que despreciaba.

La noche antes de mi partida, mi única amiga, mi leal doncella Ana, vino a mi habitación para ayudarme a empacar.

Sus manos temblaban mientras doblaba mis vestidos sencillos.

"Princesa," dijo, con la voz quebrada, "no tiene que hacer esto."

Saqué una pequeña bolsa de monedas de oro y se la entregué.

"Ana, esto es para ti," le dije, mi voz sonaba hueca, "vete del palacio, compra una pequeña casa en el campo, lejos de todo esto, cásate con un buen hombre y sé feliz."

Ella negó con la cabeza, las lágrimas corrían por sus mejillas.

"No la dejaré, mi señora."

"Tienes que hacerlo," insistí, mi voz se endureció un poco para ocultar mi propio dolor, "Donde yo voy, no hay lugar para la lealtad ni la amistad, este es mi último acto como tu princesa, te ordeno que vivas."

Ana finalmente aceptó la bolsa, sollozando.

La abracé por última vez.

"Ana," le susurré, mi voz apenas un murmullo, "cuando yo muera... ¿alguien pondrá una flor en mi tumba? ¿O mi nombre será maldecido y olvidado?"

Temía a la muerte, pero temía aún más al olvido, a morir sin que nadie recordara si alguna vez fui buena.

"Yo lo haré, princesa," prometió ella, "Cada año, en el día de los muertos, le llevaré cempasúchil, se lo juro."

Esa pequeña promesa fue el único consuelo que me llevé de mi hogar.

En el inframundo, las almas observaban esta despedida con una creciente sensación de malestar.

La imagen de la princesa solitaria, preocupada por quién la recordaría, no encajaba con la del monstruo que habían creado en sus mentes.

"Pero... si estaba tan resignada, ¿por qué cambió de opinión?" preguntó una de las almas.

"¿Por qué envenenó al Príncipe Bárbaro en su noche de bodas? ¿Por qué romper la paz que tanto le costó conseguir?"

La pregunta flotaba en el aire denso del inframundo.

Todos, incluido Carlos y Diego, se inclinaron hacia el espejo, ansiosos y temerosos de la respuesta.

Sus rostros mostraban una mezcla de confusión y una terrible premonición.

Habían juzgado mis acciones, pero nunca se habían preguntado por mis motivos.

El Espejo del Pasado comenzó a brillar con más intensidad, listo para mostrar la verdad de esa fatídica noche.

La noche de mi boda.

La noche que selló mi destino.

            
            

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