Quién Es Isabella?
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Capítulo 2

El rechazo del director y de los guardias me dejó temblando. Caminé sin rumbo, la credencial de Isabella quemándome en el bolsillo. Cada persona con la que me cruzaba parecía mirarme con sospecha. O quizás era solo mi imaginación.

Llamé a mi casa. Contestó mi tío Jorge.

"¿Ricardo? ¿Qué quieres?" Su voz era fría, distante.

"Tío, por favor, déjame hablar con papá. No entiendo qué está pasando" .

"Tu padre no quiere hablar contigo. Nadie quiere. Nos has avergonzado a todos" .

"¿Avergonzado? ¿Por qué? ¡Solo encontré una credencial!"

"No te hagas el inocente, Ricardo. Sabemos lo que intentas hacer. Destruir a esta familia. Después de todo lo que hemos hecho por ti... un huérfano" .

La palabra "huérfano" me golpeó con fuerza. Siempre me habían tratado como a un hijo, nunca me habían echado en cara mi adopción. Hasta ahora.

"¡Cuelga!" , escuché la voz de mi padre de fondo. Mi tío obedeció. El tono de fin de llamada fue como otro portazo en mi cara.

Me senté en la banca de un parque, sintiéndome más solo que nunca. Decidí que necesitaba una autoridad superior. Fui a la delegación, a la oficina de atención ciudadana. Esperé mi turno. Una mujer de aspecto cansado pero amable me atendió.

"¿En qué puedo servirle, joven?"

Le conté la historia por enésima vez. La mujer escuchaba con paciencia. Cuando le mostré la credencial, ella también cambió. No con ira, sino con una especie de tristeza y lástima.

"Hijo, mi mejor consejo es que te deshagas de esto" , dijo en voz baja, empujando la credencial de vuelta hacia mí. "Hay cosas que es mejor dejar enterradas. Por tu propio bien" .

"Pero, ¿qué cosas? ¿Quién es ella?"

La mujer suspiró y negó con la cabeza. "No puedo decirte más. Solo hazme caso. Vete a casa y olvida que alguna vez viste esto" .

Salí de la delegación más confundido que antes. La conspiración de silencio era total. Familia, escuela, gobierno. Todos actuaban como si el nombre de Isabella Mendoza fuera una plaga.

Desesperado, vi a un grupo de reporteros cubriendo un pequeño accidente de tráfico. Una idea loca cruzó mi mente. Los medios. Ellos aman las historias de injusticia. Si les contaba mi caso, tal vez ellos podrían investigar y sacar la verdad a la luz.

Me acerqué a una reportera joven que parecía la más accesible.

"Disculpa" , le dije. "Tengo una historia que podría interesarte. Es sobre una conspiración de silencio, una injusticia" .

La reportera me miró con interés. Su camarógrafo se acercó.

"A ver, cuéntame. ¿De qué se trata?"

Empecé a relatar mi mañana de pesadilla. La expulsión de mi casa, el rechazo en la escuela. La reportera escuchaba, asintiendo, sus ojos brillando con la promesa de una primicia.

"¿Y todo por esta credencial?" , preguntó, extendiendo la mano.

"Sí, por esta" .

Se la entregué, esperando que su indignación se encendiera.

La tomó. Miró la foto. Miró el nombre.

Y su rostro se contorsionó en una mueca de asco.

"¿Estás enfermo?" , me espetó, arrojando la credencial al suelo. "¿Vienes a nosotros con esta porquería? ¿A burlarte de la memoria de los muertos?"

"¡No! ¡No sé de qué hablas!"

"¡Vete de aquí, pedazo de basura!" , gritó el camarógrafo, dándome un empujón. "¡No queremos tener nada que ver contigo ni con esa... cosa!" .

Me alejé de ellos, humillado una vez más. Cada puerta que tocaba se cerraba con más violencia que la anterior.

Caminé hasta la casa de mi mejor amigo, Mateo. Él era la única persona que me quedaba. Le conté todo, desde el principio. Mateo me escuchaba con los ojos muy abiertos, sin poder creerlo.

"Güey, qué locura" , dijo, rascándose la cabeza. "Tu familia se volvió loca. ¿Y todo por esa credencial?"

Le mostré la identificación. Él la miró, leyó el nombre.

"Isabella Mendoza... No me suena. Pero si nadie te quiere ayudar y todos te odian por tenerla, la solución es fácil, ¿no?"

"¿Cuál?"

"Pues, si la bronca es que la tienes tú, haz que la tenga todo el mundo. Súbela a internet. Pon un post en Facebook, en Twitter: 'Se busca a la dueña de esta credencial' . Alguien tiene que conocerla. Alguien que no sea un loco de tu familia o de esa escuela" .

La idea me pareció brillante. Simple y directa. Usar el poder de las redes sociales para romper el muro de silencio.

"Tienes razón, Mateo. Es una gran idea" .

Usé la computadora de Mateo. Tomé una foto nítida de la credencial y la publiqué en todas mis redes sociales con el texto: "Amigos, encontré esta credencial hoy por la mañana en la colonia Del Valle. Ayúdenme a encontrar a su dueña, Isabella Mendoza. Por favor, compartan" .

Le di a "publicar".

En cuestión de minutos, el post empezó a compartirse. Decenas, luego cientos, luego miles de veces. La gente comentaba: "¡Qué buena onda, ojalá la encuentres!" , "¡Compartido!" , "¡Suerte en la búsqueda!" .

Mi teléfono empezó a vibrar sin parar con las notificaciones. El post se estaba haciendo viral. En menos de una hora, "Isabella Mendoza" era tendencia en Twitter en la Ciudad de México.

Me sentí reivindicado. Una sonrisa de suficiencia se dibujó en mi rostro.

"¿Ves, Mateo? La gente normal no es como mi familia. La gente normal ayuda" .

Estaba seguro de que en cualquier momento recibiría un mensaje de la propia Isabella o de alguno de sus amigos, agradeciéndome. Y entonces podría ir con mi familia, mostrarles que no había ninguna maldición, y exigirles una disculpa.

Recordé los años de amor y apoyo incondicional. Recordé cómo mi padre me llamaba "campeón" , cómo mi madre preparaba mi comida favorita, cómo toda la familia celebraba mis logros como si fueran propios. Ellos me amaban. Tenían que estar arrepintiéndose de su reacción exagerada. Tenían que estar a punto de llamarme para pedirme perdón.

Justo en ese momento, mi teléfono sonó. Era mi madre.

"¿Mamá?"

Su voz no era de arrepentimiento. Era un susurro lleno de pánico y furia contenida.

"Ricardo, tu abuelo está en el hospital. Le dio un infarto. Es tu culpa. Tienes que venir al Hospital Ángeles ahora mismo" .

            
            

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