Sofía: El Renacer de una Traicionada
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Capítulo 1

Sofía despertó con el olor penetrante del mezcal barato llenando sus pulmones, un olor que conocía demasiado bien, el olor de su propia muerte. El vestido de novia, blanco y bordado a mano por ella misma durante meses, ahora estaba empapado y pegado a su piel como una segunda piel fría y pesada.

Miró hacia arriba, la boca del pozo era un círculo negro contra un cielo sin estrellas. La música de la fiesta de bodas, su fiesta de bodas, llegaba hasta ella como un eco burlón.

Recordó todo.

Su vida anterior.

A los cinco años, sus padres, pobres y desesperados, la entregaron a la adinerada familia Hernández, los dueños de la taquería más famosa del pueblo. El trato era simple: ella sería criada para ser la futura esposa de su único hijo, Mateo.

Durante quince años, Sofía fue la hija, la nuera y la sirvienta perfecta. Trabajó sin descanso en la taquería, desde el amanecer hasta el anochecer, sus manos siempre olían a cilantro y a masa de maíz. Cuidó con una devoción infinita a la abuela de Mateo, una mujer postrada en cama por una enfermedad que la consumía lentamente. Le leía cuentos, le cambiaba las sábanas, le preparaba sus tés. Amaba a esa mujer como si fuera su propia abuela.

Pero Mateo nunca la amó. Para él, ella era solo un mueble más en la casa, una presencia constante y útil, pero sin valor.

Y entonces, en la noche de su boda, apareció Isabella. Hermosa, astuta, con una sonrisa que escondía veneno. Una "prometida por contrato" que Mateo había traído en el último momento.

En su vida anterior, Sofía, loca de dolor y traición, había interrumpido la celebración. Había gritado, había suplicado. El escándalo terminó cuando la abuela de Isabella, para defender el honor de su nieta, la empujó. Cayó al mismo pozo de mezcal y se ahogó.

Pero esa no fue la peor parte. Mateo, creyendo que ella había causado la muerte de Isabella en el forcejeo, la sacó del pozo solo para encerrarla en la bodega de la taquería. Diez años de oscuridad, soledad y maltrato. Diez años hasta que se cansó de ella y la vendió como ganado a Don Ramiro, el carnicero del pueblo, un hombre violento y alcohólico que ya había enterrado a tres esposas.

Con el carnicero, conoció el infierno en la tierra. Le dio tres hijas, tres pequeñas luces en su oscuridad. Pero ni siquiera eso le fue permitido. Un día, el carnicero, en una borrachera, las ahogó a las cuatro en un barril lleno de despojos de animales.

El recuerdo era tan vívido, tan insoportable, que Sofía gritó bajo el agua de mezcal.

Pero estaba viva.

Había renacido.

Estaba de nuevo en la noche de su boda, en el fondo del pozo.

"No", susurró para sí misma, con una determinación helada que nunca antes había sentido. "No esta vez."

Con un esfuerzo sobrehumano, encontró un saliente en la pared de piedra del pozo y comenzó a trepar. Salió, empapada y temblando, pero con un fuego nuevo ardiendo en sus ojos.

Ignoró los gritos de sorpresa de los pocos invitados que la vieron. Caminó directamente hacia la casa, hacia la habitación nupcial.

Allí estaban, Mateo e Isabella, a punto de consumar su traición.

En lugar de gritar, en lugar de llorar, Sofía hizo algo que los dejó a ambos sin palabras. Se acercó a la cama, tomó la colcha de seda que ella misma había bordado con sus iniciales y las de Mateo, y la dobló con una pulcritud metódica. Luego, extendió una nueva colcha, sencilla y limpia. Preparó la cama nupcial para ellos.

Mateo la miró, completamente desconcertado.

"¿Qué crees que estás haciendo?"

Su voz era un gruñido bajo.

"¿Intentas arruinar mi noche de bodas con tus jueguitos?"

Isabella, experta en el arte del engaño, se aferró al brazo de Mateo, sus ojos llenándose de lágrimas de cocodrilo.

"Sofía, por favor... sé que esto es difícil para ti, pero... por favor, cédeme a Mateo. Te lo ruego."

Sofía la miró, y por primera vez, no sintió dolor, solo un frío desprecio. Se giró hacia los dos, e hizo una leve inclinación de cabeza.

"Les deseo lo mejor. No se preocupen por mí, me iré ahora mismo."

El cambio en ella era tan radical que Mateo no podía procesarlo. La Sofía que él conocía habría estado de rodillas, suplicando. Esta mujer era una extraña, calmada, distante, casi... peligrosa.

"¿Crees que soy estúpido?", espetó Mateo, agarrándola bruscamente del brazo. "¡Estás tratando de manipularme! ¡Hacerte la víctima para que todos me odien!"

La arrastró fuera de la habitación, a través del patio, de vuelta hacia el pozo. Mientras la forzaba a caminar, él hizo algo que heló la sangre de Sofía. Con un movimiento rápido, sacó un cuchillo y cortó la cuerda de rescate que colgaba dentro del pozo, la misma que ella había usado para salir.

Una sospecha terrible cruzó la mente de Sofía. ¿Era posible? ¿Podía ser que él también...?

"Sé que estás fingiendo", gruñó Mateo, su rostro contorsionado por la ira. "¡Quieres fingir tu muerte para arruinar mi boda con Isabella! ¡Pero no te dejaré!"

Y con un empujón brutal, la arrojó de nuevo al pozo.

El impacto con el líquido espeso le sacó el aire. Desde arriba, la cara de Isabella apareció en el borde, sonriendo con malicia pura.

"Púdrete ahí abajo, perra."

Comenzó a arrojar cosas al pozo. Botellas de tequila vacías, restos de comida, platos rotos. Una de las botellas golpeó a Sofía en la cabeza, abriéndole una herida que comenzó a sangrar profusamente, tiñendo el mezcal a su alrededor.

Mientras se hundía, escuchando los vítores y la música de la fiesta que se reanudaba, el terror se apoderó de ella.

¿Estaba condenada a repetir su destino, una y otra vez, para siempre?

            
            

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