Las otras bailarinas en el pasillo empezaron a susurrar, algunas con miradas de duda hacia mí. La actuación de Isabella era, como siempre, impecable. Sabía cómo manipular a la gente, cómo usar su aparente fragilidad como un arma.
Pero yo ya no era su público.
"¿Recuerdos?" respondí con una risa seca, sin una pizca de humor. "¿Recuerdos de cómo planeabas presentar mi trabajo como tuyo? ¿De cómo pensabas apuñalarme por la espalda mientras me sonreías a la cara?"
Me acerqué a ella, mi calma contrastaba con su histeria calculada. "No te molestes en mentir, Isabella. Tu tiempo de engañar a todos se ha acabado."
"¡Estás siendo cruel!" gritó ella, aumentando el volumen de su llanto. "¡Solo porque eres la nieta de la directora, Doña Elvira, crees que puedes humillarme así! ¡Siempre has sido así, arrogante!"
Su acusación era inteligente, un intento de volver a los demás en mi contra, pintándome como la privilegiada abusona. Pero yo tenía una respuesta para eso también.
"Mi posición como nieta de la directora no me da el derecho de abusar de nadie," dije, mi voz resonando con autoridad en el pasillo silencioso. "Pero sí me da la responsabilidad de proteger el honor de esta academia, y el plagio, el robo de ideas, es la ofensa más grave que existe aquí. Es una traición a nuestro arte."
La firmeza de mis palabras hizo que algunas de las chicas que dudaban ahora la miraran a ella con sospecha.
"Ahora," continué, mi tono volviéndose más duro, "devuélveme la copia de mi diseño que sé que ya tienes en tu bolso."
Isabella retrocedió, apretando su bolso contra su pecho como si fuera un escudo. "¡Estás loca! ¡No tengo nada!"
Ya no tenía paciencia para sus juegos. Di un paso adelante y le agarré el brazo, mi mano se cerró con una fuerza que la sorprendió. "Dámelo. Ahora."
"¡Suéltame! ¡Me estás lastimando!" chilló, forcejeando.
Fue en ese preciso instante que una voz familiar, una voz que en mi vida pasada me prometió amor eterno y luego me entregó al infierno, cortó el aire.
"¡Sofía! ¿Qué diablos estás haciendo?"
Marco. Mi prometido. Estaba de pie al final del pasillo, con el ceño fruncido y una expresión de desaprobación total en su rostro. Al ver a Isabella llorando y a mí sujetándola del brazo, su conclusión fue inmediata y errónea.
Corrió hacia nosotras y me apartó de Isabella con un empujón, colocándose protectoramente frente a ella.
"¡Mírate! Actuando como una salvaje," me espetó, su voz llena de decepción. "Isabella solo vino a apoyarte y tú la atacas de esta manera. ¿No tienes vergüenza?"
Isabella se escondió detrás de él, sollozando con más fuerza, interpretando su papel a la perfección.
Verlo allí, defendiéndola, revivió el dolor de su traición final en mi otra vida. La ira, fría y afilada, recorrió mis venas.
"Tú no sabes nada, Marco," le dije, mi voz goteando desprecio.
"¡Veo lo suficiente!" replicó él. "Veo que estás acosando a tu prima por celos. ¡Siempre has odiado que ella también tenga talento!"
Me quedé mirándolo, a este hombre que una vez amé, y sentí una pena helada. Era tan ciego, tan fácil de manipular.
"Si no te detienes ahora mismo, Sofía," continuó, su voz bajando a un tono amenazante, "te juro que nuestra relación se verá seriamente afectada. Piensa en tu reputación, en nuestro compromiso. ¿Realmente quieres arruinarlo todo por un capricho?"
La amenaza colgó en el aire, pesada y fea. En mi vida anterior, esas palabras me habrían aterrorizado, me habrían hecho retroceder y disculparme.
Pero la mujer que se disculpaba estaba muerta.