La vida que elegí
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Capítulo 1

Ximena abrió los ojos en la cama que había compartido con su esposo por veinte años, el sol de la mañana entraba por la ventana, pero no sentía su calor, solo un frío profundo que venía desde adentro, un frío que era el recuerdo de una vida entera de dolor. Tenía la memoria intacta, la memoria de una vida que aún no había sucedido pero que la había llevado a la muerte, sola y despreciada en un hospital.

Hoy era el día, el aniversario de bodas número veinte, el día en que en esa otra vida, había descubierto la verdad y había decidido pedir el divorcio, solo para encontrar más humillación y un final trágico. Pero esta vez, no era una víctima confundida, era una mujer con una segunda oportunidad, un regalo que no pensaba desperdiciar. Se levantó sin hacer ruido, Rodrigo seguía durmiendo a su lado, su respiración profunda y tranquila era la de un hombre sin remordimientos, sin idea del cataclismo que estaba por desatar.

Se vistió en silencio, eligiendo ropa sencilla y funcional, no el vestido elegante que había planeado usar para la cena de aniversario que nunca sucedería. Bajó las escaleras y la casa estaba silenciosa, una calma que precedía a la tormenta. En la cocina, preparó café por costumbre, pero no para todos, solo para ella.

Se sentó en la mesa, mirando el jardín perfectamente cuidado, un jardín que ella había diseñado y mantenido, como todo en esa casa, como todo en esa familia. Sabía que en unas horas, sus hijos, Mateo de diecisiete y Sofía de quince, bajarían a exigir el desayuno, que Rodrigo se quejaría si el café no estaba exactamente como a él le gustaba. Pero hoy, Ximena no iba a complacer a nadie. Tomó un sorbo de café, el líquido amargo anclándola a su decisión. Sacó su teléfono y buscó el número de su abogada. Era hora.

La llamada fue corta y directa. "Quiero el divorcio," dijo Ximena, su voz firme, sin un atisbo de duda. La abogada, una vieja amiga, no pareció sorprendida. "¿Estás segura, Ximena? Rodrigo es un hombre poderoso, influyente." "Estoy segura," respondió ella, "más segura que nunca en mi vida."

Colgó y sintió una oleada de alivio, una ligereza que no había sentido en décadas. Era el primer paso, el más difícil, el acto de cortar la cuerda que la había mantenido atada a una ilusión. Sabía que el mundo la juzgaría, que la llamarían loca por dejar a Rodrigo Rivera, el exitoso dueño de la cadena de restaurantes "Sabor Imperial", un hombre que a los ojos de todos, le había dado todo. Pero ellos no veían lo que ella vivía, la soledad, el desprecio silencioso, la indiferencia que dolía más que cualquier golpe.

Más tarde, desde la ventana de su estudio en el segundo piso, los vio. La escena era idílica, casi perfecta. Rodrigo estaba en el jardín, riendo a carcajadas mientras Mateo le lanzaba una pelota de fútbol americano. Sofía estaba sentada en una manta, hojeando una revista de moda. Y junto a ellos, sirviéndoles una jarra de limonada rosa, estaba Camila.

Camila, la exnovia de la universidad de Rodrigo, su "mejor amiga", la mujer que siempre había estado ahí, en cada fiesta, en cada viaje, en cada momento importante. Ximena vio cómo Rodrigo le sonreía a Camila, una sonrisa genuina, cálida, una que él no le dedicaba a ella desde que eran novios. Vio cómo Sofía le mostraba algo a Camila en la revista y ambas reían como confidentes. Vio cómo Mateo le daba una palmada amistosa en el hombro a Camila. Eran una familia, una familia feliz y completa, y ella, Ximena, la esposa y madre, era la extraña que miraba desde afuera. El dolor en su pecho fue agudo, una punzada familiar, pero esta vez, no la quebró, al contrario, fortaleció su resolución.

Esa imagen era la confirmación de todo lo que había visto en su memoria de la otra vida. Recordó el final, su cuerpo debilitado por la enfermedad, una enfermedad que nadie notó porque estaban demasiado ocupados con sus propias vidas, con Camila. Recordó estar en esa cama de hospital, pidiendo ver a sus hijos por última vez, y ellos nunca llegaron.

Estaban de vacaciones en Europa con Rodrigo y Camila. Recordó a Rodrigo visitándola una sola vez, para decirle que Camila era una mejor madre para sus hijos de lo que ella jamás fue. Recordó morir sola, con el sonido del monitor cardíaco como única compañía. Ese recuerdo, esa visión de su propio y patético final, era el combustible que ahora la impulsaba. No volvería a ese camino. No permitiría que la borraran de su propia vida otra vez.

Regresó a su habitación y abrió su armario. Estaba lleno de vestidos de diseñador, zapatos caros, joyas, todos regalos de Rodrigo. Regalos que eran una forma de compensación, de mantener las apariencias. Sin dudarlo, comenzó a sacar todo. Tomó bolsas de basura grandes y empezó a meter los vestidos, los abrigos, los zapatos.

Cada prenda que guardaba en la bolsa era un peso que se quitaba de encima, un lazo que cortaba con el pasado. No se detuvo en los recuerdos, no permitió que la nostalgia la debilitara. Limpió el joyero, dejando solo las piezas que su madre le había heredado. Todo lo demás, los diamantes y las perlas que simbolizaban veinte años de una mentira, fue a parar a otra bolsa. Cuando terminó, la habitación se sentía más grande, más aireada, más suya.

Cuando Rodrigo subió a la habitación horas después, la encontró sentada en el suelo, rodeada de bolsas negras. Su rostro, usualmente impasible, se contrajo en una mueca de confusión y enfado. "¿Qué demonios estás haciendo, Ximena? ¿Te volviste loca?" Su voz era dura, acusadora, como siempre. Ximena lo miró, sus ojos tranquilos.

"Estoy limpiando," dijo simplemente. "¿Limpiando? ¡Parece que te estás mudando! ¿Y qué es todo esto?" Pateó una de las bolsas. "Son tus regalos, Rodrigo. Ya no los quiero," respondió ella. La incredulidad en el rostro de él fue casi cómica. "¿No los quieres? ¿Sabes cuánto cuesta todo eso?"

"Sé exactamente lo que me costó," dijo Ximena, y por primera vez, Rodrigo pareció escuchar algo más en su voz, algo que no entendía y que le incomodaba. "Quiero el divorcio, Rodrigo." La frase cayó en el silencio de la habitación como una piedra. Él la miró fijamente, y luego, una risa seca y sin humor escapó de sus labios. "¿Divorcio? No seas ridícula. ¿A dónde irías? No eres nada sin mí." Esas palabras, que en otra vida la habrían destrozado, ahora solo confirmaban que estaba haciendo lo correcto.

            
            

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