La vida que elegí
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Capítulo 3

Cuando Ximena regresó a la casa por la tarde para recoger algunas cosas personales, encontró la puerta principal abierta. Desde la entrada, pudo escuchar risas provenientes de la sala. Al entrar, se detuvo en seco. Camila estaba dirigiendo una operación de redecoración.

Las cortinas de seda color crema que Ximena había elegido con tanto cuidado estaban amontonadas en el suelo. En su lugar, Camila sostenía unas pesadas cortinas de terciopelo de un horrible color burdeos. Rodrigo la miraba con admiración, asintiendo a todo lo que decía. "

Este color le da más carácter, ¿no crees, mi amor?" decía Camila, su voz melosa. "Mucho más elegante que esas cosas viejas y sosas." Rodrigo estuvo de acuerdo de inmediato, sin siquiera mirar las cortinas que Ximena había amado.

El corazón de Ximena se encogió. No era por las cortinas, era por la facilidad con la que su vida, sus gustos, sus elecciones, estaban siendo borrados, reemplazados sin la menor consideración. Vio una caja de cartón en la esquina, llena de objetos que iba a tirar. Se acercó y miró dentro.

Encima de todo, estaba el álbum de fotos que ella había hecho a mano para el décimo aniversario de Rodrigo. Había pasado meses recopilando fotos, escribiendo anécdotas, decorando cada página. Era un tesoro de sus primeros años juntos. Ahora, estaba en una caja de basura, descartado como un trasto viejo. Lo sacó y lo abrió. En la primera página, una foto de ellos el día de su boda. Él la miraba con una devoción que ella ahora sabía que era falsa. Sintió una náusea amarga. Cerró el álbum y lo dejó caer de nuevo en la caja. No iba a llevarse mentiras con ella.

Sofía bajó corriendo las escaleras, emocionada. "¡Cami, mira los cojines que escogí online! ¡Hacen juego perfecto con las nuevas cortinas!" Le mostró su teléfono a Camila, ignorando por completo la presencia de Ximena. Camila la abrazó. "¡Qué buen gusto tienes, princesa! Eres mucho más moderna que tu mamá."

La alabanza hizo que Sofía sonriera de oreja a oreja. Rodrigo se acercó y le revolvió el pelo a su hija. "Por supuesto que tiene buen gusto, lo heredó de mí," dijo con orgullo. Los tres rieron juntos, un círculo cerrado de afecto del que Ximena estaba completamente excluida. Se sintió invisible, un fantasma en su propia casa.

Más tarde, en la cocina, Ximena escuchó a Camila darle instrucciones a la cocinera. "Desde ahora, nada de comida saludable. A Rodrigo le gusta la comida rica, grasosa. Y a los niños también. Prepara chilaquiles para la cena, con mucha crema y queso. Y de postre, un flan. A ver si así se les quita esa cara larga." La cocinera, que había trabajado para Ximena durante años y conocía las alergias de Sofía y la dieta de Mateo para el deporte, pareció dudar.

"Pero, señora, a la niña Sofía..." Camila la interrumpió bruscamente. "Yo soy la señora de la casa ahora. Haz lo que te digo." La cocinera bajó la cabeza y asintió. A Rodrigo, que presenció la escena, no le importó. Estaba encantado de que alguien finalmente se opusiera a las "reglas aburridas" de Ximena sobre la alimentación.

Mientras subía las escaleras para ir a la que ahora era su habitación, Ximena pasó junto a dos de las empleadas de limpieza, que cuchicheaban en el pasillo. "Pobre señora Ximena," dijo una. "Tantos años de dedicación para que la reemplacen así, de la noche a la mañana." La otra suspiró. "Así son los hombres ricos. La nueva es más joven y más... llamativa. Pero no tiene ni la mitad de la clase de la señora. Esta casa se va a venir abajo sin ella." Sus palabras, aunque llenas de compasión, solo subrayaron la humillación pública de su situación. Era el tema de conversación de su propio personal.

Esa noche, el caos predicho por la cocinera se hizo realidad. Alrededor de la medianoche, el teléfono de la casa sonó, despertando a Ximena. Escuchó a Rodrigo gritar. Bajó corriendo y lo encontró en el pasillo, pálido y frenético. "¡Es Sofía! ¡Está en el hospital!" Ximena sintió un escalofrío. "¿Qué pasó?" "¡

Una reacción alérgica severa! ¡Los mariscos de la cena que ordenó Camila! ¡El médico dijo que casi no la cuenta!" Rodrigo la miró, y en lugar de culpa o miedo, sus ojos estaban llenos de acusación. "¡Esto es tu culpa, Ximena! ¡Tú eres la que siempre estaba pendiente de estas cosas! ¡Si hubieras estado aquí, esto no habría pasado!" La culpaban por un desastre que ellos mismos habían creado. En ese momento, Ximena supo que no había vuelta atrás. No solo la habían reemplazado, sino que ahora la usaban como chivo expiatorio de su propia negligencia.

            
            

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