Bruno corrió tras Daniela, su voz un murmullo desesperado mientras la seguía hasta el elevador. Las puertas se cerraron, dejando a Elena sola en el cavernoso penthouse.
Una asistente de maquillaje se apresuró con un pañuelo.
-Señorita Macías, está sangrando.
Elena la apartó con un gesto. Caminó hacia la ventana y se tocó la mejilla, sus dedos se mancharon de rojo.
Sacó su teléfono. La pantalla seguía rota, pero funcionaba. Abrió su correo electrónico y reenvió su carta de renuncia directamente a la dirección personal de Bruno.
El asunto era simple: Renuncia.
El cuerpo era aún más simple: Renuncio.
Menos de un minuto después, apareció una notificación. Correo leído. Y luego, otra. Un mensaje automático de RH. Su renuncia ha sido procesada. Su último día es hoy.
Debió haberla aprobado desde su teléfono en el elevador. Así de fácil fue para él dejarla ir.
Se quitó el vestido de seda y se puso de nuevo su ropa sencilla. Dejó el vestido en un montón en el suelo.
Fue a la oficina a empacar lo último de sus cosas. Era sábado, pero el área de diseño estaba llena. Los susurros comenzaron en el momento en que entró.
"Esa es ella. La que Bruno dejó".
"Escuché que Daniela es la nueva VP. Se va a quedar con la oficina de Elena".
Recordó todas las veces que había cubierto a Bruno, trabajado hasta tarde para terminar sus propuestas, sacrificado sus propios proyectos por su "sueño compartido". No significaba nada.
Ignoró las sonrisas burlonas y fue a su escritorio. La placa con su nombre ya no estaba.
Mientras empacaba su última caja, revisó Instagram. Una nueva publicación de Daniela.
Era una foto de su mano entrelazada con la de Bruno. El pie de foto decía: "Dijo que empezó como un juego, pero su corazón siempre supo la verdad".
El Rolex era claramente visible en la muñeca de Bruno.
La publicación había recibido "me gusta" de la mitad de sus colegas.
Incluso la propia cuenta de Bruno le había dado "me gusta".
Elena sintió una extraña sensación de calma. Ya no había esperanza que pudiera ser aplastada. Solo existía la fría y dura verdad.
Llevó su caja a casa, al ahora vacío departamento. Se sentó en el suelo y comió una sopa Maruchan. Bruno siempre la llamaba "comida de pobres". La tiraba si alguna vez la encontraba en su despensa.
La llave giró en la cerradura tarde esa noche. Bruno entró, apestando a whisky caro. Estaba sonriendo.
Obviamente se había reconciliado con Daniela.
Tropezo con la maleta empacada junto a la puerta. Su pasaporte y la confirmación de su vuelo se cayeron.
Los recogió, su sonrisa convirtiéndose en una mueca de borracho.
-¿Madrid? ¿De verdad vas a huir por una peleíta?
Ella no respondió, solo siguió comiendo su sopa.
Se acercó y pateó el vaso de unicel de su mano. El caldo caliente salpicó sus jeans.
-Te lo dije, esto es un juego -dijo, su voz arrastrando las palabras-. Necesitaba calmarla. Dame un mes. Solo un mes más, y encontraré una nueva forma de arruinarla. Te lo prometo.
Elena lo miró, su rostro impasible.
-Bruno -dijo, su voz firme y clara-. Terminamos.