Sus abortos, su oscuro secreto
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Capítulo 5

-¿Irte? -La voz de Alejandro era aguda por la alarma-. ¿De qué estás hablando?

Miró mi figura inmóvil en la cama, asegurándose de que estuviera dormida. Mantuve mi respiración regular, mis ojos cerrados.

-¿A dónde irías? -exigió, su voz un susurro frenético-. Es tarde. ¿Y qué hay del bebé? ¿Nuestro bebé?

Le recordó cuánto se preocupaban mis padres por ella, cuánto amaban a su nieto.

Los ojos de Adriana brillaron con lágrimas no derramadas, pero sacudió la cabeza.

-Mi presencia aquí hace infeliz a Catalina. No puedo seguir siendo una carga para todos ustedes.

Inclinó la cabeza, una imagen de trágico autosacrificio.

Vi la mano de Alejandro cerrarse en un puño. Su rostro era un lienzo de piedad y afecto.

-Me aseguraré de que Catalina se quede aquí en el hospital para recuperarse -le prometió, su voz firme-. No volverá a casa por un tiempo. Puedes quedarte. Necesitas descansar y recuperar fuerzas.

-No, no puedo... -comenzó ella.

-Sí, puedes -insistió él-. Ese bebé también es mi hijo. No permitiré que él y su madre estén en la calle.

Ella lo miró, sus ojos llenos de esperanza.

-¿Me... me tienes en tu corazón, Alejandro?

Dudó por una fracción de segundo, luego asintió.

-Sí. Por supuesto que sí. Crecimos juntos, Adri.

-Entonces deberías irte -la instó-. Alguien podría verte.

Pero ella no se fue. En cambio, se arrojó a sus brazos y presionó sus labios contra los de él.

-Solo con oírte decir eso... podría morir feliz -respiró contra su boca-. Te amo tanto, Alejandro. No quiero ponerte las cosas difíciles. Mientras sepa que te importo, haré cualquier cosa.

Escuché su respiración entrecortada, su voz volviéndose ronca.

-Niña tonta.

Le prometió que él y el bebé estarían bien. Le daría a su hijo lo mejor de todo.

Su mano se deslizó hasta descansar en la parte baja de su espalda.

Ella soltó un suave jadeo.

-¿Y qué hay de su bebé? ¿Afectará el futuro de nuestro hijo?

Sentí sus labios rozar su cuello antes de que hablara, sus palabras una sentencia de muerte.

-No te preocupes. Su bebé no nacerá.

-Pero el doctor dijo que el feto está estable -susurró Adriana.

-Eso fue para su beneficio -explicó Alejandro, su voz fría y clínica-. Tuvimos que salvarlo esta vez para que no te culpara. Pero cuando sea el momento adecuado... no podrá tener más hijos. Entonces todos aceptarán a nuestro hijo como propio.

Adriana gimió suavemente, rodeando su cuello con más fuerza.

-Eres un pequeño diablo -rió Alejandro, su voz espesa por el deseo.

En la cama junto a ellos, yo yacía perfectamente quieta, una audiencia silenciosa de su pasión depravada. Pensaban que estaba dormida. La idea parecía excitarlos más.

Sus suaves gemidos se hicieron más fuertes.

-Shh -murmuró Alejandro-. Aquí no. Alguien oirá. -Le cubrió la boca con la mano-. Vamos a la habitación de al lado.

La tomó en sus brazos y la sacó de mi habitación, llevándola al armario de almacenamiento vacío al otro lado del pasillo.

Los sonidos que siguieron fueron ahogados pero inconfundibles. Gruñidos, gemidos, los sonidos de dos personas perdidas en un mundo que no tenía lugar para mí.

Yací en la oscuridad, con los ojos bien abiertos, mirando al techo. Lágrimas calientes trazaron un camino desde mis ojos hasta mis sienes, empapando la almohada.

No era solo una traición. Era una aniquilación completa de todo lo que creía que era real.

Mi corazón, que había sido roto y remendado tantas veces, finalmente se volvió frío e inmóvil. Estaba muerto.

Un niño no deseado no debería nacer en este mundo de mentiras.

Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano, una sombría determinación se instaló en mi alma. Apreté el botón de llamada de la enfermera.

Entró, su expresión somnolienta y molesta.

-Quiero la cirugía -dije, mi voz plana-. La que programé. La quiero ahora.

Los ojos de la enfermera se abrieron de par en par.

-Señora, ¿está segura? El doctor dijo que el feto está perfectamente sano. Y después de sus pérdidas anteriores... esta podría ser su última oportunidad.

-Mi familia es De la Torre -dije, mi voz como el acero-. El dinero no es un problema. Encuentre un médico que esté dispuesto a realizar el procedimiento. Ahora. -La ironía era amarga en mi lengua: usar el nombre que me había aprisionado para finalmente liberarme.

La mirada en mi rostro, y el poder detrás de mi nombre, debieron convencerla. Asintió lentamente y se fue a buscar al doctor.

Me sacaron de mi habitación en una silla de ruedas. El proceso fue un borrón frío y clínico. Sentí un extraño vacío mientras trabajaban, un vaciamiento tanto de mi cuerpo como de mi alma.

Cuando terminó, vi a un médico arrojar los restos ensangrentados a un contenedor de residuos biológicos.

Mi bebé.

Pensé en su padre, en sus abuelos. Las personas que deberían haberlo amado, pero que lo habían condenado antes de que tuviera la oportunidad de vivir.

Cerré los ojos. Se acabó.

Alejandro Villarreal, pensé, mientras lo último de mi conciencia se desvanecía. Hemos terminado. Para siempre.

                         

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