Su Cruel Obsesión, Su Agonía
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Capítulo 3

El cirujano plástico, un hombre de ojos amables y manos suaves, trazó las líneas del rostro de Sofía con un bolígrafo.

-Una reconstrucción completa es un procedimiento mayor, señorita Garza. Conlleva riesgos. La recuperación será larga.

Programó la cirugía para un mes después, dándole tiempo para reconsiderar.

Sofía no dudó. Firmó los formularios de consentimiento, su mano firme. El nombre 'Sofía Garza' en el papel ya se sentía como si perteneciera a otra persona.

Pensó en el hombre que una vez había arriesgado su imperio por ella, que había jurado que preferiría morir antes que perderla. Ese hombre se había ido, reemplazado por un monstruo. Todo este sórdido asunto tenía que terminar.

Envió a Ernesto de regreso a su internado especializado, un lugar seguro lejos del alcance de Damián. Luego condujo de regreso a la mansión, sola.

Entró y los encontró en la sala de estar. Damián estaba en el sofá, Isabella sentada a horcajadas sobre él, sus bocas unidas. La ropa estaba esparcida por el suelo.

Isabella la vio primero, apartándose con un jadeo.

-¡Sofía!

Damián ni siquiera se dio la vuelta. Volvió a atraer a Isabella hacia él, su mano deslizándose bajo su camisa. Estaba marcando su territorio, humillando deliberadamente a Sofía.

Isabella soltó una risita, luego miró a Sofía con una sonrisa triunfante.

-Ah, por cierto -dijo, su voz goteando falsa dulzura-. Estoy embarazada.

Las palabras estaban destinadas a ser un golpe mortal. Pero Sofía no sintió nada. Una calma serena y escalofriante se había apoderado de ella. Ya era un fantasma en esta casa.

Se dio la vuelta sin decir palabra y fue a su estudio, su santuario. Este era el único lugar al que Isabella tenía prohibido entrar. Damián lo había construido para ella, un testimonio de su amor. Ahora, era solo una jaula.

Comenzó a destruir metódicamente todo. Arrancó sus fotos de las paredes, haciéndolas pedazos. Destrozó la guitarra hecha a medida que Damián le había regalado en su primer aniversario. Reunió cada regalo, cada carta, cada recuerdo de su vida juntos.

Lo llevó todo a la chimenea y encendió un cerillo. Las llamas saltaron, consumiendo el pasado, convirtiendo dos años de amor en humo y cenizas.

Cuando todo se hubo ido, regresó a la sala de estar.

Isabella la estaba esperando. En el momento en que Sofía entró, Isabella soltó un grito agudo y se abalanzó sobre ella.

-¡Monstruo! -chilló Isabella, sus uñas arañando el rostro de Sofía-. ¡Intentaste matar a mi bebé!

Sofía se quedó helada, demasiado aturdida para reaccionar.

-¿De qué estás hablando? -preguntó, apartando a Isabella.

Damián entró corriendo, su rostro una máscara atronadora de furia. Inmediatamente fue hacia Isabella, acunándola en sus brazos.

-¡Puso algo en mi té! -sollozó Isabella, señalando a Sofía con un dedo tembloroso-. ¡Intentó hacerme abortar!

-Yo me encargo de esto -gruñó Damián, sus ojos fijos en Sofía-. La haré pagar.

Señaló una mesa cercana. Una taza de té yacía de lado, un líquido oscuro manchando el mármol blanco. Un pequeño sobre vacío yacía a su lado. Era un poderoso abortivo, Sofía lo reconoció de una revista médica que había leído.

Una extraña sensación de lástima la invadió. Lástima por el niño no nacido, y por la mujer tan desesperada por una vida que no era suya.

-Yo no lo hice, Damián -dijo, su voz plana-. Estuve en el estudio todo el tiempo. Puedes revisar las cámaras de seguridad.

Isabella soltó otro sollozo desgarrador.

-¡Está mintiendo! ¡Siempre ha estado celosa de mí, del bebé!

Damián abrazó a Isabella con más fuerza, susurrándole palabras tranquilizadoras al oído. Miró a Sofía con un odio puro e inalterado.

Dos de sus guardias aparecieron, agarrando a Sofía por los brazos. La arrastraron fuera de la habitación, hasta el sótano frío y oscuro que se había convertido en su prisión.

La encadenaron a la pared, el metal frío mordiendo sus muñecas.

Cerró los ojos, la oscuridad un alivio bienvenido. Estaba cansada de luchar, cansada del dolor. El amor que había sentido por Damián era un recuerdo lejano, un eco débil en un corazón hueco. Todo lo que quedaba era la fría y dura certeza de su escape.

            
            

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