Mientras los guardaespaldas me arrastraban hacia la salida, sentí una mano suave en el brazo. Era la enfermera de mediana edad que llevaba los restos de mi bebé. Sus ojos estaban llenos de una lástima que era casi tan dolorosa como la crueldad de Damián.
"Lo siento mucho", susurró.
En la neblina de mi dolor, recordé a mi esposo, años atrás, llevándome de urgencia a la sala de emergencias por una simple fiebre. Hostigó a todo el personal médico hasta que me atendieron. En ese entonces, su preocupación por mi salud era palpable.
El hombre que una vez había sido mi incansable protector, ahora era mi frío y brutal verdugo.
Me pregunté, en un momento de claridad desapegada, si habría sido menos doloroso si nunca me hubiera demostrado su amor. Tener un recuerdo de su calidez hizo que el frío fuera mucho más insoportable.
Entonces, me tragué otra pastilla de mi reserva secreta. La última.
Poco después, todo a mi alrededor se volvió negro. Luego, alcancé a oír el sonido agudo e insistente de una máquina.
"¡Entró en paro! ¡Traigan los desfibriladores!".
"¡Su frecuencia cardíaca está cayendo! ¡La estamos perdiendo!".
En medio de la bruma mental, pude oír gritos de pánico y percibir el olor a desinfectante.
Luego, un largo y último zumbido. "Hora de muerte; once cuarenta y dos de la noche".
La familia de dolientes aún se encontraba en el pasillo cuando... volví. Me culparon por la muerte de su patriarca, cuyo corazón se detuvo por el shock.
Me gritaron maldiciones, mientras aterrorizada veía sus rostros distorsionados de dolor. Una mujer me escupió. Luego, un hombre me agarró del pelo y azotó mi cabeza contra el frío suelo de baldosas, antes de obligarme a que me arrodillara.
Mientras me encontraba rodeada por un mar de dedos acusadores y de ojos condenatorios, intenté decirles la verdad, pero mi voz era un susurro roto, perdido en la cacofonía de su rabia. Busqué a Damián; mi esposo y supuesto protector. Lo vi en la puerta, observando. No hizo ningún movimiento para tratar de ayudarme. Su rostro era como un lienzo en blanco.
En ese momento, las últimas brasas de mi amor por él finalmente se extinguieron, dejando atrás nada más que cenizas frías y muertas. Poco después, arrastré mi cuerpo maltrecho a la mansión, la cual estaba oscura y silenciosa.
Encontré a Damián en la sala de estar, revisando su celular casualmente. Cuando entré, levantó la vista, y un dejo de sorpresa cruzó sus ojos. Corrió a mi lado, y paso las manos sobre mi rostro amoratado, pero sin tocarlo. "¡Dios mío! ¿Qué te pasó?", preguntó con falsa preocupación. "Esos doctores son de lo peor... Haré que les revoquen sus licencias".
A pesar de que había visto lo que sucedió, se atrevió a culpar a los médicos.
"Déjame ver tus heridas", dijo, tratando de tocarme la cara.
Retrocedí como si Damián fuera una llama ardiente. "No me toques".
Ante eso, su mano se quedó suspendida en el aire. Parecía genuinamente sorprendido por mi reacción. Entonces, intentó una táctica diferente; hizo aparecer un ramo de rosas, un truco que su asistente debió de haber preparado.
"Son para ti", dijo con voz suave. "Lo siento mucho. Te prometo que pronto me desharé de Carla. Ya casi termino mi venganza".
La misma vieja mentira y la misma promesa rota de siempre. Tomé las flores sin decir ni una palabra. Mi silencio pareció ponerlo nervioso.
Más tarde esa noche, vi una publicación de Carla en Instagram; una fotografía donde aparecía riendo y sosteniendo un ramo de rosas idéntico al mío. El pie de foto decía: "Algunas mujeres reciben puras mentiras. Yo recibo lo auténtico".
Mientras leía, una oleada de náuseas me invadió. El dolor en mi corazón era tan intenso que sentí que se me partían las costillas.
En ese momento, el mayordomo apareció en la puerta, e informó: "Señor, el auto está listo".
Damián iba a llevar a Carla a la gala anual de Corporativo Ferrer. Un evento del que yo fui, durante años, la anfitriona oficial.
"Tengo que llevarla para guardar las apariencias y finalizar el trato que arruinará a su familia", explicó Damián sin mirarme a los ojos.
No dije nada. "¿Quieres... acompañarme?", preguntó con voz vacilante.