Valeria, mientras tanto, se sentía extasiada. El lanzamiento de su línea de ropa había sido un éxito masivo, en gran parte gracias a las maniobras legales de Santiago. La disputa legal con Atelier Noir se había desvanecido de la noche a la mañana después de que él usara el argumento legal exacto que Eva había escrito en la petición de divorcio. Él se llevó el crédito, diciéndole a Valeria que había sido un golpe de genialidad nocturno.
"Necesito comprarle un regalo de agradecimiento a tu esposa por ser tan comprensiva mientras me ayudabas", dijo Valeria una tarde mientras almorzaban. Sorprendido, el hombre contestó: "No es necesario".
"Desde luego que sí. Es lo correcto. Y además, nos da una excusa para ir de compras por Masaryk", espetó la otra con una sonrisa radiante. El hombre se encontró aceptando. Al principio sintió una punzada de culpa, sin embargo, la idea de pasar la tarde con Valeria la eclipsó rápidamente.
Y así, fueron a una joyería de lujo, del tipo con alfombras afelpadas y personal silencioso y reverente. "¿Qué crees que le gustaría a tu esposa?", preguntó Valeria, señalando una vitrina de aretes de diamantes.
Santiago no tenía ni idea. En tres años, nunca le había comprado joyas a Eva, solo cosas que pensaba que una esposa debería tener: una aspiradora nueva, un juego de ollas y sartenes caros... Se dio cuenta con una sacudida de que no sabía su color favorito, y mucho menos su gusto en joyas.
"Algo... sencillo", contestó escuetamente. Valeria tomó un delicado collar de diamantes, y dijo: "Este es hermoso, pero no estoy segura de que sea su estilo". Se volvió hacia la vendedora, y preguntó: "¿Tiene una modelo que pueda probárselo? Alguien de apariencia... discreta como la esposa de mi amigo".
Antes de que la empleada pudiera responder, los ojos de Valeria se posaron en Eva, quien acababa de entrar en el establecimiento. Esta última no había planeado ir de compras. Estaba en la Ciudad de México por un solo día para asistir a una reunión final y disolver una sociedad fantasma que había creado años atrás. Caminaba de regreso a su hotel, cuando los vio a través de la ventana, riendo juntos. Por un extraño impulso autodestructivo, decidió entrar. "¡Eva!", exclamó Santiago. Su rostro reflejaba una mezcla de sorpresa y alivio. "¿Qué haces aquí?".
"Concluyendo unos asuntos", contestó ella con voz fría. Los ojos de Valeria se iluminaron con un brillo malicioso. "¡Oh, perfecto! Eva, ¿puedes ayudarnos? Queremos comprarte un regalo de agradecimiento, pero tenemos problemas para decidir". Alzando el collar, le instó: "¿Puedes probártelo? Quiero ver cómo se ve".
Valeria estaba poniéndola a prueba. Ese teatrito era un juego de poder, y Eva lo sabía. Pudo verlo en la sonrisa triunfante de la otra. Por un momento Eva consideró darse la vuelta y marcharse. Pero luego miró a Santiago, quien la estaba observando con una expresión expectante, completamente ajeno a lo humillante de la situación. Creía que era un gesto normal y amable por parte de Valeria.
'Está bien. Los dejaré disfrutar su jueguito', pensó Eva. Y así, dejó que la vendedora le colocara el collar alrededor del cuello. Se sentía frío contra su piel. Luego, se miró en el espejo. Los diamantes brillaban contra su sencillo vestido negro. Lucía... como un objeto de lujo. "Te queda espectacular", comentó Valeria, sin embargo, sus ojos estaban fijos en el reflejo del hombre en el espejo. "¿Qué te parece, Santiago?".
"Está... bonito", contestó él con la mirada distante. Entonces, Valeria señaló otro collar mucho más grande y ostentoso con un zafiro brillante en el centro. "¿Qué les parece ese? Eva, pruébatelo también".
Esta última permaneció en silencio mientras le ponían diferentes joyas y conversaban acerca de ella como si fuera un maniquí. Era como un bufón en su comedia romántica. Poco después, Valeria suspiró dramáticamente. "No puedo decidir. Pero, este es... especial", Mientras hablaba, miró el collar de zafiro, que claramente le había gustado desde el principio.
Luego, mirando a Santiago con los ojos muy abiertos y suplicantes, añadió: "Sé que vinimos a comprar algo para Eva, pero... este collar quedaría perfecto para la Gala Met del próximo mes". "Nos lo llevamos", le dijo el hombre a la vendedora con determinación, sacando su tarjeta de crédito. A continuación, se volvió hacia su esposa, quien todavía tenía puesto el collar. "Lo siento. Te compraré otra cosa", dijo, sin mirarla a los ojos.
Ni siquiera notó cuando la vendedora le quitó el collar de zafiro a Eva y lo colocó en una caja de terciopelo para Valeria. Eva no esperó a que el hombre le eligiera un premio de consolación. "No te preocupes. Tengo todo lo que necesito", dijo con una voz desprovista de cualquier emoción.
Con eso, se dio la vuelta y salió de la joyería, dejándolos en medio de los brillantes diamantes y su crueldad casual. Esa fue la última vez que les permitiría usarla para entretenerse.