El susurro de tu voz
img img El susurro de tu voz img Capítulo 6 Seis
6
Capítulo 9 Nueve img
Capítulo 10 Diez img
Capítulo 11 Once img
Capítulo 12 Doce img
Capítulo 13 Trece img
Capítulo 14 Catorce img
Capítulo 15 Quince img
Capítulo 16 Dieciséis img
img
  /  1
img

Capítulo 6 Seis

No me quedaba otra que salir a tocar así: clubes, eventos, fiestas. Antes solo elegíamos un lugar y tocábamos toda la semana en el mismo sitio. Ahora necesitaba más dinero: para pagar un alquiler, para irme de la casa de Andrea. Ni ella ni el marido me decían nada, pero yo no tenía nada que hacer viviendo con ellos.

Jamás pensé que lo iba a encontrar ahí. Desde ese día me quedé pensando qué habría pasado. Qué habría hecho ella. No sé por qué me imaginé que la gente como él no se separaba. Que cuando tienes dinero, qué problemas puedes tener.

Nos dijeron que solo media hora. Música tranquila. Música de fondo para políticos con billeteras gordas, que era más para ambientación que otra cosa.

Cuando lo vi, me quise morir. Lo reconocí enseguida. Ahí parado con otro traje, el pelo negro peinado, clavándome los ojos. Me incomodó. No por lo que los dos sabíamos, sino por cómo me miraba. Con esa intensidad que me calentaba la piel.

Era atractivo. Muy atractivo.

Se me ocurrió una estupidez: ¿Qué tan malo podía ser en la cama para que la mujer se metiera con otro?

Se me estaba desequilibrando todo con la separación. Nadie mira así al marido de la mujer que se acuesta con tu novio. Debió ser porque seguía sensible, sintiéndome una porquería. O porque me quería imaginar en el lugar de ella: un hombre educado y bien vestido, con la vida resuelta, versus un obrero con ganas de coger como perro en celo.

Los dos detrás de ella.

Después apareció ese tipo con su lengua de víbora: "¿No quieres hacer algo más antes de irte?". ¡Dios! Se me volteó el estómago. Viejo asqueroso.

Él me rescató. Me siguió hasta el estacionamiento. Me preguntó cómo estaba. Primero la cagó hablando de ellos, pero supongo que era inevitable.

Me dio una tarjeta con su teléfono por si necesitaba algo. El papel era igual de elegante que él. Aspiré un poco su perfume. Le vi la tela del traje planchado, la corbata impecable. La suerte de otras. Me dio tanta bronca que quería llorar.

-¿Qué hacemos? -le pregunté porque me sentía perdida.

-No lo sé.

Tenía la cara triste. La estaba pasando tan mal como yo. Se le notaba.

-¿Te dijo por qué?

-No. Me dio excusas. Que no le prestaba atención. -Sonrió como si fuera un chiste.

-A mí me dijo que se enamoró.

Hizo un gesto horrible. Como si le hubiera pegado con el bajo.

-Qué hijo de puta -dijo.

-¿Sabrina, nos vamos? -Ricardo asomó la cabeza por la ventanilla. Ellos también estaban cansados.

Lo miré a él, dudando. Esperando algo. No sé qué. Quería ver si funcionaba a la inversa. Si así como Matías se llevó a la mujer de un tipo como él, yo podía hacer lo mismo. Qué idiotez. Las cosas que salen de la miseria del corazón.

Pero me daba curiosidad saber qué se sentía estar con alguien así. Qué tan malo era que la mujer lo había desechado por un electricista con caspa.

-Toma un café conmigo. O una cerveza -me dijo-. Por lo menos hablemos.

O me leyó la mente o estaba en la misma mierda retorcida que yo.

-Yo me vuelvo por mi cuenta -le dije a Ricardo.

Me miró raro, pero no respondió. Se encogió de hombros y arrancó.

Ahí me empecé a poner nerviosa de verdad. Los hombres como él no andaban con mujeres como yo. Ni siquiera sabía si quería eso: cogérmelo.

Se le notaba que estaba esperando algo.

-¿Conoces algún lugar? -le pregunté.

-Sí -dijo-. Conozco un lugar.

Caminamos hasta su auto. Un BMW negro, impecable. Obviamente. Me abrió la puerta como si fuera una señora. Nadie me había abierto la puerta de un auto en mi vida.

Olía a cuero y a ese perfume que tenía. Me hundí en el asiento. Todo era suave, caro. Me sentí como una pobre de mierda.

-¿Estás segura? -me preguntó antes de arrancar.

-No -le dije-. Pero igual.

Sonrió. Por primera vez en toda la noche, sonrió. Me di cuenta de que me gustaba su sonrisa. De que tenía las manos grandes, de que exudaba algo extraño, atrayente.

"No", me dije a mí misma. "Es la rabia, es el odio que siento por Matías".

Un café. Uno de verdad, no un doble sentido. Qué estúpida.

Paró frente a una cafetería chiquita que estaba entre una tintorería y una casa de cambios. Ni en un hotel, ni en un apartamento escondido, ni en su casa. En una cafetería.

Pero cuando me abrió la puerta y me tocó la espalda para que pasara primero, sentí una corriente en el cuerpo.

Adentro estaba tibio. Casi vacío. Nos sentamos en una mesa del fondo. Él pidió café. Yo también.

Me quedé mirándolo. Las manos apoyadas en la mesa. La corbata un poco aflojada. No tenía idea de qué decirle.

-¿Sabes qué es lo más raro? -dije.

-¿Qué?

-Que estoy acá contigo y no sé por qué.

Se sonrió un poco.

-Yo tampoco.

-¿Te imaginaste que ibas a terminar tomando café con la exnovia del tipo que se acuesta con tu mujer?

-No. ¿Tú te imaginaste tomando café con el marido de la mujer que se coge tu ex?

-Jamás.

Nos quedamos callados. Tomando café tibio en tazas blancas.

-¿Sabes qué me pregunto? -dije.

-¿Qué?

-Si ellos piensan en nosotros cuando están juntos.

Se le ensombreció la cara.

-Espero que no.

-Yo espero que sí. Que les arruine todo.

-Lo dudo -tomó un sorbo-. En cinco meses no pararon aun cuando volvían a casa después de verse.

Hablamos de ellos, nos acordamos de momentos. Parecíamos dos amigos que hacía mucho no se veían poniéndose al día y no dos cornudos.

-¿Te fuiste tú o se fue él? -me preguntó.

-Me fui yo. Ahora tengo que buscar dónde vivir.

-¿Cómo es eso?

-No soy de aquí, no conozco a casi nadie. Me estoy quedando en la casa de una amiga, pero ella está empezando su familia. Soy como un mueble que estorba.

Se había sacado el saco, tenía la corbata floja y las mangas de la camisa en los codos. Brazos fuertes, definidos, de hombre grande.

-Tengo una casa de huéspedes -me dijo-. Está vacía.

-¿Qué?

-En el fondo de mi casa. Es pequeña, pero tiene todo. Puedes quedarte ahí.

Lo miré como si me estuviera diciendo un chiste malo.

-No te conozco.

-No. Pero estamos acá.

-Estamos acá porque los dos estamos jodidos.

-Tal vez. Pero la casa está desocupada y necesitas un lugar.

-¿Por qué harías eso?

-No sé. Porque puedo. -hizo una mueca con la boca.

No sabía qué decir. Era una locura.

-¿Cuánto quieres de alquiler?

-Nada.

-¿Nada?

-No necesito el dinero y la casa está ahí. Sin usar.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022