Atracción fatal: enamorarse del objetivo
img img Atracción fatal: enamorarse del objetivo img Capítulo 4 El tío de Theresa
4
Capítulo 6 El farol img
Capítulo 7 Un beso indirecto img
Capítulo 8 Trampa de miel img
Capítulo 9 El juego de la sirena img
Capítulo 10 Una carta anónima img
Capítulo 11 : Acorralada img
Capítulo 12 : El amante de Theresa img
Capítulo 13 El bando más fuerte img
Capítulo 14 Una coqueta img
Capítulo 15 : El poder de la ausencia img
Capítulo 16 Visitas inesperadas img
Capítulo 17 Un juego de riesgo img
Capítulo 18 La llamada de Chandler img
Capítulo 19 Un delicado equilibrio img
Capítulo 20 Talento para la copa img
Capítulo 21 Ahora eres mía img
Capítulo 22 Una agente doble img
Capítulo 23 Canario img
Capítulo 24 Juegos de sombras img
Capítulo 25 Una máscara img
Capítulo 26 : El acuerdo img
Capítulo 27 : Un ultimátum img
Capítulo 28 La peor enemiga img
Capítulo 29 El chivo expiatorio img
Capítulo 30 Interrogatorio img
Capítulo 31 El sonido delator img
Capítulo 32 Jaque mate img
Capítulo 33 El precio del corazón img
Capítulo 34 La puja más alta img
Capítulo 35 El precio del silencio img
Capítulo 36 La pesadilla img
Capítulo 37 Un intercambio despiadado img
Capítulo 38 El precio de la audacia img
Capítulo 39 : La prueba img
Capítulo 40 Una invitación a la ópera img
Capítulo 41 Una propuesta inesperada img
Capítulo 42 Sombras en el umbral img
Capítulo 43 Jaque mate img
Capítulo 44 Mi peor pesadilla img
Capítulo 45 : Una pésima jugadora img
Capítulo 46 Veneno en los labios img
Capítulo 47 Debilidad fingida img
Capítulo 48 El video img
Capítulo 49 : Atando cabos img
Capítulo 50 Un pacto img
Capítulo 51 El secuestro img
Capítulo 52 Enigmas img
Capítulo 53 Verdades amargas img
Capítulo 54 Un juego de sombras img
Capítulo 55 El vínculo img
Capítulo 56 La confrontación img
Capítulo 57 Fuego lento img
Capítulo 58 : El pacto img
Capítulo 59 Una llama del pasado img
Capítulo 60 La trampa img
Capítulo 61 El titiritero img
Capítulo 62 La visita de Omar img
Capítulo 63 La emboscada img
img
  /  1
img

Capítulo 4 El tío de Theresa

En cuanto salí del apartamento de Dylan, llamé a Theresa. Le conté que había entrado a su habitación esa mañana, justo después de que ella se fuera.

Theresa sonó sorprendida. "¿Lo conseguiste?", preguntó.

"Aún no", respondí con cautela.

"¿De verdad Dylan te llevó a su casa?", exclamó, con un entusiasmo que me fue imposible compartir. "Eso es un gran avance. Señorita Garrett, me tiene impresionada".

Con un tono grave, le informé: "Señora Hewitt, no hay ningún indicio de otra mujer en la vida de su esposo".

"Lo sé", aseguró ella. "A él no le interesan las mujeres".

Una vez en el taxi, le di al conductor la dirección de la vinícola Royalness, donde había dejado mi auto la noche anterior. Ya acomodada en el asiento trasero, le repetí a Theresa las palabras de Dylan: "No es que no le interesen las mujeres, es que elige no traicionar a su esposa".

Theresa guardó silencio al otro lado de la línea.

"¿Está segura de que quiere divorciarse?", le pregunté, confundida. "Creo que podría tratarse de un malentendido. Su esposo no parece el tipo de hombre que la obligaría a renunciar a todos los bienes conyugales".

Cuanto más interactuaba con Dylan, menos entendía por qué Theresa estaba tan decidida a divorciarse. Él no tenía aventuras con otras mujeres. Rico, atractivo y fiel: no era una exageración decir que, para muchas, era el esposo perfecto. Y aunque no fuera demasiado cariñoso con Theresa, era evidente que no le era indiferente. Por lo que había visto hasta ahora, era Theresa quien parecía intentar manipular a Dylan de distintas formas. Él, en cambio, no mostraba ninguna intención de hacerle daño.

Cuando intenté exponerle mis dudas, Theresa me interrumpió con impaciencia. "Señorita Garrett, usted no sabe nada de la situación. Dylan no es el santo que usted cree. Soy su esposa, lo conozco mejor que nadie. Lo que pasa entre nosotros no es asunto suyo. Limítese a hacer su trabajo, y yo cumpliré mi parte del trato y le daré lo que le prometí".

Tras su advertencia, Theresa colgó.

Me quedé pensativa, jugueteando con el teléfono mientras veía cómo la ciudad se desdibujaba a través de la ventanilla.

Después de recoger mi auto de la vinícola, me tomé el día siguiente de descanso y no regresé a la oficina sino hasta el día posterior. Cuando entré en la oficina de Dylan, me extrañó no verlo. En su lugar, un hombre desconocido, de espaldas a mí, admiraba el portalápices de Dylan: una valiosa antigüedad.

Me acerqué sin dudar. "Disculpe, señor", dije.

"No está permitido tocar los objetos de la oficina del señor Hewitt sin su autorización".

El hombre, que seguía de espaldas, hizo una pausa al oírme, pero enseguida continuó examinando el objeto.

"¿Ah, sí?", replicó con un tono casual y arrogante. "¿Y quién puso esa regla, exactamente?".

            
            

COPYRIGHT(©) 2022