Capítulo 5 Club Riverfront

El viernes, al terminar la jornada, le pasé mis pendientes a Rachael. Como Dylan tenía un viaje de negocios el fin de semana, me correspondía atenderlo durante esos dos días. En cuanto terminé de coordinar con ella, regresé a la oficina de Dylan. Lo encontré de espaldas a la puerta, contemplándose en el espejo. Me acerqué y le comenté: "Rachael me dijo que planea ir al Club Riverfront esta noche".

"Así es", asintió él mientras examinaba las corbatas en el perchero.

Me atreví a preguntar: "¿Necesita que lo acompañe esta noche?".

Negó al instante: "No".

Como ya esperaba su negativa, no me sentí decepcionada. En lugar de eso, tomé la corbata que sostenía y, con destreza, la deslicé alrededor de su cuello. "Permítame ayudarlo. Es parte de mi trabajo".

Con mucho cuidado, me puse de puntillas para estar más cerca. Al rozar su nuez con mi dedo índice, sentí cómo tragaba saliva, y el movimiento me hizo detenerme en seco.

Fingiendo inocencia, le pregunté: "¿Acaso lo incomodé?".

Dylan guardó silencio y desvió la mirada por encima de mi cabeza, hacia la ventana, como perdido en sus pensamientos.

Con voz suave, le aseguré: "Lo haré con más cuidado".

Su aliento rozó mi frente, intensificando la cercanía entre nosotros. Estábamos tan cerca que, con solo alzar la vista, podía perderme en los detalles de su rostro.

Mientras le hacía el nudo a la corbata, murmuré: "No uso lápiz labial, pero sí perfume... uno que huele a rosas recién cortadas. Espero que no sea alérgico, ¿o sí?".

Él negó con la cabeza. "No", fue su escueta respuesta.

Continué en un tono juguetón: "Entonces, ¿es alérgico a las mujeres que usan perfume?".

Solté las palabras con toda intención, y él captó de inmediato la insinuación. Su silencio fue elocuente; era evidente que había decidido ignorar mi comentario, así que di un paso atrás. "¿Le gusta así?".

Él permaneció en silencio un momento, inspeccionando el nudo. Su silencio me hizo suponer que no le había gustado, así que instintivamente extendí la mano para ajustárselo. "Permítame intentarlo de otra manera".

Para mi sorpresa, me sujetó la muñeca con firmeza. Su voz sonó más grave cuando dijo: "No es necesario ningún cambio".

Noté que su mano derecha tenía callos. A pesar de la tela de mi manga, sentí la aspereza de su piel endurecida sobre mi muñeca. Era extraño. Un hombre de su posición, con una apariencia tan refinada, no debería tener las manos así. Esa contradicción lo hacía aún más intrigante, más atractivo. Me costaba imaginar qué clase de fuerza se ocultaba tras ese exterior pulcro.

Me agaché frente a él y le alisé las arrugas del pantalón. "Seguramente la señora Hewitt tiene más experiencia que yo haciendo nudos de corbata".

Él no se movió ni dijo nada. Decepcionada, alcé la vista hasta encontrar sus ojos. Le pregunté con un matiz de despecho: "¿No estuve a la altura?".

Él bajó la mirada hacia mí y, en lugar de responder, preguntó con curiosidad: "¿Por qué esa necesidad de compararse con ella?".

Mi voz se cargó de frustración. "¿Acaso no puedo?".

Dylan retiró la pierna, creando distancia entre nosotros. "Ella es mi esposa. Usted es mi empleada", declaró, trazando una línea clara entre nosotros.

Su respuesta me dejó sin palabras. En lugar de morder el anzuelo que le había lanzado, zanjó el asunto con una firmeza inamovible.

Respiré hondo para calmarme. Era emocionante medirse con un oponente a la altura; esto me ayudaría a mejorar. Una presa fácil solo habría apagado mi espíritu combativo.

Tomé un peine de la mesa y lo pasé suavemente por su cabello corto. "Tiene el cabello muy denso". Lo peiné un par de veces más antes de dejar el peine y empezar a usar mis manos.

Deslicé los dedos entre sus hebras, acariciando sutilmente su cuero cabelludo.

El silencio nos envolvió en una intimidad sutil y seductora. Él permaneció inmóvil. La punta de mi nariz rozó su sien y mi aliento cálido le acarició la piel. Lo sentí tensarse, pero no me detuve.

Mis labios recorrieron el lóbulo de su oreja y le susurré: "Su champú huele delicioso. ¿Es la colonia de Bvlgari?".