Catalina masajeó sus sienes, tratando de despejar el cansancio que le pesaba en los hombros. Apenas podía creer que había sobrevivido su primer día sin derramar café sobre algún documento importante ni borrar por accidente un archivo crítico. Pero la sensación de alivio duró poco.
La voz profunda y firme que ya reconocía resonó detrás de ella:
-Señorita Vega.
Catalina se giró bruscamente y lo encontró apoyado en el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos del pantalón y ese aire intimidante que parecía cargar en cada movimiento. La corbata gris estaba aflojada y la chaqueta del traje descansaba sobre una silla, pero ni siquiera eso le restaba presencia. Dante Moretti parecía el tipo de hombre que siempre estaba en control... incluso cuando no lo estaba.
-Señor Moretti -saludó Catalina, intentando sonar profesional mientras reprimía la incomodidad que le producía su mirada-. Ya terminé el informe preliminar.
Él avanzó con pasos lentos, casi silenciosos, como un depredador que acecha a su presa. Tomó el documento de sus manos y lo hojeó sin sentarse, sus ojos grises recorriendo las páginas con velocidad. Catalina no sabía si estaba buscando errores o probando su paciencia.
Tras unos segundos eternos, dejó la carpeta sobre la mesa y alzó la vista.
-Es aceptable -dictaminó.
Catalina frunció el ceño.
-¿Aceptable? Pasé cuatro horas revisando esos números...
-Eso explica por qué solo es aceptable -respondió, seco, mientras tomaba asiento en la cabecera de la mesa.
Ella lo miró incrédula. Tenía la extraña sensación de que Dante Moretti disfrutaba provocarla.
-Entonces, la próxima vez intentaré que sea... sobresaliente -dijo, alzando ligeramente la barbilla.
El gesto hizo que los labios de Dante se curvaran apenas en una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
-Más le vale, señorita Vega. Aquí no se premia el esfuerzo, sino los resultados.
Catalina contuvo un suspiro. Sabía que enfrentarse a él era arriesgado, pero había algo en su tono, en esa forma tan calculada de hablar, que despertaba en ella un instinto de resistencia.
Dante reclinó el cuerpo hacia atrás, cruzando una pierna sobre la otra, y la estudió con detenimiento, como si quisiera descifrarla. Entonces, sin previo aviso, dejó caer una frase que la descolocó:
-A partir de mañana, trabajará exclusivamente para mí.
Catalina parpadeó varias veces, confundida.
-¿Perdón?
-Mi asistente personal renunció la semana pasada -explicó con absoluta calma-. Necesito a alguien que gestione mi agenda, coordine reuniones y esté disponible en todo momento.
Ella lo miró como si acabara de pedirle que pilotara un cohete espacial.
-¿En... todo momento?
-Sí -respondió, sin pestañear-. Mi trabajo no se limita al horario de oficina. Hay cenas corporativas, viajes, juntas de emergencia. Quien trabaje conmigo debe estar preparada para eso.
Catalina sintió un nudo formarse en su estómago. El puesto de asistente personal del CEO era el más exigente y, al mismo tiempo, el más codiciado dentro de Del Monte Holdings. Pero había un problema: no entendía por qué él la estaba eligiendo a ella. Había candidatos con más experiencia, mejores conexiones, currículums impecables.
-Señor Moretti -comenzó con cautela-, creo que debería haber mejores opciones para usted. Apenas estoy aprendiendo cómo funciona la empresa...
-No estoy pidiendo su opinión -interrumpió Dante, con voz baja pero firme-. Estoy dándole una oportunidad que muchos matarían por tener.
Catalina sintió que el aire se le atascaba en la garganta. Lo miró en silencio por unos segundos, intentando leer entre líneas. Había algo en su tono, en esa seguridad implacable, que le decía que esto no era una simple decisión laboral.
-¿Por qué yo? -se atrevió a preguntar finalmente.
Los ojos de Dante se clavaron en los suyos. No parpadeó. No sonrió. No respiró más rápido. Su rostro era una máscara perfecta.
-Porque quiero que sea usted -respondió, sin dar explicaciones.
Catalina sintió que su pecho se encogía. No supo si la respuesta la tranquilizaba o la inquietaba más.
-Tendremos que redactar un contrato -añadió Dante, sacando una carpeta del cajón de su escritorio-. Cláusulas de confidencialidad, exclusividad y disponibilidad absoluta. Nada de filtraciones, nada de contacto con la prensa. Si rompe alguna de esas condiciones, responderá ante la ley.
Le deslizó el documento sobre la mesa. Catalina lo tomó con manos temblorosas. Eran al menos veinte páginas llenas de términos legales y penalidades.
-Esto es... -ella buscó las palabras- mucho más de lo que esperaba.
-Lo sé -dijo Dante, inclinándose hacia adelante-. Y también sabe que necesita este trabajo.
Catalina levantó la mirada de golpe, sintiendo cómo su orgullo se encendía.
-Necesitarlo no significa que no pueda pensar las cosas.
Por primera vez, los ojos de Dante brillaron con algo que parecía diversión.
-Hágalo, señorita Vega. Piénselo. Pero recuerde algo... -apoyó los codos sobre la mesa, acercándose lo suficiente para que Catalina sintiera el calor de su presencia-. Si acepta, su vida dejará de ser suya.
El silencio que siguió fue tan pesado que Catalina sintió que podía oír los latidos de su propio corazón.
Quiso responder, pero Dante ya había vuelto a recostarse en su silla, como si aquella advertencia no fuera más que un dato irrelevante.
-Tiene hasta mañana para decidir. A las ocho en punto.
Catalina asintió, recogió sus cosas y salió del despacho intentando controlar la respiración. Mientras el ascensor descendía, miró el contrato que sostenía entre las manos.
Sabía que firmarlo significaría renunciar a gran parte de su vida personal. Sabía que Dante Moretti era un hombre exigente, impredecible y, de alguna forma, peligroso.
Y, sin embargo, la idea de rechazarlo le resultaba imposible.
Cuando Catalina se perdió entre las luces de la ciudad, Dante permaneció solo en su despacho, observando por los ventanales. Sobre su escritorio, el expediente con el nombre Catalina Vega seguía abierto, marcado con tinta roja.
Un leve suspiro escapó de sus labios.
-Bienvenida a mi juego, señorita Vega.