Al entrar en el despacho de Dante Moretti, se encontró con el hombre de pie detrás de su escritorio, como siempre impecable, con la mirada fija en la ciudad que se extendía bajo sus pies. Su expresión era impenetrable, pero había algo en la forma en que la observaba que hacía que el corazón de Catalina latiera con fuerza.
-Buenos días, señorita Vega -saludó él, sin moverse-. Espero que haya descansado.
-Sí, gracias -respondió ella, aunque su voz traicionaba su nerviosismo.
Dante dejó sobre la mesa una pila de carpetas y documentos, tan alta que Catalina dudó cómo podría revisarla en un solo día.
-Hoy comenzaremos con su entrenamiento. Necesito que se familiarice con todos los departamentos, los códigos internos, los protocolos de reuniones y los sistemas de archivo. Todo esto debe ser memorizado.
Catalina asintió, intentando ocultar la tensión que le subía por la espalda. Había trabajado duro antes, sí, pero esto no era simplemente entregar informes o contestar llamadas: era aprender el ritmo de un imperio entero en tiempo récord.
-Señorita Vega -dijo Dante, apoyándose en el escritorio-. No estoy aquí para mimarla. No tolero errores. Cada movimiento que haga será evaluado. ¿Entendido?
-Sí, señor -contestó Catalina con firmeza.
El primer desafío fue sencillo de explicar pero imposible de ejecutar: tenía que organizar la base de datos de clientes y proveedores, incluyendo todos los contactos, contratos, fechas de renovación y pagos pendientes, en menos de cuatro horas. Catalina intentó no entrar en pánico mientras recorría los cientos de archivos digitales y físicos.
A mitad de la mañana, Dante se acercó y se inclinó sobre su hombro, observando cada tecla que ella presionaba. Su proximidad era intimidante; podía sentir el calor de su cuerpo y el aroma de su colonia, sutil pero penetrante. Cada vez que la miraba, sentía que evaluaba más que su eficiencia: parecía estar leyendo cada pensamiento, cada emoción.
-Está equivocada en el código del cliente número 42 -dijo con voz suave, pero con un filo que hizo que Catalina se tensara.
-Perdón, lo corrijo de inmediato -respondió, corrigiendo el error.
-Ese tipo de descuidos son los que cuestan millones -murmuró-. Si no puede concentrarse bajo presión, este trabajo no es para usted.
Catalina tragó saliva, sintiendo cómo la presión se acumulaba en su pecho. Nunca había trabajado bajo tanta intensidad, pero no podía permitirse fallar. No ahora. No cuando todo su mundo dependía de ella.
El segundo desafío llegó tras una breve pausa para café: organizar una reunión de última hora con la junta directiva. No solo debía coordinar agendas, preparar documentos y asegurarse de que todos los asistentes recibieran los informes correctos, sino que también tenía que prever posibles preguntas incómodas de los ejecutivos más experimentados.
-Señorita Vega -dijo Dante mientras revisaba su reloj-. Tenga en cuenta que cualquier retraso o error se reflejará en mi evaluación.
-Entendido -contestó Catalina, respirando hondo mientras llamaba a cada ejecutivo para confirmar su asistencia y preparar los documentos pertinentes.
A medida que la mañana se transformaba en tarde, los desafíos se volvieron más complejos. Coordinación de llamadas internacionales, reorganización de una agenda ya saturada, corrección de informes con cifras contradictorias, todo mientras Dante la observaba en silencio desde su escritorio, a veces levantando una ceja apenas perceptible cuando encontraba un fallo.
El ambiente estaba cargado de tensión; incluso el silencio parecía tener peso. Catalina sentía que cada acción, cada decisión, cada movimiento estaba bajo el microscopio de Dante. Y aunque la presión era casi insoportable, también despertaba algo inesperado: un fuego en su interior, una determinación que crecía con cada obstáculo.
-Buen trabajo -dijo Dante al final de la tarde, por primera vez dejando entrever una aprobación mínima-. No perfecto, pero aceptable.
Catalina soltó un suspiro que no se dio cuenta que había contenido, y su espalda se relajó apenas un poco. Por primera vez desde que comenzó, sintió que estaba sobreviviendo al juego.
-Pero -añadió él, cruzando los brazos- no crea que esto termina aquí. Mañana habrá nuevas pruebas, más difíciles. Y si comete errores, no habrá segunda oportunidad.
Catalina lo miró, sintiendo una mezcla de desafío y respeto.
-No voy a fallar -dijo con firmeza, aunque su voz traicionaba un hilo de cansancio.
Dante no respondió. Solo la observó, su mirada intensa recorriendo cada rasgo de su rostro, como si estuviera calculando cuánto resistiría antes de quebrarse.
-Eso espero -susurró finalmente, girando hacia la ventana y contemplando la ciudad-. Porque aquí, señorita Vega, no hay lugar para los débiles.
Cuando Catalina finalmente salió de la oficina esa noche, el cansancio le pesaba en cada músculo. Sus manos estaban entumecidas, su mente agotada, pero había un fuego que no podía ignorar: la determinación de no rendirse.
Sin saberlo, Dante permaneció en la oficina, observando cómo el piso se vaciaba. Sobre su escritorio, una carpeta permanecía abierta: su expediente.
Los ojos grises de Dante se posaron en su nombre subrayado en tinta roja.
-Veamos cuánto puede resistir... -murmuró para sí mismo, mientras una sonrisa apenas perceptible curvaba sus labios-. Este será su primer día en el infierno.