Punto de vista de Sofía Valdés:
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, tan viles, tan absolutamente dementes, que por un momento no pude procesarlas. Mi mente simplemente se negó.
-¿Qué dijiste? -susurré.
La paciencia de Jimena se agotó. Me agarró el brazo y me lo torció detrás de la espalda, forzando un grito de dolor de mis labios.
-No tengo tiempo para repetirme -siseó-. Míralo.
Me giró la cabeza bruscamente hacia Leo. Sus labios estaban azules. Su pecho estaba quieto. Una quietud aterradora que gritaba finalidad.
Estaba atrapada. Absoluta y completamente indefensa. Fede y dos de sus amigos matones se habían desplegado, creando una jaula humana a mi alrededor. Sus ojos recorrían mi cuerpo, desnudándome con sus miradas lascivas. Uno de ellos se lamió los labios. Instintivamente traté de cerrar mi blusa rota, un patético gesto de pudor frente a tal violación.
Lágrimas de pura y absoluta desesperación quemaron mis ojos.
-Por favor -lloré, la palabra perdiendo todo significado.
Jimena solo se burló.
-Las lágrimas no lo salvarán. -Miró su reloj-. Su cerebro ha estado sin suficiente oxígeno durante casi ocho minutos. Podría tener daño permanente ya. Unos minutos más y no importará lo que haga.
La frialdad clínica de sus palabras era más aterradora que cualquier amenaza física. Tenía la vida de mi hermano en sus manos y disfrutaba viéndola escaparse.
Pensé en Alejandro, en cómo había descrito a Jimena como "un poco empalagosa" y "melodramática". No tenía ni idea. No podría haber imaginado este nivel de monstruosidad. Esto no era melodrama; era pura maldad psicopática.
-Apúrate -gruñó Fede, empujándome con la punta de su bota-. No tengo todo el día.
Jimena sacó su teléfono y le dio a grabar, la luz roja un ojo malévolo mirando directamente a mi alma.
-El tiempo corre -canturreó.
No había opción. Por Leo. Por la pequeña y parpadeante posibilidad de que este monstruo cumpliera su palabra.
Me dejé caer de rodillas sobre el suelo duro e implacable. La grava se clavó en mi piel. Los amigos de Fede se rieron.
-Buena vista desde aquí abajo -dijo uno de ellos con vozarrón.
La vergüenza, caliente y ácida, me subió por la garganta. Mi cuerpo temblaba con una mezcla de dolor, miedo y humillación total.
-¿Lo... lo ayudarás si hago esto? -pregunté, mi voz apenas un susurro.
-Tal vez -dijo Jimena, su sonrisa ensanchándose-. Depende de lo convincente que seas.
Acercó el teléfono, enmarcando mi cara.
-Mira a la cámara. Y quiero que empieces quitándote la blusa.
Se me cortó la respiración.
-Hazlo -ordenó, su voz como el acero-. ¿O le digo a Marcos que llame al forense de una vez?
-¡No! -grité, el sonido arrancado de mí-. De acuerdo. De acuerdo.
Mis dedos, entumecidos y torpes, fueron a los botones de mi blusa. Mis manos temblaban tanto que apenas podía manejar la simple tarea. La tela se sentía como un escudo, y estaba a punto de desecharlo.
Los ojos de Jimena me devoraron, un brillo hambriento y depredador en sus profundidades.
Con la blusa quitada, quedándome solo en una delgada camiseta de tirantes, la miré, mis ojos suplicantes.
-¿Ahora lo ayudarás?
-Todavía no -ronroneó-. Ahora, repite después de mí: "Mi nombre es Sofía Valdés, y soy una zorra insignificante".
Las palabras eran veneno. Se sentían como tragar fragmentos de vidrio. Pero el rostro de Leo, pálido e inmóvil, nadaba ante mis ojos.
Tomé una respiración temblorosa, miré a la lente impasible del teléfono y forcé la mentira de mis labios.
-Mi nombre es Sofía Valdés... y soy una zorra insignificante.
-Seduje a un hombre que ya estaba comprometido -dictó Jimena, su voz goteando veneno.
-...Seduje a un hombre que ya estaba comprometido.
-Soy una patética rompehogares que merece ser castigada.
-...Soy una patética rompehogares... que merece ser castigada.
Cada palabra era otro pedazo de mi alma que se desprendía.
-Ahora, por favor -sollocé, mi voz quebrándose por completo-. Por favor, Jimena. Salva a mi niño. Salva a mi Leo.