Punto de vista de Sofía Valdés:
Un grito, ahogado e inútil, se desgarró en mi garganta cuando el bisturí se hundió en la piel de mi mejilla. El dolor fue agudo, inmediato y cegador. Le siguió una sensación cálida y húmeda mientras mi propia sangre corría por mi cara.
Jimena se rio, un sonido agudo e histérico que rebotó en las paredes de azulejo de la pequeña habitación.
-¿Ves? Es tu propia culpa -canturreó, como si estuviera regañando a una niña traviesa-. Tú hiciste que me mintiera. Lo forzaste a estar contigo.
Me retorcí contra las ataduras, mi cuerpo convulsionando de agonía y terror. Las correas de cuero se clavaron más profundamente en mis muñecas, pero el dolor no era nada comparado con el fuego en mi cara.
-Una larga y profunda -murmuró Jimena para sí misma, su toque sorprendentemente firme mientras arrastraba la hoja desde mi sien hasta mi mandíbula-. Esto dejará una cicatriz hermosa. Ningún cirujano plástico en el mundo podrá arreglar esto.
Se movió al otro lado de mi cara, sus movimientos rápidos y eficientes.
-Él me pertenece -cantaba, las palabras un contrapunto rítmico al corte de mi piel-. A mí. No a ti. Ni a nadie más. Tendremos hijos hermosos. Nuestro hijo tendrá sus ojos.
Hizo una pausa, sus ojos entrecerrándose mientras estudiaba mi rostro.
-Tú también tienes sus ojos. El mismo color. Tendremos que deshacernos de ellos.
El bisturí se acercó, y un terror nuevo y más profundo se apoderó de mí. Iba a dejarme ciega.
-Una zorra como tú no merece mirarlo -siseó, y la hoja se hundió en la delicada piel justo debajo de mi ojo. Grité de nuevo, el sonido un gorgoteo estrangulado y desesperado detrás de la mordaza. Mi visión se nubló con lágrimas y sangre.
Iba a morir aquí. En esta habitación fría y estéril, a manos de una loca. Mi último pensamiento coherente fue para Leo. Para su risa. Lo sentía tanto. Sentía tanto no haber podido protegerlo. Le había fallado. Un odio profundo y aplastante me llenó. Odio por Jimena, por su hermano, e incluso por Alejandro. Inocente, ajeno Alejandro. Todo esto era por su culpa. Porque este monstruo lo amaba.
Mi dulce Leo estaba muerto por culpa de Alejandro Garza.
Justo cuando estaba a punto de rendirme al dolor y la desesperación, un zumbido agudo cortó el aire de la habitación. El teléfono de Jimena.
Se detuvo, el bisturí suspendido sobre mi frente, y dejó escapar un suspiro de irritación. Miró la pantalla. El nombre que se mostraba era "Mi Álex".
Contestó, su voz transformándose instantáneamente de un siseo venenoso a un arrullo dulce y meloso.
-¡Álex, mi amor! Justo estaba pensando en ti.
Intenté gritar, hacer cualquier ruido que lo alertara, pero la mordaza y el dolor me paralizaron. Mi cuerpo no obedecía.
-Oh, solo estoy ordenando uno de los quirófanos menores -mintió suavemente-. ¿Qué pasa, cariño?
Hubo una pausa. Podía oír el sonido débil y metálico de su voz al otro lado.
-¿En serio? ¿Estás aquí ahora? ¡Oh, qué maravilla! Iré a buscarte en cuanto termine aquí... Sí, llevaré el café... De acuerdo, mi amor. Te veo en un momento. Yo también te amo.
Colgó, la sonrisa sacarina desapareciendo de su rostro. Me miró, sus ojos llenos de un odio renovado y posesivo.
-Está aquí -dijo, su voz un gruñido bajo-. Por mí. Pero mencionó que trajo un regalo de cumpleaños tardío para ese pequeño bastardo tuyo. Un nuevo videojuego.
Las palabras fueron otra vuelta de tuerca en mi corazón ya sangrante. El cumpleaños de Leo fue la semana pasada. Había estado rogando por ese juego. Nunca llegaría a jugarlo ahora.
-Es bueno que esté muerto -continuó Jimena, su voz teñida de satisfacción-. Simplifica las cosas. Sin batallas de custodia complicadas.
Inclinó la cabeza, un nuevo y horrible pensamiento amaneciendo.
-Pero tú... todavía podrías embarazarte. Todavía podrías intentar atraparlo con otro.
Miró mi cuerpo, su mirada deteniéndose en mi abdomen bajo. Una sonrisa lenta y cruel se extendió por su rostro.
-No -susurró-. No lo creo. Yo voy a ser la madre de sus hijos. La única.
Tomó el bisturí ensangrentado y comenzó a caminar hacia la parte inferior de la mesa de operaciones, sus ojos brillando con una idea aterradora y brillante.
-Realmente soy muy inteligente -murmuró para sí misma.