Sus bellas mentiras, mi mundo hecho pedazos
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Capítulo 3

Punto de vista de Clara:

A la mañana siguiente, encontré a Gabriel en la cocina, tarareando una de las canciones de Aria -una de mis canciones- que sonaba suavemente por los altavoces integrados. Estaba sirviendo el desayuno con la precisión concentrada de un cirujano.

-Justo iba a llevártelo arriba -dijo, mostrando una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

-De hecho -dije, con voz firme-, cambié de opinión. Creo que me gustaría ir a la fiesta de Aria esta noche.

Su sonrisa vaciló por una fracción de segundo. Un destello de algo -¿molestia? ¿pánico?- cruzó su rostro antes de que lo suavizara con su habitual máscara de preocupación.

-¿Estás segura, amor? Ayer parecías agotada.

-Me siento mejor -mentí-. Quiero estar ahí para mi hermana. Es una gran noche para ella.

Dudó, luego asintió lentamente.

-Por supuesto. Solo pasaremos un ratito, entonces. No queremos que te excedas.

Sabía exactamente por qué no me quería allí. Tenía miedo de que de alguna manera eclipsara a su preciosa Aria. No quería a la verdadera artista junto a la falsa. No quería que nadie mirara demasiado de cerca.

Pero tenía que ir. Tenía que verlos una última vez. Esto no era solo una despedida a mi esposo; era una despedida a toda mi familia, a la vida que estaba a punto de dejar atrás para siempre. Mañana comenzarían los preparativos finales para mi nueva identidad, mi nueva vida. Esta noche era para cerrar el ciclo.

La mansión de la familia Ávila estaba a reventar, un hervidero de copas de champán y risas forzadas. Los invitados pululaban alrededor de Aria, que estaba de pie como una reina en el centro del gran salón, con una mano descansando posesivamente sobre su pequeño y pulcro vientre de embarazada. Brillaba, absorbiendo los elogios por su logro. Por mi logro.

-¡Un verdadero genio! -exclamó un crítico.

-Esa pintura es una obra maestra. Es la favorita para el gran premio -declaró otro.

Aria lo disfrutaba, su sonrisa amplia y radiante. Cuando me vio entrar del brazo de Gabriel, su sonrisa se tensó por una fracción de segundo. Una sombra pasó por sus ojos antes de que la enmascarara con una calidez fraternal practicada.

-¡Clara! Qué bueno que pudiste venir -arrulló, su voz goteando falsa sinceridad-. Estaba preocupada de que siguieras encerrada en ese estudio tuyo, haciendo... bueno, lo que sea que haces estos días.

La indirecta fue sutil, destinada a pintarme como una reclusa, una aficionada, mientras ella era la artista célebre. La ignoré, mis ojos atraídos más allá de ella hacia la pintura exhibida en un caballete cubierto de terciopelo.

Una ola de náuseas me invadió. Era como mirar a un fantasma.

Sentí como si mi corazón estuviera siendo estrujado en un tornillo de banco. La pintura era de un faro solitario contra un mar tormentoso, las olas rompiendo en un rocío violento y caótico. El cielo era un remolino de morados amoratados y grises furiosos. Era una pieza que había pintado años atrás, un desahogo emocional crudo después de la muerte de nuestra madre.

Era una de mis obras más privadas y personales. Nunca se la había mostrado a nadie. Estaba guardada bajo llave en una bodega, junto con otras piezas de una vida que pensé que había dejado atrás.

¿Cómo llegó aquí?

¿Cómo estaba colgada en este salón, con el nombre de Aria en una pequeña placa de latón debajo? ¿Cómo era su obra para un concurso nacional?

Aria siguió mi mirada, una sonrisa petulante y triunfante jugando en sus labios. Se deslizó hacia mí, su voz un susurro bajo y burlón destinado solo para que yo lo escuchara.

-¿Te gusta? La llamo "Tempestad".

            
            

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