Él la eligió a ella sobre nosotros
img img Él la eligió a ella sobre nosotros img Capítulo 4
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

Punto de vista de Elena Garza:

Estaba sentada en la estéril y blanca sala de espera de la clínica de obstetricia, las alegres paredes de colores pastel burlándose del vacío gris dentro de mí. Se suponía que Alejandro estaría aquí. Había marcado esta fecha en su calendario hacía meses, prometiendo que no se perdería la primera revisión importante de nuestro bebé por nada del mundo.

Su secretaria había llamado hacía una hora para cancelar. Una "emergencia en la junta directiva".

Sabía que era una mentira.

La puerta de la clínica se abrió y mi corazón se detuvo. Era él. Pero no estaba solo. Alejandro estaba ayudando a Adriana Páez a sentarse en una silla al otro lado de la sala, con cuidado y ternura. Su mano estaba presionada contra su propio estómago, su rostro una máscara de frágil vulnerabilidad.

Al principio no me vieron. Él se preocupó por ella, le trajo un vaso de agua, hablando en tonos bajos y tranquilizadores. Era una escena íntima y doméstica, un retrato de una pareja amorosa esperando el nacimiento de su hijo. Un retrato que debería haber sido nuestro.

Entonces, los ojos de Adriana se encontraron con los míos a través de la sala de espera. Una sonrisa lenta y triunfante se extendió por sus labios.

-Elena -dijo, su voz lo suficientemente alta como para que se oyera-. No esperaba verte aquí. Alejandro me estaba diciendo que tenías tu cita hoy. Yo también estoy embarazada, ¿sabes?

Alejandro se congeló, su rostro palideciendo al verme finalmente. Parecía un animal acorralado.

-Elena, esto no es lo que parece. Adriana no se sentía bien, yo solo estaba...

-¿Solo estabas qué, Alejandro? -pregunté, mi voz peligrosamente tranquila-. ¿Jugando al caballero de brillante armadura para la mujer que intentó matarte?

Su rostro se sonrojó de ira.

-No hables de ella así. Ya ha sufrido suficiente.

-Oh, ¿en serio? -Me levanté, mi mirada fija en la de Adriana-. Dime, Adriana, ¿el padre de este bebé es uno de la miríada de hombres con los que has estado en los últimos cinco años, o lograste endosárselo al hombre más rico que pudiste encontrar?

El rostro de Adriana se arrugó, las lágrimas brotando de sus ojos. Fue una actuación magistral.

-Alex, te dije que se pondría así -gimió.

-¡Basta, Elena! -espetó Alejandro, poniéndose delante de Adriana como para protegerla de mis palabras-. Estás siendo cruel. Adriana está esperando un hijo mío.

Las palabras me golpearon como un golpe físico. Lo dijo. Realmente lo dijo.

-¿Un hijo tuyo? -Me reí, un sonido amargo y roto-. ¿Le creerías eso? ¿A ella?

-La conozco, Elena. Conozco su corazón -dijo, su voz bajando, teñida de una rectitud que me enfermaba-. Y aunque no lo fuera... ella me necesita. Ese bebé necesita un padre.

Me miró entonces, sus ojos suplicando una comprensión que ya no podía darle.

-Tú, de todas las personas, deberías entenderlo. Deseabas tanto un hijo.

El aire se me escapó de los pulmones. Estaba usando mi deseo más profundo, el hijo por el que habíamos rezado, como un arma en mi contra. Estaba justificando su infidelidad, su traición, convirtiéndola en un acto noble en nombre de un bebé no nacido que ni siquiera era nuestro.

Fue lo más cruel que me había dicho jamás.

-¿Así que ya no quieres a nuestro bebé? -pregunté, las palabras sabiendo a ceniza-. ¿Es eso? ¿Encontraste un reemplazo?

El pánico brilló en sus ojos. Sabía que había ido demasiado lejos.

-¡No, Elena, por supuesto que no! No es lo que quise decir. Yo solo...

Pero Adriana eligió ese momento para hacer su jugada. Con un pequeño y lastimero grito, se levantó y salió corriendo de la habitación.

La cabeza de Alejandro giró bruscamente, sus instintos gritándole que la siguiera. Dio un paso, luego vaciló, mirándome de nuevo, su rostro desgarrado.

-Elena, yo...

-Vete -dije, mi voz desprovista de toda emoción-. Ve con ella.

No necesitó que se lo dijeran dos veces. No preguntó si estaba bien. Ni siquiera miró hacia atrás. Simplemente corrió tras ella, dejándome sola en medio de la sala de espera, las miradas compasivas y críticas de los extraños quemándome la espalda.

Recordé una vez, años atrás, cuando tuve una reacción alérgica a un platillo de camarones en un restaurante. Había estado tan frenético, tan consumido por la culpa por no haber revisado los ingredientes él mismo, que me había llevado en brazos al coche y había roto todos los límites de velocidad para llevarme al hospital. Me había sostenido la mano todo el tiempo, susurrando disculpas, su miedo por mí era algo tangible.

Ese hombre se había ido. El amor que había alimentado ese miedo se había ido.

La enfermera me llamó por mi nombre. Pasé por los movimientos de la cita en un estado de aturdimiento, mi corazón un peso de plomo en mi pecho. Pero entonces, en el monitor, lo vi. Un pequeño y parpadeante latido. Fuerte y constante. Mi bebé.

En ese momento, un amor feroz y protector surgió a través de mí, tan poderoso que eclipsó todo el dolor. Este bebé era mío. Y no dejaría que la toxicidad de Alejandro lo tocara.

Cuando salía de la clínica, mi celular sonó. Era un mensaje de Adriana. Una foto de una escritura de propiedad. El penthouse.

Seguido de un texto.

*Ha prometido anunciar nuestra relación públicamente la próxima semana. Solo está esperando el momento adecuado para decírtelo. Pero creo que ya sabes que se acabó.*

Miré la foto de la escritura, sus palabras jactanciosas. Las lágrimas corrían por mi rostro, pero no solo lloraba de dolor. Lloraba por una extraña y dolorosa sensación de alivio.

Finalmente, irrevocablemente, se había acabado. Él había tomado su decisión.

Ahora, yo podía tomar la mía.

Escribí una respuesta simple, mis dedos firmes.

*Quédatelo.*

                         

COPYRIGHT(©) 2022