Esencias
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Capítulo 5 5

Me senté ahí, con una expresión de asombro. Siempre me decían que era un hombre imponente en todos los aspectos y, sin embargo, con ella me sentía vulnerable. Llegué sin nada especial en mente. Un perfume con mi aroma; creo que se dio cuenta cuando respondí con rapidez. Solo quería verla.

Ella estaba en lo suyo, en su ambiente, en su territorio. Buscó varias muestras, ingredientes, por los estantes del estudio. Me fascinaba verla, seguir cada movimiento.

-Esto -me dijo ofreciéndome una pequeña caja de madera- es un ejemplo de un aroma fresco: menta, albahaca, hierba luisa. Y esto... algo más dulce, como jazmín, flor de azahar o peonía -continuó, pasándome un frasco rosa-. Pero si prefieres otro tipo de aroma, los de aquí son amaderados y clásicos: cedro, sándalo y musgo verde.

Aspiraba sin apartar la vista, con la cara pasiva, como si no me interesaran tanto como ella. Asentía sin decir nada.

Con cada movimiento de sus manos, cada mueca, cada mirada furtiva, mi corazón se tranquilizaba más. Los nervios iniciales se diluyeron, dando paso a un cosquilleo intruso en la punta de mis dedos.

-Este -murmuré finalmente, devolviendo el frasco rosa. Mi mano rozó su piel por un instante. Un contacto breve, casi imperceptible, pero que cargó el aire entre nosotros-. El dulce... tiene cierta magia.

-Es interesante tu elección -comentó, girando el frasco entre sus dedos-. La mayoría de los hombres suelen optar por los aromas amaderados, más... convencionales.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

-Siempre estoy dispuesto a probar cosas nuevas... Es un trabajo que no he visto antes, es único. Así que quiero algo único también.

Durante los siguientes 40 minutos, me hizo preguntas. El sonido de su voz me provocaba una sensación de sosiego. Oírla y verla gesticular, sus sonrisas, su disposición. Todo en ella era atrayente.

-Creo que con todo esto puedo empezar con tu fragancia. Dime qué te parece -se sentó junto a mí y me mostró el anotador-. Para las notas de salida voy a usar pimienta negra: es picante y especiada, refleja determinación... Para las notas profundas, creo que cedro del Atlas; es una madera cálida y refinada que evoca estabilidad. Y, finalmente, para las notas de fondo, esencia de jazmín, para que le dé un toque de calidez, añadiendo sofisticación.

-¿Todo eso soy?

-Encaja contigo.

-¿Cómo llegaste a esas conclusiones? -pregunté, acercándome para distraerla o para acapararla más, no sé. El calor que irradiaba su cuerpo, el aroma crudo de su piel, sus ojos fijos en mi boca.

-Por cómo te expresas. Tu presencia es fuerte, como la pimienta, pero hay una calidez en ti, como el cedro. Y el jazmín... representa esa suavidad que descubrí mientras conversábamos.

-Parece que me estudiaste con atención.

-Es parte de lo que hago. Es lo que percibo en ti. ¿Te parece bien?

-Sí -susurré. Mi cerebro empezaba a derretirse.

Se puso de pie y se alejó un poco hacia el otro extremo de la mesa. Pude verle ese trasero redondo, perfecto, y se me hizo la boca agua. No sé en qué momento decidimos jugar a seducirnos, la tensión casi podía tocarse, pero no era solo eso.

Violeta era la representación en carne y hueso de la fantasía más sucia y húmeda que había conocido y también era una sensación aplastante.

Respiré profundo.

-¿Cuándo supiste que podías recrear recuerdos con aromas? -pregunté de pronto, y ella se giró.

-No sabía; pasó un día de casualidad. Vino una señora, había perdido a su esposo recientemente. La hija arrasó con las cosas de él, se llevó todo, incluso el perfume que usaba.

-Y se lo hiciste de nuevo.

-En realidad no. Ella apenas recordaba el perfume, pero pudo hablarme durante horas sobre él. A medida que lo hacía, por mi mente pasaban imágenes que se asociaban con fragancias o esencias. Mezclé todo eso y a ella le encantó.

-¿Y antes de eso?

-Antes de eso me pedían aromas puntuales, a veces imitaciones de grandes marcas.

Me quedé callado, esperando. Tenía las manos en los bolsillos. El destilador de cobre me llamó la atención por unos momentos. Se giró de nuevo a buscar algo y me dije que tenía que moverme. Ella me llamaba con el cuerpo.

No me escuchó cuando me levanté. El piso que crujía permaneció mudo.

-¿Cómo es tu perfume? -susurré a su oído. Estaba parado detrás de ella y escuché cuando empezó a respirar por la boca.

-No sé. Nunca me hice uno.

-¿Por qué? Haces aromas para todos -resoplé un poco para que mi aliento caliente le rozara el cuello. Apoyé una mano en la mesa, acorralándola, y cuando se volteó a mirarme, no la saqué.

Me aguanté las ganas de tirarme encima en la primera oportunidad; quería que marcara ella el ritmo, quería que me diera permiso para devorarla.

-Necesito a alguien que me conozca lo suficiente para crearlo -las palabras le salieron como si me estuviera desafiando-. «Tengo que besarla», me dije.

-Quizá yo pueda ayudarte con eso -murmuré con la voz ronca. Acerqué la cara, pero me desvié unos centímetros hasta su cuello. Inhalé lentamente.

La sangre me hervía de impaciencia. Me incorporé un poco y sentí sus labios en la comisura de la boca. Apenas tocó mi piel con la punta de la lengua.

Me petrifiqué, hasta que escuché una especie de ¿bufido? que había salido de mi garganta. Sentía cómo mi cuerpo se erizaba. Clavó sus ojos en los míos, le brillaban, y me arrojé sobre ella. No fue un beso, sino una colisión, un desastre de dos desesperados por invadirse. Como si fuéramos inexpertos, inclinábamos mal la cabeza, nuestras narices se frotaban, no sabíamos qué hacer con la lengua.

Olía a todo lo que había en ese lugar, pero también a sexo, del sucio, del que mezcla manos, bocas, lenguas. Olía tan bien.

Sonrió; no la vi, pero la sentí. Esa breve pausa nos sirvió para encontrar el ritmo, para calmar el delirio. No le comí la boca, la ahogué con la mía. Atrapó las solapas de mi saco con las manos para atraerme más, para pegarme a ella, y por fin solté la mesa para abrazarla de la cintura. Estaba excitado y no podía disimularlo.

                         

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