Destrozado por amor, renacido en fuego
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Capítulo 4

Damián estaba en el umbral, su rostro una máscara de pura furia. El encanto despreocupado había desaparecido, reemplazado por algo primario y aterrador.

Se movió como un depredador.

En un borrón de movimiento, se abalanzó, agarrando al primer hombre por la garganta y estrellando su cabeza contra la pared. Un crujido repugnante resonó en la habitación. El segundo hombre se le echó encima, y Damián giró, su codo conectando con la mandíbula del hombre con una fuerza brutal.

En el caos, el tercer hombre, que se arrastraba por el suelo, sacó un cuchillo. Se lanzó, no hacia Damián, sino hacia mí.

-¡EVA! -rugió Damián, un sonido de puro terror animal.

Se arrojó frente a mí.

Vi el destello del acero. Escuché un golpe húmedo y percusivo.

El cuchillo desapareció en la espalda de Damián.

La sangre floreció a través de la tela de su camisa. Soltó un gruñido ahogado pero no cayó, hundiendo su puño en la sien del hombre. El hombre se desplomó en un montón.

Los guardias de seguridad irrumpieron, y Damián tropezó, su cuerpo aflojándose, cayendo contra mí.

-Damián -susurré, mis manos subiendo a su espalda, sintiendo la humedad cálida y pegajosa de su sangre. Mi mente se quedó en blanco. Toda la traición, toda la ira, todo se evaporó.

Yo era doctora. Él se estaba desangrando en mis brazos.

Mis manos, resbaladizas por su sangre, buscaron a tientas mi teléfono. Marqué el 911.

Pasé toda la noche en el hospital, caminando de un lado a otro fuera del quirófano, luego sentada junto a su cama. A la mañana siguiente, una enfermera me instó suavemente a ir por un café. Estaba agotada, funcionando con pura adrenalina. Finalmente cedí, dejando mi bolso en la silla de su habitación.

Estaba a mitad del pasillo cuando me di cuenta de mi error. Me di la vuelta.

Al acercarme a su habitación, escuché su voz. Estaba hablando por teléfono.

-Sí, duele como el carajo -decía, su voz cargada de un humor familiar y arrogante-. Pero valió la pena. Deberías haber visto su cara. Estaba tan preocupada.

Mi sangre se heló. Me pegué a la pared, fuera de su vista.

-Ahora estará toda suavecita y agradecida -continuó, riendo entre dientes-. El momento perfecto para finalmente meterme en sus pantalones de verdad, ¿sabes? Me ha estado volviendo loco, ella pensando que soy Adrián todo este tiempo. Quiero que sepa que soy yo.

Hubo una pausa.

-Claro que todavía me gusta Sofía -dijo, su tono displicente-. Pero un hombre puede divertirse un poco por un lado, ¿no? Especialmente cuando la del lado está tan buena como Eva. Esta noche es la noche. Puedo sentirlo.

No escuché más. No podía.

Me tapé la boca con la mano para ahogar el sollozo que se abría paso por mi garganta.

Lo había montado todo. El ataque. El rescate heroico. La herida mortal. Todo ello una actuación enferma y retorcida para hacerme sentir culpable, para hacerme sentir en deuda, para manipularme y que me acostara con él.

Me alejé de la puerta a trompicones, mi cuerpo temblando incontrolablemente, y huí del hospital como si el mismo diablo me pisara los talones.

            
            

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