Tan pronto como Connor la sacó del auto, un mayordomo angustiado se apresuró a acercarse con noticias urgentes.
"Señor Daniels, debe venir rápido. Su abuela ha vuelto a desmayarse y están intentando reanimarla. Esta es la tercera vez... Los médicos dicen que su corazón está fallando y que su estado es muy crítico...".
La expresión de Connor se torció en una de ira.
Marissa retrocedió instintivamente, sintiendo la intención asesina que emanaba de él.
Antes de que pudiera reaccionar, él la agarró por la garganta y la estrelló contra la puerta del auto.
Su agarre era el de un loco, su mano apretando el cuello de la chica hasta el punto de que casi se desmaya.
"¡Más te vale que mi abuela supere esto! Si no lo hace, ¡me aseguraré de que te entierren junto a ella!".
Tras un último apretón amenazante, la soltó y entró furioso en la residencia.
Jadeando en busca de aire, Marissa se agarró la garganta amoratada y tosió dolorosamente.
La sensación de haber rozado la muerte la dejó aterrorizada, pero también encendió en ella una furia incontenible.
¡Este hombre estaba completamente loco!
Y lo peor era que aún no se había dado cuenta de que se había casado con la mujer equivocada.
Dada su estado actual, si la anciana moría, estaba segura de que él cumpliría su amenaza de enterrarla viva.
Para asegurar su supervivencia hasta que la verdad saliera a la luz, sabía que debía intentar salvar a su abuela.
Con esa determinación, reunió las pocas fuerzas que le quedaban y lo siguió al interior de la mansión.
Dentro del dormitorio, Arabella Daniels, una anciana de pelo plateado, yacía inmóvil en la cama.
El personal médico luchaba desesperadamente por salvarla, pero los monitores que seguían sus constantes vitales indicaban que su tensión arterial y su ritmo cardíaco eran críticamente bajos.
Connor se detuvo en el umbral, con el rostro contraído por la angustia. Marissa, justo detrás de él, contuvo el aliento.
De pronto, el pitido rítmico del monitor cardíaco cesó, reemplazado por un tono agudo y continuo.
El equipo médico se detuvo un instante, para luego reanudar con frenesí sus esfuerzos por reanimarla.
Pero el corazón no respondió.
Finalmente, el médico jefe dijo con gravedad: "La señora Daniels ha fallecido. Por favor, acepten nuestras condolencias".
Connor no podía aceptarlo. Sus ojos, ya enrojecidos, se volvieron salvajes de dolor.
"¡No! ¡Sigan intentándolo! ¡Usen todos los medios necesarios, cueste lo que cueste!".
El doctor suspiró y replicó con pesar: "Señor Daniels, su corazón se ha detenido. Es inútil continuar".
Connor estaba al borde del colapso.
Había perdido a sus padres de niño y su abuela lo crio; era la única familia que le quedaba.
"No, no puede irse así. Quería verme casado, conocer a sus bisnietos... Dijo que solo entonces podría descansar en paz".
Un silencio sepulcral se apoderó de la habitación; nadie se atrevía a hablar. Finalmente, Neil Daniels, el hermano de Connor, rompió el silencio con un comentario despectivo. "¡Basta, Connor! ¿De qué sirve esa farsa ahora?".
Era el hermano mayor de Connor, veintitrés años mayor que él. Sus palabras eran muy duras.
"Arabella murió por el disgusto que le causó tu prometida fugitiva. Su muerte es tu culpa. Ni siquiera puedes controlar a una mujer, ¿y pretendes que te confiemos el liderazgo de toda la familia? Si tienes algo de remordimiento, cede el control, las acciones y la dirección de los negocios".
Connor apretó la mandíbula, luchando por no desmoronarse.
Neil siempre había resentido que su abuela le confiara a Connor el control de la familia y las acciones, en lugar de a él, el nieto mayor. Por eso, nunca perdía la oportunidad de culparlo.
Normalmente, Connor no habría tolerado las acusaciones de su hermano y tendría una respuesta mordaz para mantener a raya al manipulador.
Pero ese día, no tenía ánimos para discutir. Estaba demasiado abrumado por el dolor y lo único que anhelaba era que su abuela pudiera, por fin, descansar en paz.
Pero su otro hermano, Glenn, postrado en una silla de ruedas, no pudo soportarlo más.
"Neil, la abuela eligió a Connor. ¡Es indecoroso que intentes arrebatarle el liderazgo y las acciones justo ahora!".
"Glenn, ¿desde cuándo tienes tú voz o voto en esta familia?". La esposa de Neil, Lorna Daniels, intervino bruscamente antes de que su esposo pudiera responder, con la voz cargada de sarcasmo. A pesar de su maquillaje impecable, su malevolencia era descaradamente visible.
"Connor no tiene la integridad para ese puesto. ¡Lo justo es que entregue el liderazgo y las acciones! Y tú, un inútil en esa silla de ruedas, ¿acaso crees que tienes derecho a opinar?". Era conocida por su lengua afilada y siempre sabía golpear donde más dolía.
Como era de esperar, el rostro de Glenn se contrajo en una mueca de dolor. Se aferró a sus propias rodillas, incapaz de responder, ahogado por la angustia.
Desde un rincón, Marissa observaba el drama familiar en silencio, completamente ajena a sus disputas de poder.
Mientras los demás se enzarzaban en la discusión, su atención permanecía fija en la anciana sobre la cama.
Mientras la discusión se intensificaba, Marissa dijo con calma: "La señora Daniels aún puede salvarse...".