Ella se puso tan pálida como un fantasma. 
Juana Saunders, el amor de infancia del hombre, siempre había ocupado el primer lugar en la vida de su prometido, con quien ya llevaba cinco años. De hecho, cada vez que ella lo necesitaba, Felix no dudaba en dejarla plantada.
Le decía que Juana era como una hermana y le pedía que lo entendiera. 
Y ella había cedido, una y otra vez. 
Pero hoy era su boda, su gran día. 
¿Y qué si Juana lo necesitaba? ¿Tenía derecho a abandonarla justo ahora? 
Con la voz quebrada, murmuró: "No, no te vayas. La boda no puede seguir sin ti. Pase lo que pase, quédate, por favor, Felix, te lo suplico".
"¡Ya basta! Deja de ser tan egoísta. Podemos posponer la boda, pero Juana está lastimada. Si no voy, ¿vas a cargar con eso? ¡Apártate!", estalló él, exasperado. 
Sin darle tiempo a reaccionar, la empujó con brusquedad. 
La joven se tambaleó, sus tacones cedieron y cayó al suelo. Desde allí, aturdida y sin aliento, lo vio alejarse sin mirar atrás. 
De pronto, su teléfono comenzó a vibrar. 
Respondió sin pensar, y al otro lado una voz femenina, arrogante y triunfal, la congeló. 
Su cuerpo se tensó al reconocerla. Con la mandíbula apretada, murmuró: "Juana, lo hiciste a propósito, ¿no? Lo llamaste con alguna mentira". 
"Así es. ¿Y qué vas a hacer? Solo quería recordarte que, para él, yo siempre seré la prioridad. Apuesto a que te pasaste meses planeando eso, ¿verdad? Qué desperdicio: tanto esfuerzo, tantos sueños rotos. Honestamente, casi siento pena por ti".
La otra miró la blancura impecable de su vestido y comprendió, con un nudo en la garganta, que los últimos cinco años no habían sido más que una cruel farsa. 
Huérfana desde niña, siempre había anhelado una familia, un amor que pudiera llamar suyo. 
Pero él fue incapaz de dárselo. 
Era hora de dejar de suplicar por algo que jamás le perteneció. 
Una risa seca y helada brotó de sus labios y respondió: "Aún no cantes victoria. La boda no se cancelará".
"¿Estás completamente loca? Felix es el novio. Ni siquiera está presente. ¿Cómo planeas tener una boda sin él?", inquirió su enemiga, del otro lado de la línea, cambiando de tono. 
Los labios de Linsey se curvaron en una sonrisa irónica. 
¿Quién dijo que el novio tenía que ser Felix? 
Una idea audaz comenzó a tomar forma en su mente. 
Su voz adquirió un tono firme y cortante. "Hazme un favor. Dile a Felix que me repugna. Que no vale ni un segundo más de mi vida. Y tú, si tanto lo quieres, quédatelo. Un cobarde y una perra hacen la pareja perfecta. Les deseo suerte".
"Linsey, te lo advierto. No te atrevas a pasarte de la raya, o...", chilló Juana, del otro lado de la línea. 
Pero antes de que terminara, Linsey colgó. 
Respiró hondo, contuvo las lágrimas y se obligó a moverse. Apenas quedaban treinta minutos para el inicio de la ceremonia. 
Se alzó el vestido y echó a correr. Para su sorpresa, la entrada estaba custodiada por hombres de traje oscuro, claramente guardaespaldas. Su presencia imponía respeto mientras registraban cada rincón, buscando algo o a alguien. 
Entre ellos, un hombre en silla de ruedas, con atuendo de novio, destacaba por su porte imponente. Aunque inmóvil, emanaba una frialdad que parecía congelar el ambiente. 
Su voz, cargada de autoridad contenida, resonó cuando se dirigió a su escolta. "La ceremonia está a punto de comenzar. ¿Ya encontraron a Haven?".
"Señor Riley, hemos revisado todo el perímetro, pero no hay señales de la señorita Walton. Todo indica que huyó", respondió uno de sus empleados con vacilación, visiblemente nervioso. 
"¿Huyó?", respondió el jefe, manteniendo su tono frío y su mirada implacable se agudizó, como la de un depredador al acecho.
Linsey entendió de inmediato que aquel hombre también había sido abandonado en el altar. 
Sin dudar, se alzó el vestido y avanzó hacia él. 
Uno de los escoltas se interpuso de inmediato, con gesto vigilante. 
"¿Qué crees que estás haciendo?". 
El desconocido dirigió la mirada hacia ella; su sola presencia imponía, como una tormenta contenida a punto de estallar. 
Pero la joven no se inmutó. Con voz firme, le sostuvo la mirada sin titubear. "Señor, supe que tu novia huyó. Si me lo permites, ocuparé su lugar. Seré tu novia".