Destinos errantes
img img Destinos errantes img Capítulo 7 ¿Por obligación
7
Capítulo 9 Besos de azúcar img
Capítulo 10 Él era mi felicidad img
Capítulo 11 Una mentira más img
Capítulo 12 Dos secretos que guardar img
Capítulo 13 Dos secretos que guardar II img
Capítulo 14 Una verdad img
Capítulo 15 Una verdad II img
Capítulo 16 Compromiso img
img
  /  1
img

Capítulo 7 ¿Por obligación

Emilia Díaz

Los días siguientes a mi reconciliación con Esteban fueron, en una palabra, perfectos. Ahora, él tomaba mi mano sin pedir permiso, como solía hacer antes, cuando apenas había contacto físico entre nosotros. Nos besábamos y abrazábamos con ternura, comportándonos finalmente como una pareja normal.

Además, en casa las cosas también habían cambiado. Mi padrastro Lorenzo parecía más tranquilo; ya no me gritaba como antes. Las comidas en familia, tanto el desayuno como la cena, habían dejado de ser un campo de batalla. Algo me decía que Álvaro había hablado con él sobre este asunto. Una tarde, Lorenzo incluso me sorprendió dándome dinero para comprar lo que necesitara, ya fuera ropa o materiales para la escuela. Fue un gesto inesperado, ya que antes siempre debía acudir a mi mamá si quería algo. Aún me costaba procesar este nuevo trato.

Al salir de clases, Gabriela y yo bajamos juntas las escaleras desde el aula hasta la explanada de la facultad. Platicábamos animadamente sobre las clases y sobre qué libro elegir para la reseña crítica que nos había pedido el maestro de redacción.

- ¿Sobre qué harás tu reseña, Gabs? - pregunté mientras caminábamos hacia el jardín. Tenía que esperar allí a que Esteban saliera de sus clases.

Gabriela suspiró dramáticamente, rodando los ojos.

- No tengo idea, Emilia. Esto de la literatura me sobrepasa. Debí haber escogido otra carrera - dijo haciendo una mueca de frustración. - Pero bueno, mis padres me matarían si les dijera que no nací para las letras. ¿Y tú? ¿De qué libro harás tu reseña?

Me detuve a pensar unos segundos. Había tantos libros que consideraba entre mis favoritos.

- Tal vez la haga sobre La princesa del Nilo, de Pauline Gedge. Es una novela basada en la vida de Hatshepsut, la primera mujer faraón de la que se tiene registro en la historia de Egipto. Era la hija de Tutmosis I - respondí con entusiasmo mientras sacaba el libro de mi mochila y se lo tendía para que lo viera.

Gabriela miró el libro de reojo y luego puso los ojos en blanco con una sonrisa resignada.

- ¿Y si haces la tarea por mí? - soltó con tono sarcástico, juntando las manos en un gesto de súplica.

- Claro que no, Gabs - le respondí con una sonrisa divertida. Ella sabía que jamás haría una tarea por nadie, mucho menos ahora que estábamos tan cerca de graduarnos. Si no le gustaba nuestra carrera, aún así tenía que asumir su responsabilidad.

Antes de que pudiera agregar algo más, sentí cómo unos brazos masculinos y familiares rodeaban mi cintura. Una voz baja y sensual susurró en mi oído:

- Hola, mi pequeña Ada de los libros.

El tono de su voz y el calor de su cuerpo provocaron un estremecimiento delicioso que recorrió todo mi cuerpo. Solté una risita al escuchar el apodo. "Ada de los libros"... Me gustaba cómo sonaba.

Me giré para quedar frente a Esteban. Levanté mis manos y las apoyé suavemente en su rostro, atrayéndolo hacia mí. Sin decir nada, posé mis labios sobre los suyos en un beso suave pero lleno de emoción. Esteban respondió con intensidad, rodeándome con más fuerza y subiendo el tono del beso de una manera que hizo que el mundo a nuestro alrededor desapareciera por completo.

Por un momento, olvidé todo lo demás: los problemas con Lorenzo, las dudas que aún me rondaban en la cabeza... Todo se desvanecía cuando estaba en sus brazos.

- ¡Ya suelta a mi amiga, Esteban! ¡Te la vas a devorar! - exclamó Gabriela, observándonos con cara de fastidio mientras posaba las manos en su cintura.

Conocía bien esa expresión. Desde que se enteró de que Esteban me había sido infiel, mi amiga no podía ocultar su desprecio hacia él. Cuando le conté que habíamos decidido darnos otra oportunidad, fue la primera en criticar mi decisión. Intenté explicarle cómo habían sucedido las cosas y por qué lo había perdonado, pero parecía que Gabriela no estaba dispuesta a confiar en él. Ahora, cada vez que lo veía, lo saludaba de mala gana, casi por obligación.

Esteban soltó una carcajada gutural, visiblemente divertido. Se apartó ligeramente de mí, aunque su brazo seguía rodeando mi cintura.

- Si pudiera, lo haría - respondió entre risas, refiriéndose a lo de devorarme.

Gabriela frunció el ceño, aún más molesta.

- No hagas bromas conmigo, Esteban. No me caen bien - replicó, cruzándose de brazos.

- Anda, Gabriela, no te enojes. Prometo no robarte a tu amiga - respondió él con una sonrisa juguetona. Mientras hablaba, me dio un par de besos suaves en la sien, gestos que yo acepté con una pequeña sonrisa. - Para compensar, las invito a la inauguración del antro de un amigo de mi padre. Tengo una mesa VIP reservada a mi nombre porque mi papá me pidió que fuera en su representación. Habrá algunos amigos míos también.

Gabriela arqueó una ceja, desconfiada.

- Más te vale no invitar a Marcela - espetó con un tono ácido.

La mención del nombre hizo que yo también tensara ligeramente los hombros, aunque intenté disimularlo.

- ¡Por supuesto que no! - respondió Esteban con firmeza, su expresión ahora más seria. - Emilia sabe que entre Marcela y yo no hay absolutamente nada.

- Eso espero, Esteban. No quiero que le vuelvas a romper el corazón a mi amiga - sentenció Gabriela, mirándolo fijamente.

Esteban sostuvo su mirada sin titubear.

- No tienes de qué preocuparte, Gabriela. Yo solo tengo ojos para Emilia - dijo antes de girarse hacia mí y darme un beso suave en los labios.

Gabriela suspiró con resignación.

- Está bien, ahí nos vemos - respondió finalmente, aunque su tono seguía sonando un tanto renuente.

Se acercó para despedirse de mí con un beso en la mejilla, mientras que a Esteban le sacó la lengua en un gesto infantil. Para su frustración, él simplemente rió ante su comportamiento, como si lo encontrara más divertido que ofensivo.

- ¡Qué madurez, Gabriela! - comentó Esteban, burlándose mientras ella se alejaba.

La vimos caminar hacia su auto, abrir la puerta y desaparecer en cuestión de segundos. Esteban aún tenía esa sonrisa entretenida en el rostro cuando volvió a mirarme.

- Tu amiga es un caso, ¿lo sabías?

- Lo sé, pero también sé que tiene un gran corazón. Solo quiere lo mejor para mí - respondí con sinceridad, aunque sabía que su actitud hacia él no cambiaría tan fácilmente.

Esteban asintió, como si comprendiera.

- Supongo que tendré que esforzarme más para ganarme su confianza.

Esteban Cazares

La llevé al parque que sabía que le gustaba, un lugar rodeado de jardines vibrantes y árboles que ofrecían sombra y tranquilidad. Emilia encontraba consuelo en la naturaleza, especialmente cuando tenía un libro en sus manos. Y yo encontraba consuelo en ella, en tenerla cerca, en saber que, al menos por ahora, era mía.

Estaba sentada entre mis piernas, apoyando su espalda en mi pecho mientras yo acariciaba su mano con cuidado. Cada vez que la tocaba, sentía que el mundo desaparecía, y en su lugar solo quedábamos nosotros. Me inclinaba hacia ella, aspirando el aroma de su cabello, floral y dulce, un recordatorio constante de por qué no podía dejarla ir. No era solo atracción. Era necesidad, era obsesión, una certeza perturbadora de que ella era mía y de nadie más.

-Emilia... -murmuré, dejando que mi voz acariciara su nombre como si fuera una plegaria.

Ella se giró levemente, sus ojos oscuros buscándome. Esos ojos, tan ingenuos, tan llenos de una dulzura que a veces me enervaba. Aún no entendía completamente cuánto poder tenía sobre mí. Su piel, pálida y suave, se sonrojaba con mi proximidad, y esa vulnerabilidad hacía que algo en mi interior quisiera protegerla y poseerla al mismo tiempo.

-¿Sabías que tu padrastro ha estado presionando a mi padre para que firme un contrato de exclusividad por diez años con su empresa? -pregunté, mi tono neutral, casi gélido. No podía permitir que Lorenzo Díaz jugara con nosotros. No con lo que era mío.

La reacción de Emilia fue inmediata; bajó la mirada como si cargara una culpa secreta. Agarré su barbilla, obligándola a mirarme.

-Emilia, necesito que me digas la verdad. ¿Tu padrastro te está obligando a estar conmigo? ¿Con qué te chantajea? -Mi voz salió más ronca de lo que esperaba, traicionando mi rabia contenida.

Sus ojos se abrieron de manera abrupta.

-¡Esteban, no estoy contigo por obligación! -respondió apresuradamente, pero algo en su voz me decía que no estaba contando todo.

Pasé una mano por su cabello, acariciándolo con suavidad, tratando de calmarla.

-Te creo... ahora. Pero al principio, ¿sí? Por eso eras tan fría conmigo, ¿verdad? -De nuevo, su silencio fue todo lo que necesité para confirmar mis sospechas.

Emilia parecía temblar bajo mi mirada, y eso solo alimentaba mi deseo de protegerla y retenerla.

-Emilia, tienes que confiar en mí. Si mi padre está retrasando ese contrato es porque yo le pedí que lo hiciera, por nosotros. No quiero que Lorenzo tenga ningún tipo de control sobre ti.

Ella asintió débilmente antes de dejarse caer de rodillas frente a mí, sujetando mis manos con fuerza. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.

-Mi padrastro es un hombre despreciable... -susurró, sus palabras llenas de odio-. Me ha amenazado toda mi vida, siempre diciéndome que no podré ver a mi papá si no hago lo que él quiere. Solo lo veo una vez al año, Esteban... una vez. Y mi mamá... -su voz se quebró-. Mi mamá no hace nada. Nunca me ha defendido.

Sus palabras hicieron que algo en mi interior se agitara violentamente. No era compasión. Era una furia contenida que ardía en mi pecho. Nadie, absolutamente nadie, tenía el derecho de tratar a Emilia así.

La atraje hacia mí, abrazándola con fuerza. Mi promesa fue tan firme como la determinación que me consumía.

-Te prometo que nadie te hará daño nunca más. Solo dame unas semanas.

Se apartó de mí, sus ojos buscaron respuestas en los míos.

-¿Qué harás? -preguntó, con un tono de voz teñido de preocupación.

Le dediqué una sonrisa que intenté que pareciera tranquilizadora.

-Lo sabrás a su debido tiempo. Solo confía en mí.

La acerqué a mí, besándola lentamente, disfrutando de cada segundo en el que podía saborear su suavidad. Emilia era mía. Y si tenía que destruir todo a su alrededor para que así fuera, no dudaría en hacerlo.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022