Aún no podía dejar de pensar en lo que Esteban me había dicho esta tarde, que pronto ya no tendría que preocuparme por mi padrastro. Su tono había sido serio, y aunque no me dio detalles, me dejó inquieta. ¿Qué podrían estar planeando él y su padre? Aunque confiaba en Esteban, la idea de enfrentar la furia de Lorenzo me aterraba.
Decidí mantener mis pensamientos a raya mientras terminaba de arreglarme. Dejé mi cabello suelto, adornado solo con una diadema negra con detalles plateados que combinaba con el vestido. Este era de un solo hombro, elegante pero no demasiado revelador. No quería llamar demasiado la atención, aunque, con mi cabello rojo, ya sabía que sería inevitable atraer algunas miradas. Completé el look con unos tacones bajos, lo suficientemente cómodos para bailar con Esteban toda la noche.
Cuando Pedro, el mayordomo, me avisó que Esteban ya me estaba esperando afuera, sonreí frente al espejo. Me gustaba lo que veía. Salí de mi habitación con prisa, bajando las escaleras, pero me detuve de golpe al encontrarme cara a cara con Álvaro, que venía saliendo del despacho de su padre.
-¿A dónde vas? -preguntó, su tono era más severo de lo habitual, como si estuviera cargado de algo que no lograba descifrar.
Di un paso atrás; la cercanía entre nosotros era demasiado incómoda.
-Voy a salir con Esteban -respondí con simpleza, intentando rodearlo para seguir mi camino.
Antes de que pudiera avanzar, sentí cómo su mano se cerraba alrededor de mi brazo, obligándome a girar hacia él. Mi ceño se frunció por la confusión, no sabía el por que de tanta insistencia.
-¿A dónde van? -volvió a preguntar, con tono exigente.
-A un antro, pero no sé cuál es. Es de un amigo del padre de Esteban -expliqué.
Por un momento, pensé que no me dejaría ir, pero entonces soltó mi brazo y abrió la puerta de la casa. Sus ojos, siempre tan profundos y oscuros, me observaron como si quisieran decir algo más, pero guardó silencio. Salí aliviada, aunque una parte de mí seguía sintiendo el peso de su mirada fija en mi espalda.
Bajé los escalones de la entrada principal, cuidando de no tropezar por culpa de los nervios. Esteban estaba ahí, esperándome, recargado en la puerta del copiloto de su auto. Su mirada se fijó en mí, intensa, llena de admiración y algo más... algo que no podía nombrar pero que hacía que mi corazón latiera más rápido. Estaba impresionante, su camisa de manga larga negra se ceñía a su torso musculoso, y el pantalón a juego le daba un aire elegante pero casual. Todo en él irradiaba confianza, y era imposible no sentirse atraída.
-Te ves hermosa -dijo mientras rodeaba mi cintura con sus brazos. Su voz era cálida, y el beso que me dio después me hizo olvidar cualquier inquietud. Sus labios tenían ese inconfundible sabor a menta, y su cercanía siempre me hacía sentir segura, aunque a veces demasiado vulnerable.
-Tú también te ves muy apuesto -respondí, acariciando su mejilla y pasando mis dedos por su cabello, justo por encima de su oreja.
Esteban sonrió, pero en sus ojos había algo más, un deseo apenas contenido que se reflejaba en la forma en que rozó su nariz con la mía. Su mirada, intensa y dominante, me desarmó por completo. Sentí cómo mi cuerpo respondía, una mezcla de nervios, algo que no podía ignorar pero tampoco quería admitir. ¿Era normal sentir este tipo de emociones tan fuertes? ¿Por qué a veces me sentía igual cuando Álvaro me miraba? 
Sacudí esos pensamientos. 
-Tráela temprano.
La voz ronca a mi espalda me hizo girar de inmediato. No entendía por qué estaba actuando de esa manera. Álvaro se mantenía firme, con expresión seria, casi fría.
Esteban entrecerró los ojos, su mandíbula se tensó.
-Pensé que les daba gusto que Emilia fuera mi novia -respondió con ironía, un tono despectivo escondido en sus palabras.
Álvaro le sostuvo la mirada sin inmutarse. Su postura era relajada, pero su mirada lo decía todo. Desafiante, calculadora. Con un movimiento pausado, deslizó una mano dentro del bolsillo de su pantalón, como si la conversación no tuviera importancia.
-Entonces no será necesario que te pida que la cuides.
El tono de su voz estaba cargado de algo más que simple enfado. Era una advertencia.
Sentí mi espalda tensarse mientras Esteban, aún sujetándome por la cintura, respondía con una seguridad que casi rozaba la arrogancia.
-La cuidaré bien -aseguró, acariciando mi mejilla antes de girarse para abrir la puerta del auto.
Subí al coche sin decir nada, pero antes de que Esteban arrancara, mis ojos se encontraron con los de Álvaro a través del parabrisas. Su mirada se mantenía fija en mí, indescifrable. Un escalofrío me recorrió la espalda. Él siempre había sido amable conmigo... ¿por qué ahora parecía tan distante? ¿Tan diferente?
Esteban rompió el silencio con un tono divertido, pero cargado de burla:
-No sabía que tu hermanastro fuera tan sobreprotector contigo.
Parpadeé, intentando disipar la sensación extraña que Álvaro me había dejado.
-Lo siento... No sé por qué se comportó así. Tal vez ha tenido un mal día -murmuré, más para convencerme a mí misma que a Esteban.
Aun así, la inquietud seguía ahí, instalada en el fondo de mi pecho, como un presentimiento que no lograba sacudirme. Esteban me hacía sentir amada de una manera tan dulce y Álvaro era todo lo contrario, él me encendía por dentro con solo mirarme.
...
Álvaro Duarte
Sentía cómo mi cuerpo ardía de furia mientras veía el auto desaparecer en la distancia. ¿Por qué Esteban Cazares podía estar con Emilia y yo no? Esa pregunta me taladraba la mente como un martillo constante, llenándome de un vacío que pronto se transformó en un calor abrasador.
Subí las escaleras apresuradamente, ignorando a cualquiera que pudiera cruzarse en mi camino, hasta llegar a mi habitación. Cerré la puerta de un portazo y me dejé caer en el borde de la cama. Apreté mi cabeza con ambas manos, como si el simple acto de presionar pudiera sofocar la tormenta que rugía dentro de mí. Pero no sirvió de nada. Solté un gruñido gutural que apenas reconocí como mío y me puse de pie de golpe.
Necesitaba desahogarme. Liberar todo este fuego que me estaba consumiendo. Sin pensarlo, comencé a tirar todo lo que encontraba a mi paso. La lámpara cayó al suelo con un estruendo, los libros volaron por los aires, y un jarrón se rompió en mil pedazos contra la pared. Pero ni siquiera eso fue suficiente.
No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando finalmente paré, mi habitación era un caos absoluto, reflejo de lo que sentía dentro. Me apoyé contra la pared, respirando con dificultad, intentando recordar los ejercicios de respiración que el doctor me había enseñado. Inhala profundo, cuenta hasta diez, exhala... Pero nada funcionaba. Emilia, su sonrisa, su risa, seguían apareciendo en mi mente, como si su imagen fuera un cuchillo hundiéndose más y más en mi pecho.
-Pensé que los ataques de ira habían quedado atrás...
La voz de mi padre me sobresaltó. Estaba de pie, recargado en el marco de la puerta, observándome con una mezcla de desaprobación y preocupación. Ni siquiera me di cuenta de que había entrado.
Lo miré fijamente, mi rabia buscando un nuevo objetivo, pero sus palabras eran ciertas. Yo también había pensado que había superado esto, que la ira que me había perseguido toda mi vida estaba controlada. Pero no. Aquí estaba de nuevo, tan fuerte como siempre. Esta vez no era solo ira; eran celos.
-Necesito tomar aire -murmuré, con voz quebrada.
Mi padre no dijo nada más. Se hizo a un lado, dejándome pasar.
Salí al jardín lateral, donde la oscuridad de la noche apenas lograba apaciguar mi estado. Caminé hasta el viejo fresno, ese árbol que había estado ahí desde que tengo memoria. Pero esta vez, no vi un árbol. Vi el rostro de Esteban Cazares.
Sin pensarlo, golpeé el tronco con toda mi fuerza. Una y otra vez, con ambos puños, descargando todo el odio y la impotencia que me carcomían. Ni siquiera sentí cuando la piel de mis nudillos comenzó a abrirse, dejando salir sangre que goteaba al suelo, mezclándose con el sudor que corría por mi frente.
Finalmente, cuando no me quedaron fuerzas, me dejé caer de rodillas en el suelo. El fresco césped parecía burlarse de mi calor interno. Miré mis manos ensangrentadas, temblando, y sentí un vacío que era aún peor que la furia.
Al entrar a la casa, mi padre me esperaba frente a la puerta principal. Su mirada recorrió mis manos, y su expresión fue suficiente para hacer que apartara la vista.
-Mañana no asistirás a la oficina. Haz una cita con el psiquiatra -dijo con su tono firme y autoritario.
No respondí. No tenía fuerzas para discutir. Solo asentí y subí las escaleras hasta mi habitación.
Me dirigí directo al baño, deshaciéndome de la ropa lentamente, como si cada movimiento fuera un castigo. Entré en la bañera y dejé que el agua caliente envolviera mi cuerpo, viendo cómo la sangre de mis manos teñía el agua de un rojo pálido. Cerré los ojos, dejando que mi cabeza descansara contra el borde frío.
Habían pasado casi cinco años desde el último episodio. Pensé que lo había dejado atrás. Pero recordaba aquel día como si hubiera sucedido ayer: descubrir que mi novia de la universidad me había sido infiel, el dolor insoportable, la decepción que me desgarraba. Tuve que internarme porque los ataques de irá, las taquicardias y la ansiedad me estaba matando.
Ahora, Emilia... Ella era diferente. Con ella era distinto. Lo que sentía por Emilia no era solo atracción; era algo que no podía explicar. Su risa me traía calma, pero verla con él... verlo a él, tocarla como si fuera suya... Eso era lo que me estaba consumiendo.
Me recosté más en la bañera, dejando que el agua tibia me calmara. Necesitaba controlarme. Necesitaba recuperar el control antes de que fuera demasiado tarde y recaer en mi enfermedad una vez más. No quería eso, no quería sufrir por amor, era el sufrimiento más doloroso.
Mañana llamaría al psiquiatra. Por ella.