Le compraba a Sofía una nueva bolsa Birkin cada temporada, pero olvidó mi cumpleaños el mes pasado. Inició una guerra con Grupo M, una organización rival, porque se habían echado para atrás en un trato inmobiliario que habría perjudicado a un spa que a Sofía le gustaba. Para mí, ni siquiera podía contestar el teléfono.
Organicé el funeral de Luca sola. Un servicio pequeño y silencioso. No quería que el dinero sucio de Dante manchara lo único puro que me quedaba. Llevé la pequeña caja de cenizas a la costa y las esparcí en el mar gris y agitado, susurrando un último adiós a mi brújula moral, a mi única familia.
Siete días después de la muerte de Luca, Dante finalmente llamó.
-Me enteré de lo de Luca -dijo, su voz un murmullo bajo. No se disculpó. Ofreció una excusa-. Los recursos médicos... estaban ocupados en una situación delicada. Fue inevitable.
El hielo fluyó por mis venas.
-¿Una situación delicada? -repetí, mi voz peligrosamente tranquila-. ¿Te refieres a asistir el parto de los gatitos de Sofía? ¿Esa era la emergencia de vida o muerte, Dante?
-No seas así, Elara -suspiró-. Luca también era familia para mí. Lo sabes.
Al fondo, escuché la voz de ella, ligera y musical.
-Dante, cariño, ¿vuelves a la cama?
Ni siquiera tuvo la decencia de llamarme desde otra habitación.
Colgué. Me negué a que me diera otra mentira.
Mi mano fue al cajón de mi buró, sacando un sobre manila. Dentro estaban los papeles de divorcio que me había arrojado hacía seis meses durante una pelea. *"Si tan infeliz eres, entonces lárgate"*, había gruñido. No estaba lista entonces. Ahora sí.
Mi firma fue firme, un tajo negro que cortaba nuestra historia.
Tenía que volver al viejo departamento una última vez, el de la colonia popular donde Luca y yo crecimos, donde había salvado a Dante. Necesitaba empacar las cosas de Luca, los últimos pedazos tangibles de él.
Al doblar en la calle familiar y sucia, la vi estacionada bajo un farol parpadeante. La Suburban blindada de Dante. Una bestia negra y elegante en una jungla de concreto en decadencia.
Mi corazón martilleaba contra mis costillas. Me metí en un callejón oscuro al otro lado de la calle, mi cuerpo oculto por las sombras. A través de los vidrios polarizados de la camioneta, pude ver sus siluetas. Dante y Sofía.
Se inclinó y la besó, un beso largo y apasionado que hizo que se me revolviera el estómago. Cuando se separaron, ella abrió la puerta para salir. Su tacón aterrizó en un charco turbio.
-¡Ay, qué asco! -se quejó, retirando el pie.
Dante salió de la camioneta en un segundo. Se quitó el saco de su traje de miles de pesos, el que yo le había elegido, y lo puso sobre la suciedad para que ella caminara. El mismo hombre que no se molestó en aparecer para el último aliento de mi hermano ahora trataba a su amante como una reina por un charco sucio.
-¿Para qué me trajiste a este pinche muladar? -preguntó Sofía, pisando con gracia su saco y luego el pavimento.
La voz de Dante era baja, pero escuché cada palabra.
-Voy a comprar toda la cuadra. Voy a demolerlo todo y a construirte un centro comercial. Un regalo.
Iba a demoler nuestra historia. El lugar donde lo salvé. El lugar que Luca llamaba hogar. Lo estaba borrando todo, por ella.
Una ola de náuseas me invadió. Retrocedí tropezando, mi pie aterrizó en una botella de plástico vacía.
*CRAC.*
El sonido resonó en el callejón silencioso.
Al otro lado de la calle, dos cabezas se giraron bruscamente en mi dirección.