De las cenizas, un nuevo amor renace
img img De las cenizas, un nuevo amor renace img Capítulo 5
5
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 5

ABRIL:

Delirando.

La palabra resonó en el pasillo silencioso, un juicio final dictado por el hombre que se suponía que era mi protector, mi compañero, mi amor. Me miró como si fuera una extraña, una lunática delirante en una esquina de la calle.

Recordé una vez, hace años, cuando me había mirado con tanta ternura y dijo: "Abril, eres demasiado blanda para este mundo. Qué bueno que me tienes a mí para protegerte".

Ahora, ese mismo hombre estaba de pie ante mí, sus ojos llenos de hielo, creyendo las mentiras de una serpiente venenosa por encima de las súplicas desesperadas de su propia esposa. Solo bastaron unas pocas lágrimas de cocodrilo de Brenda, y su percepción de mí, de nosotros, de todo, se había deformado irrevocablemente.

-Alejandro -susurré, mi voz ronca por un dolor tan profundo que parecía no tener fondo. -Ella lo admitió. Me dijo que le tendió una trampa a Daniel. Solo... solo investiga. Por favor. Investígalo. Verás que digo la verdad. -Yo era un desastre, mi rostro surcado de lágrimas y rímel, mi brazo sangrando, todo mi ser gritando de injusticia. Solo necesitaba que mirara, que usara esa mente brillante e incisiva suya para mí, por la verdad, solo una vez.

Soltó una risa corta e incrédula. -¿Investigar qué, Abril? ¿Que Brenda, una mujer que fue violada públicamente, inventaría un plan elaborado y autodestructivo solo para... qué? ¿Vengarse de tu familia? No tiene ningún sentido. -Sacudió la cabeza, su expresión una de lástima y asco. -Tu hermano es un violador convicto. Eso es un hecho, establecido en un tribunal de justicia. Un tribunal donde yo, desafortunadamente, tuve que estar de pie y escuchar los sórdidos detalles.

La crueldad casual de sus palabras me robó el aliento. -¿Por qué? -jadeé, la pregunta arrancándose de mi alma. -¿Por qué no me crees?

Su mirada era fría, su respuesta una cuchilla en mi corazón. -Porque no vale la pena creerte.

Un escalofrío, tan profundo que se sintió como la muerte, se extendió por mis venas. No era solo una falta de creencia; era una retirada fundamental de mi valor como persona. Recordé ser una adolescente, un rumor tonto que se extendió sobre mí en la escuela. Alejandro, que entonces era solo el brillante amigo mayor de mi hermano, había pasado todo un fin de semana rastreando la fuente de la mentira y desmantelándola sistemáticamente, no porque se lo pidiera, sino porque, como había dicho, "La verdad importa. Y tú mereces la verdad".

Ese hombre se había ido. O tal vez, nunca había existido para mí. Solo había existido al servicio de su propio ego, de su propia narrativa. Y en la historia que se estaba contando a sí mismo ahora, Brenda era la damisela, y yo era el dragón.

No era que no pudiera creerme. Era que no quería. Porque creerme significaría admitir que estaba equivocado. Significaría que su noble sacrificio por Brenda fue una misión de tontos, que lo habían engañado y que había destruido a una familia inocente por nada. Alejandro de la Vega nunca se equivocaba.

Una extraña y desolada calma se apoderó de mí. La lucha había terminado. La esperanza se había ido. No quedaba nada más que el dolor hueco de la pérdida absoluta.

-Me voy -dije, mi voz inquietantemente firme. Me levanté, ignorando el dolor punzante en mi brazo. -Se acabó. Pueden quedarse el uno con el otro. -Yo era el mal tercio en mi propio matrimonio.

Me di la vuelta para alejarme, pero Brenda, la actriz consumada, de repente se abalanzó hacia adelante y agarró mi brazo ileso. -¡Abril, no! ¡Por favor, no te vayas! -gritó, su rostro una máscara de angustia. Luego, hizo algo tan audaz, tan performativamente demente, que solo pude quedarme mirando. Se abofeteó a sí misma, con fuerza, dejando una marca roja brillante en su mejilla. -Es mi culpa -sollozó. -Por favor, no dejes que me interponga entre tú y Alejandro. Me iré. Desapareceré.

Cayó de rodillas, agarrando el dobladillo de mi vestido. -Por favor, ya no peleen. ¡No lo soporto!

Alejandro se apresuró hacia adelante, su rostro una tormenta de furia, toda dirigida hacia mí. Levantó suavemente a Brenda. -Mira lo que has hecho -gruñó. -Ella es la que está dispuesta a irse, y tú... no tienes corazón.

Mientras la sostenía, el cuerpo de Brenda de repente se puso rígido. Comenzó a temblar violentamente, sus ojos se pusieron en blanco. -Alex... no puedo... no puedo respirar... -jadeó.

El pánico se apoderó de los rasgos de Alejandro. La levantó en brazos sin pensarlo dos veces y pasó corriendo a mi lado hacia la salida. -La llevo al hospital -lanzó por encima del hombro, sin siquiera mirarme.

Me dejó allí. Sangrando. Sola. Los restos aplastados de mi frasco de pastillas a mis pies.

Para evitar gritar, para no romperme en un millón de pedazos allí mismo en el frío suelo de mármol, clavé las uñas de mi mano derecha en la palma de mi izquierda, con fuerza. Presioné, concentrándome en el dolor agudo y anclante hasta que sentí que la piel se rompía. Necesitaba sentir algo más que la herida abierta en mi alma.

Él solía notar cosas así. Solía ser capaz de leer cada uno de mis estados de ánimo, de ver el más mínimo temblor en mi mano y saber que algo andaba mal. Ahora, todo su universo se había reducido al tamaño de una mujer manipuladora y depredadora.

Mientras se alejaba a toda prisa, su pie pateó algo. La pequeña pastilla blanca que había rodado debajo de la consola.

Se detuvo, mirándola. Brenda, en sus brazos, también la vio. Vi el destello de miedo en sus ojos.

Alejandro se agachó, la recogió y la examinó. Luego me miró, una lenta y despectiva mueca extendiéndose por su rostro.

-¿Sigues con tus jueguitos, Abril? -preguntó, su voz teñida de veneno. -¿Sigues tratando de manipularme con falsos intentos de suicidio? Eres patética.

Dejó caer la pastilla y la aplastó bajo su zapato, tal como ella había hecho con el frasco.

Y luego asestó el golpe final y fatal.

-¿Sabes qué? Dijiste que quieres volverte loca. Sigues diciéndole a todo el mundo que estás perdiendo la cabeza. Bien. -Sacó su teléfono e hizo una llamada. -¿Doctor Albright? Soy Alejandro de la Vega. Necesito que interne a mi esposa... Sí, a Abril... Una internación psiquiátrica completa... Se ha convertido en un peligro para sí misma y para los demás.

Colgó y me miró, sus ojos desprovistos de cualquier calidez humana.

-Hago esto por tu propio bien, Abril. Te quedarás allí hasta que estés lista para admitir que te equivocaste y disculparte con Brenda. Quizás entonces, aprendas la lección.

Mi sangre se heló, todo mi cuerpo se convirtió en hielo. Este no era mi Alejandro. Este era un extraño, un monstruo cruel y vengativo usando su rostro.

-Alejandro -susurré, mi voz temblando. -No puedes. Sabes lo que hacen en esos lugares.

Se encogió de hombros con indiferencia. -Tú te lo buscaste -dijo fríamente. -No debiste haber tocado a la persona que más me importa.

Se dio la vuelta y se llevó a Brenda, dejándome a merced de los dos corpulentos enfermeros que acababan de aparecer al final del pasillo.

Nunca miró hacia atrás.

La semana siguiente fue un borrón de luces fluorescentes, sedantes y una desesperación que aplastaba el alma. Me obligaron a tomar pastillas. Cuando me negué, me hicieron un lavado de estómago. Cuando grité, me ataron a una cama y me administraron terapia de electrochoques hasta que mi mente fue un desastre fracturado y zumbante.

Todos los días, un hombre de traje, uno de los hombres de Alejandro, venía a mi habitación y hacía la misma pregunta.

-¿Está lista para disculparse con la señorita Montero?

Y todos los días, a través de la niebla de las drogas y el dolor, daba la misma respuesta, mi voz un susurro ronco.

-No tengo nada de qué disculparme.

Preferiría morir en este lugar que rendirme a su locura.

Finalmente, mi cuerpo cedió. Colapsé, y no tuvieron más remedio que trasladarme a un hospital de verdad.

El día que me iban a dar de alta, apareció.

Alejandro. De pie en la puerta de mi habitación de hospital, con aspecto cansado y desaliñado, un ramo de mis peonías favoritas en la mano. Se parecía al hombre con el que me había casado.

Pero yo ya sabía la verdad. El hombre con el que me casé estaba muerto.

                         

COPYRIGHT(©) 2022