El Caos Perfecto
img img El Caos Perfecto img Capítulo 3 La Temperatura de un Punto de Quiebre
3
Capítulo 6 El Diagnóstico Silencioso img
Capítulo 7 La Mentira Como Cortocircuito img
Capítulo 8 El Contrato de Acero Frío img
Capítulo 9 Contrato img
Capítulo 10 realidad img
img
  /  1
img

Capítulo 3 La Temperatura de un Punto de Quiebre

Narrado por Nick Brown

El control es un músculo que se atrofia sin ejercicio. Y la Dra. Emma Miller era el peso pesado en mi entrenamiento diario.

Después de la humillación sutil de la ronda, decidí ejercer mi autoridad donde más importaba: en la mesa de operaciones. La segunda cirugía del día, una compleja derivación aorto-coronaria. Necesitaba concentración absoluta, y la forma más efectiva de neutralizar el caos de Miller era saturarla de trabajo estricto.

Ella estaba en mi equipo de scrub quirúrgico, obligada a ser una extensión silenciosa y obediente de mi voluntad. La música instrumental sonaba, pero mi atención estaba en el bip-bip-bip rítmico del monitor cardíaco.

"Fórceps, Dra. Miller," ordené, extendiendo la mano sin mirar.

El fórceps de agarre perfecto cayó en mi palma.

"Separador de costillas, en la posición tres. Ahora."

Me lo entregó en el momento exacto. Su ritmo era impecable, su técnica con los instrumentos, fluida. Era una cirujana talentosa, no podía negarlo. Eso solo hacía que su insolencia fuera más irritante; tenía la capacidad de ser una profesional de élite, pero elegía ser una anarquista.

Pasaron las horas. El enfoque era total. Logramos la derivación, y estábamos en el proceso crítico de anudar las últimas suturas. Mis manos se movían con una precisión hipnótica.

Fue entonces cuando la atmósfera del quirófano, cuidadosamente controlada, se hizo densa, caliente, casi sofocante.

"Aire acondicionado, alguien," ordené en voz baja, sintiendo el sudor frío en la base de mi cuello. "Está subiendo la temperatura."

"Doctor, lo pusimos al máximo. El sistema del ala está fallando," respondió una enfermera circulante.

La temperatura siguió subiendo. El ambiente pasó de ser incómodo a insoportable. Mi concentración se rompió por la incomodidad física. Mis guantes de látex, pegajosos por el calor, dificultaban la delicadeza de las suturas.

"Estamos por terminar," me dije, mi voz ligeramente áspera. "Necesito el porta-agujas micro-vascular, Dra. Miller."

Ella me lo dio. Estaba sudando. Pude ver una perla de sudor formándose cerca de su gorro. Ella se la limpió con el dorso de su brazo, un gesto imprudente que ya no me molestó. Estábamos todos en el límite.

Me incliné sobre la cavidad torácica, preparando el último nudo vital. Necesitaba que ese nudo fuera perfecto. En ese momento, sentí algo tibio y resbaladizo caer sobre mi guante, justo sobre la zona de la arteria que estaba manipulando.

No era sangre. Era sudor. Un chorro salado que había resbalado por la sien de Miller y había caído directamente sobre mi mano.

El choque fue inmediato, visceral. La disciplina se desintegró.

"¡Maldita sea, Miller!" rugí, retirando la mano de golpe. Nunca, en diez años de carrera, había levantado la voz en un quirófano. Nunca.

Me quité el guante contaminado con furia controlada, lanzándolo a la papelera. Todo el equipo se había quedado paralizado. El corazón del paciente seguía latiendo, pero la máquina de la perfección se había roto.

Miller se encogió, pero su rostro no era de miedo, sino de una vergüenza ardiente y rabia.

"Lo siento, Doctor Brown. El calor..."

"¡El calor no es excusa para el descontrol!" La interrumpí, mi voz vibrando en la habitación. Estaba enfurecido. No solo había arriesgado la esterilidad, había arriesgado mi toque, mi control sobre la situación. "¿Se da cuenta de lo delicado que es el campo quirúrgico ahora mismo? Podría haber contaminado la zona arterial. ¿Es que su falta de disciplina es tan intrínseca que no puede ni controlar su propia fisiología?"

Ella se quitó el gorro con un movimiento brusco, su cabello castaño y húmedo cayendo a sus hombros. La rabia en sus ojos era un fuego vivo que contrastaba con mi frialdad polar.

"¿Mi fisiología? ¿En serio, Doctor? ¡Son 35 grados aquí dentro! Todos estamos empapados. ¿Quiere que me disculpe por ser humana? ¡Por tener glándulas sudoríparas que no obedecen sus protocolos!"

"Su trabajo es compensar el error humano, Dra. Miller. No ser la causa de él," grité, sintiendo cómo se me subía la presión. La adrenalina no era por la cirugía, sino por ella.

"¡Usted no lo entiende!" Ella se acercó a la mesa, su rostro a centímetros del mío, ignorando la enfermera que le susurraba que mantuviera la distancia. Estábamos en un duelo a muerte en medio de una cirugía. "Usted está tan obsesionado con el control que cree que puede manejar el caos como si fuera un escalpelo. Yo no puedo. Yo siento la urgencia, el pánico y el calor, y aún así, soy buena, Doctor. Soy tan buena como usted. ¡Y si me hubiera dejado poner el maldito potasio, el paciente Johnson no habría tenido la arritmia menor de hace media hora!"

Su acusación final, una referencia a un evento que había ocurrido silenciosamente mientras yo me preparaba para esta cirugía, me dio un golpe bajo. ¿Había tenido razón? ¿Y yo, por orgullo, la había ignorado?

Mi disciplina se quebró. Me incliné hacia ella, mi aliento chocando contra su mascarilla. Pude ver el temblor en sus ojos, pero la obstinación se mantenía firme.

"No se atreva a interrogar mi juicio, ni a contradecir mis órdenes frente a mi equipo, Dra. Miller," mi voz era un gruñido. "Ni en el quirófano, ni en mi oficina, ni en el pasillo. Yo soy la autoridad aquí. La próxima vez que actúe por impulso, no solo terminará su rotación, sino que me encargaré personalmente de que no pise otro hospital de esta ciudad."

El aire entre nosotros crepitó. La cercanía era abrumadora. El calor, el sudor, la intensidad de la disputa... Todo se mezcló en una violenta, innegable química que no era sexual, sino de poder y odio. Quería callarla, dominarla, reducirla al silencio que yo exigía.

Me giré, sintiendo que mi traje quirúrgico se pegaba a mi piel. "Equipo, nuevo guante para mí. Dra. Miller, termine el cierre," ordené con la voz áspera. "Luego, espéreme en mi oficina. Tenemos que discutir las condiciones de su supervivencia profesional."

No esperé respuesta. Sabía que ella me odiaba en ese momento, tanto como yo la detestaba. Y ese odio era lo único que nos unía, una cuerda de tensión que amenazaba con cortarse.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022