-No tengo hambre -dije, tomando un sorbo de agua lento y deliberado.
-Siempre eres tan seria -suspiró, reclinándose contra el lujoso terciopelo-. Sabes, en la gala de la próxima semana, la gente va a hablar. Dicen que el matrimonio Garza es... estrictamente de negocios. Un contrato.
Hizo girar su vino, observando cómo el líquido rojo cubría la copa. -Debe ser difícil, saber que solo fuiste una firma en un pedazo de papel.
Damián frunció el ceño, pero no la detuvo. -Adri, ya es suficiente.
-Solo digo -hizo un puchero-. Es triste. Ser un simple peón.
Dejé mi vaso. El sonido fue suave, pero pesado.
-Soy la Arquitecta de las propiedades inmobiliarias de los Garza -dije, mi voz bajando a una calma glacial-. Canalizo más dinero a través de proyectos de construcción legítimos en un mes de lo que tu galería gana en una década. No soy un peón, Adriana. Soy la junta directiva.
Ella se estremeció. Damián me miró, sorprendido. Rara vez veía los dientes debajo de la sonrisa.
De repente, la habitación tembló.
No fue un terremoto. Fue una explosión concusiva desde la cocina: una línea de gas o una bomba. El sonido fue ensordecedor, un rugido que succionó el aire de la habitación y lo reemplazó con un muro de presión.
El suelo se inclinó.
Sobre nosotros, el enorme candelabro de cristal, un gigante de vidrio y acero que pesaba media tonelada, gimió. El yeso del techo se agrietó con el sonido de un disparo.
Se venía abajo.
El tiempo se dilató. Lo vi caer en cámara lenta. Una guillotina brillante.
Yo estaba sentada a la izquierda. Adriana estaba a la derecha. Damián estaba en el medio.
Tuvo una fracción de segundo. Un instinto. Una elección.
No me miró.
Se abalanzó a su derecha.
Tacleó a Adriana fuera de su silla, arrojando su cuerpo sobre el de ella, protegiéndola con su propia carne y hueso, haciéndolos rodar a ambos bajo la pesada mesa de roble.
Me quedé sentada allí.
Lo vi elegir.
Luego el mundo explotó.
El cristal se hizo añicos. El metal gritó. Un pesado accesorio de latón se estrelló contra mi hombro, tirándome al suelo. Fragmentos de vidrio llovieron como dagas. Un trozo del techo se derrumbó, atrapando mi pierna.
Un dolor blanco, caliente y cegador, subió por mi muslo. Grité, pero el sonido se perdió en el caos de las alarmas y los gritos.
El polvo llenó el aire. Estaba tosiendo, ahogándome con tablaroca y miedo.
-¡Adriana! ¿Estás bien?
La voz de Damián. Frenética. Desesperada.
-Yo... creo que sí -gimió ella desde debajo de la mesa-. Me salvaste.
-Quédate abajo -ordenó-. No te muevas.
Yacía entre los escombros, a metro y medio de distancia. La sangre empapaba mi vestido esmeralda. Sentía la pierna como si estuviera en llamas.
-Damián -grazné. Salió como un susurro roto.
Salió gateando de debajo de la mesa, ayudando a Adriana a levantarse. Ella no tenía ni un rasguño. Le revisó la cabeza, los brazos, sus manos frenéticas.
-Damián -dije más fuerte, con los dientes apretados.
Se giró. Me vio.
Estaba medio enterrada bajo yeso y vidrio. Mi pierna estaba torcida en un ángulo antinatural.
Su rostro se puso pálido. Por un momento, solo un momento, vi horror en sus ojos.
-Catalina -respiró. Dio un paso hacia mí.
-¡Señor! ¡Tenemos que evacuar! ¡Fuga de gas! ¡Peligro de explosión secundaria inminente! -Un guardia de seguridad agarró el brazo de Damián.
-Mi esposa -dijo Damián, señalándome.
-¡Nosotros nos encargamos de ella, señor! ¡Necesita sacar a la señorita Villarreal, está teniendo un evento respiratorio!
Adriana estaba jadeando, agarrándose el pecho, interpretando a la perfección el papel del cisne moribundo. -Damián... no puedo respirar...
Damián me miró. Yo estaba consciente. Estaba sangrando, pero lo miraba con ojos claros y muertos.
Miró a Adriana, que estaba hiperventilando.
-Saquen a Catalina -ordenó Damián al guardia-. ¡Ahora!
Luego levantó a Adriana en sus brazos y corrió hacia la salida.
Me dejó.
Otra vez.
El guardia me arrastró hacia afuera. El dolor era insoportable, arrastrando mi pierna rota sobre los escombros. Me mordí el labio hasta sangrar para no gritar su nombre.
Me subieron a una ambulancia separada. Sola.
Mientras las puertas se cerraban, lo vi en la acera, revisando el pulso de Adriana, ignorando por completo la camilla que pasaba a su lado.
Cerré los ojos. El dolor físico no era nada comparado con la claridad.
El registro en mi mente se actualizó automáticamente.
*Menos veinte puntos.*
*El candelabro cayó.*
*Él se convirtió en su escudo.*
*Yo me convertí en la víctima.*
*Puntuación Total: 10.*