POV de Elena:
El dinero yacía en el suelo, una alfombra verde de insultos.
Hace cinco años, habría llorado. Hace cinco años, lo habría recogido, le habría dado las gracias y me habría arrastrado lejos para lamer mis heridas. Pero el amor de una madre arde más fuerte que el orgullo de un Alfa.
Ignoré el efectivo. Ignoré a Liam. Ignoré las caras burlonas de los lobos de alto rango que nos rodeaban.
Le di la espalda y me arrodillé junto a la fuente. El agua estaba helada cuando metí la mano, tanteando el fondo de azulejos lisos.
-¿Me escuchaste? -la voz de Liam bajó una octava.
Estaba usando su tono de Alfa. Usualmente, este tono obliga a los lobos de menor rango a someterse instantáneamente. Desencadena una respuesta biológica: miedo, sumisión, la urgencia de exponer el cuello.
Sentí un parpadeo de presión en mi cabeza, como el inicio de una migraña, pero no me detuve.
-¡Te estoy hablando! -gritó Liam.
Mis dedos rozaron algo frío y áspero. *La encontré.*
Saqué la mano, el agua goteando de la piedra lunar rugosa y sin pulir. Brillaba débilmente, una luz blanca lechosa y suave que solo aquellos con ojos agudos podían ver.
Me puse de pie, apretando la piedra contra mi pecho, y finalmente lo miré.
-No quiero tu dinero, Liam -dije con calma-. Y no necesito tu permiso para existir.
La cara de Liam se tornó de un tono rojo que recordaba bien. Odiaba ser ignorado. Para un Alfa, la indiferencia es peor que el odio. Implica que no tiene poder.
-Insolente pequeña... -dio un paso adelante, cerrando la distancia entre nosotros.
Me agarró la muñeca, la que sostenía la piedra. Su agarre era brutal. Jadeé de dolor, pero no solté la piedra.
-Suéltame -siseé.
-Deberías estar de rodillas agradeciéndome por dejarte vivir -gruñó Liam, inclinándose para que su cara estuviera a centímetros de la mía-. Podría triturarte la muñeca ahora mismo. ¿Quién me detendría? No tienes Alfa. No tienes protección.
-No necesito tu protección -dije, mi voz resonando clara a través del silencioso salón de baile-. Y ciertamente no necesito a un Alfa débil como tú.
La multitud jadeó. Llamar "débil" a un Alfa era un desafío. En los viejos tiempos, eso sería una sentencia de muerte.
-¿Débil? -Liam se rio, pero sus ojos eran peligrosos-. Soy el Alfa de la Manada Arroyo de Plata. Tengo cientos de lobos listos para morir por mí. ¿A quién tienes tú? ¿A un marido humano?
Lo miré directamente a los ojos.
-Mi Mate es mil veces más hombre, y más lobo, de lo que tú jamás serás.
Silencio. Un silencio absoluto y atónito.
Entonces, estallaron las risas. Empezó con Serafina y se extendió como un contagio.
-¿Su Mate? -Serafina se carcajeó, agarrándose el estómago-. ¡Ay, esto es buenísimo! ¡La defectuosa cree que tiene un Mate! ¿Lo conjuraste en tus sueños, querida?
-Está delirando -susurró alguien en la multitud.
-Qué triste, de verdad -respondió otro.
Liam sonrió con malicia, apretando su agarre en mi muñeca hasta que mis huesos crujieron.
-No hay lobo que te reclame, Elena. Eres mercancía dañada. Vacía.
Intentó usar su Comando Alfa de nuevo, enfocando toda su voluntad en mí.
-De rodillas. Ahora.
El aire vibró, pesado y opresivo. El guardia a nuestro lado se estremeció, sus rodillas doblándose mientras el comando lo golpeaba.
Pero yo permanecí de pie.
Mis piernas temblaban, no por sumisión, sino por el esfuerzo de contener el grito de dolor de mi muñeca. El sello dentro de mí vibraba, agrietándose bajo la presión de su aura contra mi propio linaje oculto.
-Dije -rugió Liam-, ¡DE RODILLAS!
Apreté los dientes, el sudor perlando mi frente.
-No.