Ambas se quedaron abrazadas unos segundos. La amistad que estaban formando era de esas que no necesitaban años para hacerse fuertes. Era una conexión genuina, nacida de la empatía, la confianza y el respeto mutuo.
Pasaron unos minutos en silencio. Se escuchaban los grillos afuera, algún carro lejano, el ladrido esporádico de un perro.
Esmeralda giró la cabeza para ver el reloj de la pared.
-¡Uy, ya son las 12:30 am! Tenemos que dormir, Susana. Mi mamá va a pensar que nos pasamos toda la madrugada hablando.
-¡Ni sentimos el tiempo! -dijo Susana, riendo bajito.
-Ya ves, eso pasa cuando una se siente bien con alguien -respondió Esmeralda mientras se acomodaba en su colchón.
Apagaron la luz. El cuarto quedó a oscuras, solo iluminado por la luna que se colaba por la ventana. Ambas se acurrucaron en sus lugares. La pijamada no fue solo maquillaje y risas, fue también desahogo, complicidad y amor del bueno.
-Esme... -susurró Susana antes de dormirse-. Sos la mejor amiga que he tenido.
-Y vos la mía -respondió Esmeralda, cerrando los ojos.
La mañana siguiente, se muestra escenas del comienzo del día para los Managua y se muestra la casa de Esmeralda se escuchaba en la calle una vendedora de pan
Verónica se levantó temprano como de costumbre y fue a ver si las muchachas ya estaban despiertas. Al abrir la puerta del cuarto, las encontró dormidas, cada una en su colchón, con las mantas medio caídas y las caras llenas de paz.
Sonrió. Sabía que su hija necesitaba eso: una amiga, alguien con quien compartir sus sueños, sus penas, su risa.
Cerró la puerta despacio y se fue a la cocina a preparar café.
Afuera, el sol volvía a calentar las calles de Managua. Y dentro de aquel hogar humilde, crecía una amistad que ni el tiempo ni la distancia podrían borrar.
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A partir de ese día despues de la pijamada Susana y Esmeralda se volvieron inseparables. En clases compartían apuntes, se ayudaban en las tareas y hablaban hasta por los codos en los cambios de hora. Susana empezó a comprender la vida de su amiga más allá de los prejuicios y del uniforme.
Un viernes, antes de entrar a clases, Susana decidió acompañar a Esmeralda en su ruta de trabajo por la calle 27 de mayo. Iba emocionada, con su mochila aún colgada y una libreta en la mano.
-¿Y ahora qué hacés?
-Me voy a mi esquina, cerca del semáforo. Desde ahí vendo.
-¿Te puedo acompañar? Quiero ver cómo es.
-¿En serio?
-¡Sí!
Así que caminaron juntas. El sol estaba bajando y la calle hervía de vida: buses, vendedores ambulantes, niños corriendo, gente entrando al trabajo.
Esmeralda se puso su canguro, organizó los billetes, y comenzó a pregonar con energía:
-¡Loteríaaa, la suerte puede ser suya hoy mismo! ¡Venga, señor, cómprese un numerito!
Susana la miraba con ojos grandes. La admiraba, sin necesidad de palabras.
-¿Querés intentarlo? -le preguntó Esmeralda, tendiéndole un billete.
-¿Yo? ¡Qué pena!
-Solo una vez...
Susana se armó de valor y gritó bajito:
-¡Loteríaaa!
Ambas soltaron la risa.
Un señor se acercó y compró dos billetes. Esmeralda le dio las gracias y siguió pregonando.
Ese día no solo vendieron bien. Ese día, nació una amistad verdadera, de esas que no se dan por conveniencia ni por apariencias. Una amistad de calle, sudor y solidaridad.
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A los ojos del mundo, Esmeralda era solo una loterilla
Pero para Susana, era mucho más que eso.
Y desde ese momento, nadie más en el colegio se atrevió a burlarse de ella.
Porque tenía a alguien a su lado que la valoraba por quien era.
Y eso, para Esmeralda, valía más que cualquier premio mayor.
El lunes por la mañana el ambiente en el Instituto Marta Quezada era distinto. Algo se sentía en el aire: alumnos corriendo con papeles en la mano, otros hablando con emoción, y una enorme cartulina pegada en la entrada del pabellón central que decía en letras grandes:
> "¡Concurso de Talentos!
Fecha: viernes 24.
Música, canto, poesía y más.
¡Demostrá lo que sabés hacer!"
Susana Morales lo leyó apenas entró al colegio. Sonrió con emoción y apretó el cuaderno contra su pecho. Apuró el paso rumbo al aula de tercer año donde ya la esperaba Esmeralda sentada en su pupitre, con el uniforme algo arrugado y los ojos somnolientos. Había vendido lotería desde las seis de la mañana.
-¡Esme! -exclamó Susana al llegar-. ¡Viste el cartel del concurso de talentos!
-¿Concurso? ¿De qué?
-¡De canto, poesía, baile! ¡Es dentro de dos semanas!
Esmeralda parpadeó lento y se estiró los brazos.
-Ajá... ¿y?
-¡Que nosotras deberíamos participar! ¡Como dúo! ¡Cantamos!
-¿Vos Estás loca? -Esmeralda se tapó la cara-. Yo no voy a pararme frente a medio colegio a cantar. Me muero de la pena.
-¿Y por qué no? Si cantás bonito, lo hacés cuando nadie te escucha. ¡Yo te he oído cuando estás barriendo la acera!
-No es lo mismo cantar solita que hacerlo frente a todos -dijo bajito-. Además, vos sabés cómo me miran aquí... como la "loterillera", la rara.
Susana se sentó junto a ella y le tomó la mano.
-¿Y qué? Si ellos no te valoran, yo sí. Vamos a ensayar, no perdemos nada. Si no te sentís segura, nos salimos antes del día. Pero al menos intentémoslo.
Esmeralda dudó. La voz interna que siempre le recordaba que no era como las demás luchaba contra esa pequeña llama de ilusión que Susana le encendía con solo unas palabras.
-Bueno... pero solo si ensayamos a escondidas -dijo al fin, sonrojada.
-¡Sííí! -gritó Susana bajito, y se abrazaron.
En ese momento, Lorena, la misma que siempre tenía algo desagradable que decir, pasó por el pasillo y las vio. Se detuvo con una sonrisita burlona.
-¿Van a cantar en el concurso? -preguntó, cruzándose de brazos.
-Sí -dijo Susana con la frente en alto.
-Uy, qué bonito... ¿Y vos también, Esmeralda? -dijo con sorna-. ¿La loterillera cantante? ¡Qué original!
Esmeralda bajó la mirada, pero Susana la defendió:
-Más digna es ella que vos, que solo sabés criticar.
Lorena frunció los labios, se dio la vuelta y se fue.
-No le hagás caso -susurró Susana-. Cuando cantemos, va a tener que tragarse sus palabras.
Esa misma tarde, después de clases, fueron a casa de Esmeralda a ensayar. Verónica las recibió con alegría.
-¿Un concurso de canto? ¡Qué bonito! -dijo mientras sacaba una botella de fresco de chia - Yo las quiero oír.
-No, mamá, primero que salga bien el ensayo -dijo Esmeralda, apenada.
-Entonces, ¡a ensayar!
Se sentaron en el pequeño cuarto de Esmeralda. Buscaron entre los casetes disponibles, hasta que encontraron uno de una cantante llamada Myriam Hernández.
-¿Y esta? -preguntó Susana-. "El hombre que yo amo".
-¡Esa es linda!
Comenzaron a practicar. Al principio desafinaban, no se coordinaban. Pero poco a poco, sus voces se fueron encontrando. La voz dulce de Susana se combinaba con el tono suave pero firme de Esmeralda. Practicaron los coros, los cambios, las respiraciones.
-¿Sabés qué? -dijo Verónica asomándose al cuarto-. Suenan bien. Si ustedes creen en ustedes mismas, el colegio también va a creer.
Esmeralda sonrió tímidamente.
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Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, en el exclusivo colegio privado San Gabriel, Carlos Robles caminaba por los pasillos alfombrados con su mochila colgada al hombro. Era lunes también, pero su rutina no tenía ni sol, ni pregón, ni sudor callejero. Todo estaba pulido, frío, perfecto.
Amalia, una compañera de cabello rubio, ojos pintados y uniforme perfectamente planchado, lo seguía por el corredor.
-Carlos, ¿ya pensaste lo que te dije? Podríamos salir el viernes, mis papás no están y...
-Amalia, ya te dije que no estoy interesado -respondió él, sin detenerse.
-¡Pero si solo somos amigos! Bueno... con derecho a más.
-No, gracias.
Amalia frunció el ceño y se cruzó de brazos mientras él entraba al aula.
-¡Te vas a arrepentir, Carlos!
Adentro, Miguel, su único amigo verdadero, lo esperaba sentado, leyendo una historieta.
-¿Otra vez Amalia?
-No me deja respirar.
-Pues si no le das entrada, no entiendo por qué insiste.
-Porque en este colegio no importa si te gustás con alguien... solo importa si tenés dinero, si tus papás son alguien. Y como mis padres son los Robles, creen que soy trofeo.
Miguel dijo.
-Vos sos distinto, loco. Por eso me caés bien.
Carlos miró por la ventana.
-A veces siento que mi vida no es mía. Todo es de plástico aquí.
-¿Y qué pensas hacer?
Carlos no respondió. Pero en su interior, algo empezaba a incomodarlo. Quería salir de su burbuja.
Dos días después, Esmeralda y Susana ya habían practicado media canción y decidieron ensayar en el aula vacía durante el recreo. Mientras cantaban, un grupo de alumnos pasó por la puerta abierta. Algunos se detuvieron a escuchar.
-¿Esa es Esmeralda? -preguntó uno-. ¡No canta mal!
Susana sonrió. Pero Esmeralda solo tragó saliva. La atención todavía la intimidaba.
Al terminar el ensayo, un profesor entró al aula.
-Chicas, tengo una noticia. El día del concurso vendra el canal de 10 de televisión a grabar el evento para un programa juvenil. Así que pónganse las pilas.
-¿Qué? -dijo Esmeralda, pálida.
-¿Un canal? -repitió Susana con emoción.
-Sí. "Talento Escolar" se llama el programa. Sale los sábados por la tarde. ¿No lo han visto?
-¡Claro! -dijo Susana-. ¡Mi abuela lo ve siempre!
Pero Esmeralda se quedó callada. La emoción de cantar comenzaba a convertirse en miedo escénico.
Esa noche, en su cuarto, mientras quitaba los billetes del canguro, le confesó a su mamá:
-Mamá... ¿y si se burlan de mí? ¿Y si me llaman la "loterillera cantante"?
Verónica se sentó a su lado.
-Que te llamen como quieran, hija. Pero vos sabés quién sos. Sos mi Esmeralda valiente, honrada, y ahora también... artista.