Capítulo 5 No.5

La tensión en el balcón era lo suficientemente espesa como para ahogarse. Los bajos del club de abajo golpeaban contra las paredes de cristal, un latido rítmico para el enfrentamiento.

Braulio Magno se apoyó en la barandilla, girando su bebida. Sonrió con suficiencia, sus ojos moviéndose entre Don César y Eva.

-Problemas en el paraíso, ¿César? No pensé que la esposa muda tuviera lo necesario para rebelarse.

Don César lo ignoró. Su mirada estaba fija en Eva.

-¿Por qué haces esto? ¿Es por el aniversario? Te dije, Rubí...

#NAME?

La voz era suave, sin aliento y cargada de una fragilidad practicada.

Don César se puso rígido. Se dio la vuelta.

Rubí estaba de pie en la entrada del balcón. Llevaba un vestido blanco, modesto y de cuello alto, un marcado contraste con la provocación esmeralda de Eva. Se agarraba el pecho ligeramente, sus ojos muy abiertos y brillando con lágrimas no derramadas.

-¿Rubí? -La voz de Don César se suavizó al instante-. ¿Qué haces aquí? Deberías estar en cama.

Rubí dio un paso tembloroso hacia adelante.

-Yo... vi tu ubicación en la aplicación familiar compartida. Estaba preocupada. Parecías tan estresado cuando saliste del hospital antes.

Miró a Eva. Sus ojos recorrieron el vestido, el champán, los anfitriones que merodeaban cerca. Un destello de envidia pura y fría pasó por su mirada, desaparecido tan rápido que solo Eva lo vio.

-Oh, Eva -suspiró Rubí, sonando desconsolada-. ¿Cómo puedes hacer esto? Mírate... bebiendo, de fiesta. Estás avergonzando a la familia. Después de todo lo que César ha hecho por ti.

Eva dejó su copa. El sonido del vidrio sobre el mármol fue agudo.

-Llega el perro rastreador -dijo Eva. Su voz era seca, cortando la actuación de Rubí.

Rubí jadeó, dando un paso atrás como si hubiera sido golpeada físicamente. Agarró el brazo de Don César para apoyarse.

-César... es tan cruel.

Don César se interpuso entre ellas, protegiendo a Rubí con su cuerpo. Fulminó a Eva con la mirada.

-Cuida tu boca, Eva. Ella está enferma. Vino aquí por preocupación.

Eva rio. Fue un sonido frío, sin humor.

-¿Preocupación? Vino aquí para marcar su territorio. ¿Protegiendo a tu amante ya, César? La tinta ni siquiera se ha secado en los papeles de divorcio.

La mandíbula de Don César se tensó.

-Ella no es mi amante. Ella es...

-Tu primer amor. Tu prioridad. Tu obsesión -terminó Eva por él-. Conocemos el guion, César. Es aburrido.

Braulio intervino, riendo.

-Vamos, Eva. Sabes que no perteneces aquí. Mírate, tratando de jugar a la femme fatale. Eres una desertora de la universidad comunitaria. No conocerías la alta sociedad ni aunque te golpeara en la cara. Vuelve a tus libros de historia del arte.

Eva cambió su mirada hacia Braulio. Sus ojos estaban enfocados como un láser.

-Y tú, Braulio, eres un niño de fondo fiduciario que reprobó el examen de la abogacía dos veces -dijo con calma-. Y creo que tu padre está investigando actualmente esa 'pérdida' de fondos de la cuenta de caridad Magno.

La sonrisa de Braulio se desvaneció. Su cara se puso de un rojo manchado.

-Tú pequeña...

Dio un paso adelante.

Rubí dejó escapar un pequeño gemido de dolor.

-César... mi corazón... está latiendo muy rápido.

La atención de Don César volvió a Rubí inmediatamente. Le dio la espalda a Eva.

-Respira profundo, Rubí. Te tengo.

Miró por encima del hombro a Eva, su expresión llena de disgusto.

-Estás causando una escena. La estás lastimando. ¿Estás feliz ahora?

Eva se puso de pie. Cogió su bolso de mano.

Miró a Don César, realmente lo miró. Vio el pánico en sus ojos por Rubí. Vio la total falta de consideración hacia ella.

-Se está lastimando a sí misma para llamar la atención, César. Pero estás demasiado ciego para verlo. Bien. Arruina mi noche. Me voy.

Hizo una señal a Sofía.

#NAME?

Eva pasó junto a Don César. El espacio en el balcón era estrecho. Mientras se apretaba para pasar junto a él, el dobladillo de su vestido de seda rozó su pierna.

Un aroma emanó de su piel.

No era el perfume floral y polvoriento que solía usar, el que su madre le había comprado.

Era sándalo, jazmín y un toque de humo de leña.

Don César se congeló.

El olor lo golpeó como un golpe físico. Desencadenó un recuerdo: oscuridad, piedra fría, el olor a tierra húmeda. Era un aroma reconfortante, uno que asociaba con la seguridad en medio del terror.

Extraño, pensó. ¿Por qué huele ella a... eso?

Por una fracción de segundo, su mente trató de hacer una conexión. Pero entonces Rubí le apretó la mano, tirando de él de vuelta al presente. Rubí era quien lo había salvado. Rubí era quien había estado allí. Eva era solo... Eva.

Sacudió la cabeza, descartando el pensamiento como un truco del alcohol y la atmósfera pesada.

-Llévame a casa, César -gimió Rubí-. Por favor.

Don César la sacó.

Afuera, el aire era frío. Cuando Eva salió a la acera, una pared de luz blanca la cegó.

Flash. Flash. Flash.

Paparazzi.

-¡Señora del Imperio! ¿Es cierto que se está divorciando?

-¡Señora del Imperio! ¿Quién es el hombre en la foto?

Rubí les había avisado. Eva lo sabía.

Eva se puso las gafas de sol, a pesar de la oscuridad. Se giró hacia las cámaras. No se escondió. No se encogió.

Sonrió. Una sonrisa fría y misteriosa.

-Sin comentarios -dijo.

Se deslizó en un taxi amarillo, dejando el caos, las luces parpadeantes y a su marido atrás.