Con las pocas fuerzas que me quedaban logre colocarme de pie aun sintiendo mis rodillas flagear adoloridas, mire mis manos aquellas que lucían rojizas y sucias. Un dolor agobiante se instaló en mi garganta mientras relamía desesperada mis labios buscando refrescarlas.
Nuevamente las aves cantaron sobre las copas de los árboles, el aroma a tierra mojada se mezclaba en mis fosas nasales causando un cosquilleo en mi interior. Observe a mi alrededor cohibida por la belleza que me rodeaba. Quedaban rastros de aquella llovizna que durante la noche se apodero de los cielos, algunas gotas caían lentamente entre las hojas y otras se quedaban ahí quietas ante la espera del incandescente sol.
Los grandes árboles se mostraban majestuosos con su juventud reflejada en sus hojas verdosas, flores se mantenían quietas en algún arbusto, coloridas y bellas.
Aves pequeñas se posaban entre las ramas, curiosas miraban los cielos y luego revoloteaban alejándose de ahí.
Sonreí ante aquella imagen.
Solía salir durante las mañanas al jardín de mi hogar, tocaba delicadamente las flores mientras me permitía sonreír. El viento rozaba mis cabellos moviéndolos ante su paso, el bullicio de aquellas mañanas era una rutina constante, pero la mía era tan distinta a los demás.
Levantarme con un suave llamado, bañar mi cuerpo entre pétalos y dejar que mis cabellos blancos sean peinados durante largos minutos. El silencio de mi doncella era abrumador, solo asentía y respondía cuando era necesario, más allá de una amistad no podía surgir.
Y mi padre me lo recalcaba cada segundo.
El resto del día la soledad de mi alcoba y pocas veces la compañía de mi madre hacían presencia. Cada día era vista como una bella muñeca fácil de manejar, una que había nacido con bendiciones y un futuro entre las manos de su propio padre.
Riquezas y riquezas, pero conservando la soledad y un anhelo tan lejano.
Era la triste vida de una joven que nació entre riquezas, bajo el mando de un padre avaricioso y una madre que prefería guardar silencio antes que pronunciar alguna palabra.
¿Ahora cual sería mi destino?
Algo llamo mi atención, frene mis pasos alerta mientras buscaba aquello que había resonado con plenitud.
Entonces lo pude ver, aguas cristalinas cayendo entre rocas majestuosas hasta mezclarse y posarse en una pequeña laguna. Ansiosa corrí deseosa de probar aquel líquido, mis pies descalzos sintieron la dureza de aquel suelo mojado, pequeñas rocas se pegaban a mi piel aferrándose y causándome un dolor palpitando.
Pero omití aquello y solo corrí hacia aquella laguna.
Me arrodille apresurada metiendo mis manos en aquellas aguas y sintiendo la frialdad de su toque, forme una improvisada cuenca con ellas para dejar que el agua se pose. Lo bebí con plenitud soltando un gemido satisfactorio.
Mi garganta se sintió plena ante su paso y bebí hasta que la sed desapareció de mi cuerpo.
Con los labios mojados, una pequeña parte de mi cuerpo débil y mi corazón frenando sus acelerados movimientos deje escapar algunas lágrimas.
Estaba viva y perdida, con los ropajes hechos trizas y llenos de suciedad, con mis cabellos enmarañados sosteniendo algunas ramas. Con la tristeza en mi corazón y la angustia de saber si podría volver a mi hogar.
Con la noche y mi apresurado caminar no pude verificar cual era el camino exacto, miré a mi alrededor encontrándome con la belleza del bosque, aves revoloteando, hojas cayendo desde las ramas y el viento pasando alegremente o susurrando algún llamado anhelante.
Desee sumergirme en aquellas aguas cristalinas, pero la suciedad de mi cuerpo y mis ropajes amenazaban con mancharlas por completo. Preferí beber algo más de sus aguas refrescándome para seguir con mi camino.
Debía encontrar alguna salida antes que el sol desaparezca en el horizonte.
Débilmente me coloque de pie sosteniendo los pliegues rasgados de mi vestido, ante el toque de la tierra mis piernas yacían adoloridas, con algunos rasguños sobre mis dedos y sangre seca mezclada con la tierra que ahora cubría parte de mi cuerpo.
Ahogue algunos chillidos mientras buscaba mi valentía para continuar con el camino y dejar de frenar en cada momento adormecida por el dolor o la angustia de no encontrar aquella salida.
¿Realmente dónde me encontraba?
El bosque parecía inmenso desde sus adentros, bello, pero confuso. El bullicio del exterior parecía lejano y solo eran las aves capaces de llenar con sus cánticos aquel día.
El hambre también me invadía sucumbiendo con temblores mi cuerpo, busqué entre las ramas algún fruto que luciera maduro y listo para ser comido, pero solo encontré las hojas verdosas brillando ante la luz solar.
De pronto mi caminar se volvió lento ante el dolor que consumaba mis pies, adormecidas y con hormigueos recorriéndolas ante cada paso. Adolorida apreté los labios ahogando entre ellos los gemidos que surgían, la angustia de frenar crecía, pero al ver como el esplendor del día disminuía solo pude omitirla para continuar con mi camino.
¿Dónde estaba la salida?
Me cuestione mirando cada lado del bosque, cerrando levemente mis ojos para mirar a la lejanía y solo encontrarme con lo verdoso del lugar.
Un suspiro frustrado y agotador broto de mis labios como un llanto suave que es llevado entre las brisas. Quise que el tiempo se detuviera para que el sol siga tan incandescente como antes, para caminar sobre la tierra mojada y la salida pronto sea visible ante mis ojos.
Lástima que el tiempo era tan lejano e indescriptible para mis ojos.
Frene agobiada dejando que por mis pálidas mejillas lágrimas silenciosas surquen.
Una a una, como un desfile entre las bulliciosas calles de Werty, el reino que ahora yacía olvidándose de mi nombre y posiblemente disfrutando entre las riquezas que mi supuesta boda o muerte traería a su reino.
¿Acaso aquel príncipe seguirá buscándome?
¿En algún momento escucharía su voz pronunciando con frialdad mi nombre?
¡Basta!
Grito mi corazón ante el dolor y la soledad de aquel lugar.
-Madre... -de mis labios aquel llamado llego en un audible susurro
Siempre me mostro calma y tristeza en su mirada, no entendía porque guardaba silencio ante la mirada de mi padre.
¿Acaso temía a su presencia?
Crecí viendo la lejanía ambos, unas miradas fugaces y vacías, palabras secas como la madera. Una alcoba teñida de melancolía y frialdad. El amor en aquel hogar solo fue brindado por mi madre cuando sus cálidos brazos me acobijaban de una tormenta mientras mirábamos el exterior.
Las nubes grisáceas cubrían la belleza de los cielos tornándose triste el día.
Alguna vez le cuestione si podría tomar mi mano y caminar por algún lejano jardín cubierto de flores coloridas, ella sonrió con ternura para luego negar con la tristeza en sus ojos. Se mantenía sumisa ante las miradas de mi padre.
¿Así hubiera sido mi vida junto al príncipe Eusebio?
Alarmada gire mi rostro cuando escuche un leve murmullo mientras la brisa rosaba mi piel, sostuve en mis manos los pliegues destrozados del vestido que ahora cubría mi cuerpo. Era un bullicio audible llamando mi atención, camine apresurada con el dolor aún presente en mi cuerpo siguiendo el camino que trazaba aquel sonido.
¿Qué era aquello?
Ramas y hojas crujieron bajo mis pies, sentí un aroma cálido colarse en mis fosas nasales removiendo el hambre que ahora se apoderaba de mi débil cuerpo. Deseosa sonreí tratando de apresurar mis pasos.
Podría describir como maravilloso y melancólico aquello que se escondía detrás de algunos arbustos, mis labios temblaron acelerando el palpitar de mi corazón. La brisa se mantuvo suave, pero escalofriando mi piel ante su toque.
Entonces decidí acercarme mirando con intriga cada estructura que me daba la bienvenida, colores opacos sobre las paredes, jardines que mantenían sobre su belleza alguna tristeza, podía ver el humo sobresalir entre aquellas chimeneas consumidas por el tiempo.
Y a la lejanía con una vista triste se podía ver un inmenso castillo, de paredes grisáceas, adornos sobre sus estructuras, pero la vejez siendo reflejada por su inmensidad.
Estaba tan perdida mirando aquella vista que no me percate de aquellas presencias, ojos curiosos y desconocidos mirándome con extrañeza. Murmullos que se tornaban desesperantes ante el paso de los segundos, avergonzada aparte la mirada sintiéndome cohibida bajo mis ropajes.
Mi presencia ahora podía verse como si fuera una vagabunda huyendo de la justicia.
-¿Quién eres? -una voz cuestiono en medio de la muchedumbre, vi pequeños rostros detrás de los faldones de sus madres. Cabelleras negras, castañas y apagadas- ¿Quién eres? -nuevamente cuestiono aquella voz
No logre descifrar quien había cuestionado aquello, pero era un hombre ante el tono ronco de su voz.
-Yo soy Amaia -temblorosa respondí-. Me perdí en el bosque
-¿Perderte? -una mujer de cabellos negros pregunto con los brazos cruzados y sus ojos mirando mi cuerpo con repudio
-Sí -en un audible susurro pronuncie temerosa bajo sus miradas
-¿Entonces eres una ladrona? -la misma muchacha cuestiono con molestia en su voz
-¡Calla, Doromila! -grito una mujer mirando a la susodicha con profundidad y enojo, los cabellos negros apagados de la mujer yacían sostenidos por una trenza mientras la vejez se marcaba en ellos como también en su rostro- Muchacha ¿qué te ocurrió? Tus ropajes yacen todos sucios y destrozados
-Alguien quiso matarme, mi prometido -con voz trémula pronuncie, mi corazón palpito cuando el recuerdo de sus ojos fríos se reflejó en mi mente
Un jadeo escapo de los labios de la mujer mientras se acercaba a mí con lentitud y la preocupación en sus ojos.
-¿Quién haría aquello? -cuestiono preocupada
-¿De dónde vienes? -interrogo una muchacha sobresaliendo de la multitud
-¡Cállate! -grito la mujer de cabellos gastados, su cuerpo había girado levemente para observar a la muchacha quien aparto sus ojos avergonzada- Acaba de llegar toda sucia y hambrienta, déjate de cuestionar aquello
-No puede quedarse -pronuncio con firmeza un hombre de ojos tan profundos como temerarios-. Él se puede enterar
-¡No lo hará! -la mujer de cabellos gastados grito resonando su voz entre la multitud- Me encargare de cuidarla, no sabrá sobre su presencia
-¿Segura? -cuestiono el hombre con molestia, su juventud se podía reflejar en sus cabellos, pero lo que sus ojos reflejaban escalofriaban mi cuerpo- Patricia piensa bien lo que harás
-Lo hago
Me sentí tan avergonzada y culpable por las miradas de cada susodicho, el silencio ante las voces feroces de ambos me hizo retroceder con los labios temblorosos.
-No deseo molestar, yo... -ella me miro tan preocupada como entristecida ante mi estado, solo pude añadir- Por favor no deseo ocasionar molestias
-No te dejes guiar por sus palabras, la soltería afecta su estado -la mujer de nombre Patricia fulmino con la mirada al susodicho-. Ven conmigo, muchacha -sus manos tomaron las mías con rapidez dejando caricias suaves, no pude evitar sollozar ante mi débil estado
Con los ojos empañados, mi cuerpo expuesto ante el frio, la suciedad sobre mi piel y el hambre junto con la sed haciendo presencia débilmente las pocas fuerzas de mi cuerpo me abandonaron.
Solo sentí como su voz se tornó lejana.
Escuche como me llamaba, luego el suelo rozar mis rodillas, manos sosteniendo mis brazos y todo tornándose borroso ante mis ojos.
Estaba segura de algo que si esta era mi muerte podría ser enterrada bajo tierra fresca mientras con el tiempo me convertiría en solo simples cenizas consumadas por el dolor y el olvido. Alguien que fue vista como un bello adorno para ser lucido y entregado sin saber lo que sentía.
Alguien que no tuvo la culpa de nacer entre riquezas, muchas que la juventud tan bella deseaba poseer sin saber que esta vida era más cruel que la hambruna consumiendo algunos pueblos.
¿El destino nace siendo cruel o somos nosotros mismos los que convierten el destino en crueldad?