Bajo La Luna de Madrid
img img Bajo La Luna de Madrid img Capítulo 3 La fragua de fuego
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Capítulo 6 Noche de fantasía img
Capítulo 7 Bajo la Luna de Madrid img
Capítulo 8 Ballade pour Addeline img
Capítulo 9 Lazos en la eternidad img
Capítulo 10 Corazonada img
Capítulo 11 En nombre de la pasión img
Capítulo 12 La furia de Aslam img
Capítulo 13 En la hoguera del deseo img
Capítulo 14 Una eclosión de amor img
Capítulo 15 Revelaciones img
Capítulo 16 Plegarias img
Capítulo 17 Cuando se revela la magia img
Capítulo 18 La sentencia del rey img
Capítulo 19 Cielo nuevo img
Capítulo 20 El Heredero De La Casa Imperial de Los Inmortales img
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Capítulo 3 La fragua de fuego

El Duque Artemían silbó fuerte y el chiflido despertó al muchacho que dormitaba al calor de su cuerpo. Una aldea camuflada en medio de un robledal les dio la bienvenida. El pequeño miró a su alrededor con los ojos llenos de dudas, intentando reconocer cada resquicio de aquella naturaleza, asimilando lo que acababa de ocurrir. La luz del sol apenas comenzaba a colarse entre los altos árboles, y clareaban las altas montañas de Campus Drae, como si le dieran una cálida acogida.

_ ¿Quién es el crío?_ preguntó de pronto una voz dulce, mientras los brazos frágiles cargaban al muchacho y lo sacaban debajo de las costillas del Duque. La mujer le ofreció consuelo. Era una dama muy fina, que no pertenecía a la dureza de aquel paraje desierto y olvidado, pero le regaló una confianza diferente. Ese día el Príncipe Heredero de la Casa Imperial comenzó a vivir lejos de los lujos del palacio, comenzó a renacer bajo la fragua del fuego de un destino que estaba obligado a aceptar.

El campo le pareció acogedor. La naturaleza le atrapó los sentidos, pero en las noches comenzó a recordarlo todo. Los gritos de espanto de las doncellas, la mirada triste y temerosa de su madre cuando le vio rodeado de soldados, y la ira del padre mientras luchaba por someter a los traidores. Recordó el último destino de la daga azul, y comenzó a murmurar los nombres de sus hermanos, como un canto que lo mantenía más vivo que nunca.

Aslam estaba cansado. Habían corrido a las bestias durante toda la madrugada y el corazón dejó de darle martillazos. Estaba asustado, pero en su fuero interno sabía que debía ocultarlo. Desde que aprendiera a caminar su padre le enseñó las leyes del palacio, la de los hombres y de los reyes, pero con fuerza mayor le dictaron la de los inmortales. Confiaba que crecería en su palacio, que seguiría durmiendo bajo el abrigo protector de los reyes, pero en un segundo todo cambió. Campus Drae, se le apareció como un fantasma que se debe evitar temer, que se debe enfrentar para lograr lo que todos querían, que saliera a la luz su verdadera naturaleza.

Matilda decidió cuidarle con la piedad de las mujeres que son privadas de la maternidad, con el dolor latente de haber perdido un embarazo del único hombre que amó en su vida: el Duque Artemían. Por él había decidido permanecer en aquel lugar, rodeada de hombres de guerras, unida por el amor y un destino, que a veces le llenaba el alma de tristeza.

Aslam comenzó a regalarle esperanzas, ella confiaba en su esposo y en la vitalidad del niño. Cumpliría el desafío de cuidarle.

_ ¿Cómo vas a quitarle el miedo?_ preguntó Matilda con cierto recelo de escuchar la respuesta.

_ Con dolor. Cuando venza todas las pruebas, cuando se acostumbre al dolor en cada parte de su cuerpo, ya no temerá.

_ No soporto verle así, despojado de todo_ susurró con tristeza mientras el niño dormía.

El Duque le acarició el rostro y le besó la mejilla. Matilda era una mujer de una belleza increíble, y había aceptado aquella suerte con él, y eso lo convertía en un hombre dichoso.

_ ¿Cuándo le dirás la verdad?

_ Aún no lo sé, es muy pequeño. Aún no sé si tiene el poder de su abuelo, o el de su padre. Tampoco sé cuando esté listo. Nosotros quizás solo estamos en su destino para ayudarle a encontrar su lugar. Le espera una vida solitaria, Matilda. Él es mi única familia después de ti, y no sé cómo diablos voy a hacerlo.

_ Lo harás. Lo haremos juntos. Vas a criarlo y vas a convertirlo en el hombre digno de su legado, y ya sea un inmortal o no, es un príncipe, y un día debes ayudarle a recuperar su trono.

_Confío en que sí. Un día él crecerá y será digno de construir su reinado.

_ ¿Cuándo comenzarás a educarlo?

_ Ya hemos comenzado amor mío_ El Duque le dirigió una mirada tierna y llena de preocupaciones a su esposa_. Que aprecie el valor de la vida, de los soldados que derramaron su sangre por su familia y por él, es su primera lección. El camino del vengador ha comenzado y solo tiene un final. La segunda lección está escrita en su destino, ya sabe que está solo_. Murmuró con pesar.

Lo primero que aprendió cuando le llevaron a Campus Drae fue a no confiar. Artemían le había dicho que no podía confiar en nadie, y a su corta edad ya había sufrido los estragos de la traición y la lucha de poder que lo sentenciaba a una vida despojada de amor. Y fue una lección muy dura, de aquellas que se volvieron una pesadilla.

Nunca pudo olvidar a aquel chico tan villano con el que creció. Grey era su nombre. Tenía cabellos rojizos y los dientes afilados de tanto morder a los muchachos de aquella comarca, pero Aslam estaba recién llegado y en dos días había recibido más de seis huellas de dentadura en sus dos brazos. Les propinaba palizas a todos los pequeños del lugar, y nadie le había tendido la mano nunca, salvo él.

Habían decidido aventurarse hacia las montañas cercanas en busca de venados salvajes. Corría con los muchachos sobre el yerbaje de aquellas laderas encumbradas y frías, cuando Grey cayó y se raspó las rodillas, impidiendo que caminara por el ardor. Aslam recordó como su tío le llevó sobre sus hombros el día funesto de su cuarto aniversario, aquel en que abandonara su palacio. No le llevó un segundo cargar al niño sobre su espalda. Hasta que Artemían le vio llegar con el pequeño sobre él. Unas chispas encendidas por la ira le provocaron un enrojecimiento en la mirada.

Aslam no comprendió su repentino cambio de humor, hasta que le tomó del brazo y le sacudió de cabezas dentro de un balde rebosante de agua congelada. El invierno llegaba a pasos rápidos en aquellos días, el cuerpo convulsionó por el frío y los vellos de la piel se convirtieron en una emisión de alfileres listos para ser disparados. Por primera vez sintió temor de su destino, por primera vez él le recriminó la ayuda ofrecida al hijo del herrero. La sacudida le sorprendió tanto como la rapidez en que fue sumergido de cabezas una y otra vez. Matilda gritó espantada y corrió a socorrerlo.

Aslam había dejado de pensar, de patear hacia el cielo, mientras buceaba dentro de las paredes estrechas del barril. El Duque le tiró al suelo y el pequeño cayó sobre la yerba, cansado de forcejar y sin aliento. Experimentó una humillación desconocida al ver que todos le miraban absortos y sorprendidos, como él mismo lo estaba entre espasmos y jadeos que le dificultaban respirar.

_ ¡Nunca más! Nunca, Aslam Ambery, vuelvas a ayudar a nadie. No muestres misericordia por nadie. No te vuelvas débil ante nadie.

En ese mismo instante se dirigió al hijo del herrero, con una mirada que le atravesó hasta los propios huesos.

_ ¿Quieres morir?

Matilda le miró con una ira irreprimible. Era la primera vez que bajaba las armas ante el Duque, y le regaló una mirada llena de dudas y decepción.

_ Nadie puede tocar al Príncipe Heredero. Nadie puede mirarle a los ojos, ni rozarle siquiera, o te la verás conmigo Aslam Ambery III, hijo de Joseph IV de la Casa Imperial. Nunca vuelvas a desobedecerme. No muestres tu debilidad ante nadie.

Caía la noche y no supo con qué rapidez llegó a la cima de la montaña. Una fina llovizna fue mojando todo su cuerpo. Retuvo en la mente un torrente de preocupaciones que nunca debió tener, no si su padre viviera, si su madre le diera abrigo.

Cayó de rodillas sobre el lodo. Había sufrido el despojo de su palacio, la traición de sus hermanos, la caída de sus padres, pero nadie lo preparó para la humillación. Sufría muy dentro, el mal sabor de una derrota le irritaba desde la impotencia. Le habían llegado de golpe, la pérdida y la orfandad, el brusco cambio de una suerte adversa que removía sus entrañas. Lo habían avergonzado por primera vez, y no tenía armas ni leyes que le ayudaran a cerrar aquella herida.

A lo lejos se oscurecían las nubes sobre el cielo y rugió una vez más el nombre de su padre. Recordó sus pasos ágiles al pasar por su lado, su mirada oscura y temerosa. Pudo sentir el escalofrío de la daga disparada hacia su corazón, y volvió el vértigo, el deseo de vomitar, una daga afilada sobre su propio corazón.

_ ¡Padre! ¡¿Por qué me abandonaste?!

Aslam hundió sus pequeñas manos en el lodo, y se dejó caer. Sintió que le atravesaban todas las heridas con el fuego ardiente de la impotencia. Estaba adolorido en cada partícula de su diminuto cuerpo, sentía dolor en los huesos, en el alma que le quebraban sin piedad. Juró venganza de sus hermanos, y también comenzó a luchar por su verdadera fuerza. Nunca más dejaría que El Duque ni nadie le lastimaran, menos que le volvieran a humillar.

El grito de ira le hizo brotar unas lágrimas que sintió más cálidas que antes, en su pecho se concentró todo el enojo de inconformidad, la cólera retenida, y el dolor; uno profundo que nunca pudo olvidar.

La lluvia se volvió más fuerte y las lágrimas más copiosas, confundidas en la danza del sufrimiento del pequeño contra el alivio que regalaba el cielo, al punto de humear y calentar sus mejillas mientras entretejían un mismo camino.

La habían descrito muchas veces, cuando le contaban las leyendas de Aslam Marquisteim, el Primer Rey Inmortal, y aquellas historias nacidas del amor de sus padres, todas signadas con lágrimas que quemaban por amor. Él nunca quiso creer aquella historia, y experimentó su propia condición en soledad. Sabía quién era. Siempre lo supo, solo debía ser paciente.

Descendió de la colina con una agilidad inefable. Se acercó a la casona, y se le apareció la figura del Duque Artemían como un fantasma. Le vio estrujarse los cabellos con signos de locura, al grito de Matilda todos le miraron. Ese fue el único día que lloró.

La mujer le levantó en volantas y lo acurrucó en su pecho. Le envolvió en una manta agradable y cálida. Esa noche Aslam se preguntó porque su tío le había recriminado. Nunca olvidó el temor en los ojos de los aldeanos, la ira del Duque en aquella lección: "no muestres debilidad". La frase parecía una canción de cuna olvidada en su antigua vida. El suspiro guardado en la garganta se volvió un recuerdo vago, como todo lo demás.

Esa madrugada durmió enredado en la manta con Matilda sacudiéndole los cabellos. La mujer siempre le miraba con unos ojos acuosos y llenos de bondad. Aslam dejó de pensar en su suerte, y comenzó a recibir las órdenes de su tío como única prioridad para ser, quien verdaderamente era.

Artemían vivía su peor pesadilla. Se enredó los cabellos con las manos mientras gritaba el nombre del Rey, en silencio invocaba la ayuda de su general. Lloró a sus muertos, y se compadeció de los traidores, porque tenía trazado un implacable plan dónde todos iban a caer ante el puño de Aslam, y lloró como nunca antes su propia suerte, la del hombre que tenía que forjar al vengador.

El Duque siempre le había hecho vivir emociones extremas para aniquilarle los sentimientos, y el instante en que aparecían, los convertía en hogueras de exterminio que se mantenían vivas, como luces inextinguibles en el alma del guerrero. De ahí cultivó todo el potencial hasta dónde era permitido desde la infancia. Durante los años vividos conocía la naturaleza humana como ninguno, y pretendió darle el caudal de experiencias a su futuro rey.

De todo lo que fascinaba a Aslam, la guerra le ofreció un horizonte donde destacaba por el ímpetu en combate y la agilidad aprendida desde su fuero interno, las ansias de ocultar cualquier vestigio de humanidad las mostraba sucesivamente en cada contienda.

Nunca olvidó la enseñanza militar. Las primeras lecciones quedaron en su fuero interno como un mandato:

_ Cuando te enfrentes a tu adversario debes concentrarte en sus partes vulnerables. Hay puntos exactos dónde matar. Cada uno de nosotros somos un objetivo perfecto para alguien más. Tú no puedes ser nunca el blanco para nadie, tienes que matar primero, y hacerlo sin enfrentar la mirada, porque puede hacerte claudicar y caer ante la misericordia. No tendrás compasión, porque de tu debilidad o tu fortaleza depende la casa Imperial, y tu dinastía puede prevalecer o sucumbir, sin haber comenzado. Mira lo que sucedió a tu padre, confío, amó, y fue traicionado y asesinado por sus hijos. ¿Comprendes lo que te digo?

Aslam asintió. Había aprendido a erigirse en el rigor de su tutor. Evitó recordar las enseñanzas de los eruditos dictándoles las leyes de los antiguos, las leyendas que se tejían en su palacio, la mirada amorosa de la madre y ese minuto final de la agonía en la mirada de su padre. Había tomado una decisión. Artemían era lo único que prevalecía en su tiempo de guerra y debía aceptar, que matar y convertirse en un guerrero le devolvería al menos, el lugar marcado como su hogar.

La espada crujió ante la fuerza del noble cada vez que fue levantada en alguna contienda. Había madurado en carácter y llenaba una complexión física más robusta que todos los que le antecedieron en el trono. Artemían le vio crecer sin percatarse que cada año el rostro y el fornido cuerpo del guerrero se parecían al del Rey, pero viéndole al enfrentarse en combate y dominar el control, entonces lo supo, había triunfado, había convertido al niño en futuro monarca. Ahora solo tenían que tomar lo que les pertenecía.

A los diez años aprendió a trotar con la espada en lo alto y la agitaba con destreza como un fuerte adalid. A los catorce, reconocía los puntos mortales en los oponentes y causaba estragos en el contronazo cuerpo a cuerpo. A los dieciocho ya tenía una lista de bajas más grande que todos los generales, llevaba una estatura descomunal para su edad, y era el más resistente. Había superado al Duque Artemián. También en la destreza y agilidad en las artes de guerra que tanto le costó aprender Había demostrado su poder para llevar a cabo su fin.

Aslam Ambery fraguó todas las emociones que le hicieron implacable. Cada enseñanza se convirtió en un amuleto que le acompañaría en su tiempo de eternidad, y cada lección quedó impresa en su memoria. "No pienses ni un segundo en tu enemigo, salvo para armar tus estrategias de guerra. Eres un guerrero y un príncipe. Has nacido con un Don que es tu maldición, y solo saldrás ileso de ella, cuando seas implacable. Un verdadero guerrero lucha para ganar, pero un rey conquista y somete".

            
            

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