Bajo La Luna de Madrid
img img Bajo La Luna de Madrid img Capítulo 5 Regresa El Rey Inmortal
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Capítulo 6 Noche de fantasía img
Capítulo 7 Bajo la Luna de Madrid img
Capítulo 8 Ballade pour Addeline img
Capítulo 9 Lazos en la eternidad img
Capítulo 10 Corazonada img
Capítulo 11 En nombre de la pasión img
Capítulo 12 La furia de Aslam img
Capítulo 13 En la hoguera del deseo img
Capítulo 14 Una eclosión de amor img
Capítulo 15 Revelaciones img
Capítulo 16 Plegarias img
Capítulo 17 Cuando se revela la magia img
Capítulo 18 La sentencia del rey img
Capítulo 19 Cielo nuevo img
Capítulo 20 El Heredero De La Casa Imperial de Los Inmortales img
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Capítulo 5 Regresa El Rey Inmortal

Aslam Ambery no volvió a dormir tranquilo. Cada noche desafiaba sus estrategias aprendidas, sus vagos recuerdos sobre los turnos de guardia del palacio, y todo se le añadía a cierta ansiedad que disfrazaba con nuevas medidas para dar un solo ataque, infalible y triunfal.

La mañana siguiente a la visita al mausoleo, decidió reunir a los hombres, al Duque Artemían, y les dio una orden.

_ Los que decidan seguirme vendrán al amanecer a tomar el palacio Imperial. Mañana al clarear el alba regreso a mi hogar.

_ Debemos crear un plan de ataque_ le dictó rápidamente El Duque.

_ Ya lo he trazado. Ya sé cómo podremos entrar sin demasiadas pérdidas para nosotros. Debes confiar en mí.

_ Pues vamos a verlo. Vamos a dar el gran golpe. Hemos esperado bastante para este día_ Agregó su interlocutor con orgullo, ya sabía que tendrían aquella conversación, que la decisión no esperaba más tiempo, y debía ser el príncipe quien le diera la orden la final.

Los soldados quedaron en silencio. Se dispersaron hasta esperar que su general les convocara y les diera las estrategias que iban a tomar.

_ La madrugada los sorprendió a todos en vigilia. Los soldados acostumbrados a luchar, dieron abundante heno a sus corceles de guerra, y se arroparon con las mejores ropas para resguardarse del frío. Colocaron sus corazas, y sus armas de combate. Hacia la derecha la espada, y en la cintura las filosas dagas que resultaban un blanco letal.

El ejército solo demoró unos días para atravesar las inmensas llanuras a caballo y atacar. Aslam Ambery lideró a sus hombres con todo el arrojo de su fuero interno. El Duque galopaba a su lado. Si bien los vestigios del tiempo le aseguraban aún la fortaleza y vigor a su físico, las canas le reglaban la dignidad de los años. Aslam lo sabía, que un día le dejaría, como lo habían hecho todos los demás.

_ ¡Artemían!!!

El Duque escuchó aquella voz ruda y áspera de hombre de montañas y batallas y el corazón le dio un vuelco. Su general Brandom Del Cury, quien lo forjó, y lo ayudó a ser más que un noble hijo de príncipes; un sabio y un valiente.

Aslam recordó aquella voz. El galope se detuvo frente a ellos, y por primera vez vio su rosto. Un bigote ennegrecido y rizo le ocultaba los labios, pero tenía una mirada que causaba pavor. Llegaba el ocaso y parecía que el sol se ponía en el horizonte de aquella frente, amplia y dura, como el corazón bravo de aquel general.

_Has logrado hacer de él un príncipe digno. ¿Cómo lo has hecho?_ le dijo mientras le palmeaba el hombro con efusividad.

_ Porque no conoce el miedo. Le despojé de ese sentimiento cuando le arrebataron todo lo que alguna vez temió perder. ¿Lo recuerdas?

Artemían le miró de soslayo y el general volvió a observar la mirada impasible y fría frente a él. En un segundo comprendió que estaba ante una belleza imponente. Sin dudas había sangre inmortal en él. Lo supo siempre; aunque los traidores rompieran el ritual con la maldición del parricidio. Él lo supo, que había que proteger al heredero.

Aslam recordó todo en cuanto lo vio. La lucha armada entre tantos hombres, y el general de su padre, le había servido de escudo protector. Era él, lo había salvado y había recibido muchas flechas sobre su cuerpo, solo por protegerle.

Aslam Ambery revivió el momento de la traición, y un vestigio de crueldad asomó con temible oscuridad.

El Duque Artemían leyó en sus gestos la ansiedad reprimida.

_ Entrar al palacio no será nada fácil_ advirtió con recelo.

_No voy a entrar a mi palacio con estratagemas, ese lugar es mi hogar. No me sentaré en mi trono con argucias calculadas. Una vez que llegue a las puertas, me verás entrar.

_Si lo haces caerán muchos hombres. Ellos intentarán defenderte y protegerte hasta morir.

_Los hombres del rey nunca mueren cuando la causa es justa. Eso lo aprendí de ti. Pero no los pienso exponer _ advirtió con determinación_. Yo entraré. Te lo he dicho. Seré yo_. La mirada implacable y segura llenó de pavor a los hombres.

_ Demasiado coraje te vuelve imprudente.

_ No abandonaré mis leyes, las que forjaron este reino. Esas que hicieron de mi padre una leyenda_ Añadió con temeridad y gritó_. ¡Soldados!!!. Han jurado dar la vida por su rey. Los traidores se encuentran tras esas murallas. Los asesinos de mi padre no tendrán perdón.

Aslam miró en ese segundo a su tío, y el general le sostuvo la mirada. Los ojos azules del príncipe se habían oscurecido al punto de parecer negros, y las venas sobre la amplia frente denotaban su furia, una que estaba a punto de estallar. Acarició el morro de su corcel, y levantó su mano derecha al gritar a viva voz_ ¡Los que sean leales al Rey Joseph IV que me sigan!

_ ¡Formen filas! _ rugió el Duque.

Los soldados le miraron con asombro y admiración las sombras en las pupilas, y se acomodaron sobre las grupas de sus corceles esperando una señal. Artemían sabía que le esperaba un nuevo destino tras la batalla. Confiaba en el entrenamiento y en los años entregados al príncipe. Prepararlo le costó olvidar el lazo de sangre y la promesa hecha a su Rey. Apeló a todo su ingenio y su agudeza para hacer del príncipe no solo el más inteligente, también el más justo y más capaz.

Habían pasado dieciséis años y no encontró vestigio alguno del niño que columpiaba sus pies sobre su corcel mientras huían de la matanza. El Duque Artemían emitió una sonrisa de satisfacción, tenían ante sí al guerrero deseado, al heredero que cobraría la venganza.

Aslam Ambery descendió de sus cabalgaduras y miró fijo su objetivo. El perfil de su rostro en las sombras ocultaba toda la tempestad que violentaba su alma. El palacio y sus torres de mármol le quedaban cada vez más cerca. La agilidad de los pies y el denuedo recorriendo el torrente sanguíneo le dieron el valor de alzarse con la pica y la espada en sus manos preparadas para la escalada.

El ejército esperaba su orden con la impaciencia que hacía de los hombres de guerra, los más osados. Los que enfrentan el hedor de la muerte sin pensar en ella, sin darle de ventaja una hendidura donde frisar el temor.

Los soldados del portón no le reconocieron, y comenzaron a llover lluvias de flechas puntiagudas sobre su cabeza, pero la habilidad demostrada era única e infalible. Estaba educado para no ser el blanco de nadie. Las flechas silbaban tan cerca como amenazas recurrentes en tiempos de batallas. Entrar por la alta puerta a su palacio fue una victoria de instinto y de poder, la que se gana cuando no existe el miedo. Una alarma inesperada se dejó escuchar dentro de aquellas estancias, para que sus propios hombres confiaran y comprendieran la naturaleza de su futuro rey.

Aslam logró abrir las puertas y su ejército escuchó su rugido. Escapado desde el anhelo de satisfacer un deseo mayor: su venganza. Su ejército se abalanzó con total bravura hacia un enfurecido contronazo.

_ ¡Quiero a los príncipes con vida! ¡Ataquen!_ volvió a gritar a duro vozarrón frente a ellos.

La voz potente de Aslam Ambery retumbó en los oídos de los soldados, y desenfundaron sus armas con una respuesta estentórea. En segundos cayó una lluvia de flechas sobre ellos, pero maniobraron bien las estrategias y cuatro unidades más de soldados llegaron para sortear las lanzas de La Guardia Real que protegía la entrada del palacio.

El Duque Artemían y el General Brandon se miraron con admiración. Aslam invadió los salones de su palacio con emociones ocultas tras la ira. La muerte de su padre le martillaba dentro, en laberintos inconfundibles de desdicha y nostalgia, de la vida que le arrebataron sus hermanos.

Su ejército no mostró piedad. Los príncipes fueron capturados con vida y traídos ante él. Los gemelos enmudecieron ante el asombro y la incertidumbre al verle batirse con la capa imperial de su padre. Intentaron detenerle cuando comenzó la marcha sobre la alfombra roja, pero encontraron un cuerpo preparado para la guerra. Su pequeño hermano ya era un hombre, y uno implacable; más alto y fuerte que todos ellos.

Alzó su mano derecha, y Artemían les quebró las piernas y los obligó a arrodillarse.

Caminó con la mirada clavada en las puertas blancas. Aquellas que le esperaban dieciséis años atrás. Columpiaba recuerdos vagos de la mano de su madre, y la espera del padre. La agilidad del Rey en el momento que intentó salvarlos. Cuando protegerlo le costó su propia muerte.

Caminó sin prisa. La capa ondeante rozó a cada uno de sus hermanos, humillados ahora ante su presencia. No lo presintieron nunca. Dejaron de buscarle cuando festejaron su triunfo, y ahora estaban ante él. Con la mirada de hielo escucharon la segunda orden.

_ ¡Maten a toda su descendencia!

Los gritos de los príncipes, y las nobles con las que habían contraído nupcias no lograron la misericordia deseada, no hicieron mella en su determinación.

Una escasa brisa nocturna llevó a todos los confines el olor a sangre humana, el que se desprendía con el último aliento de vida de los cuerpos que yacían en el frío refugio del suelo. Un olor a masacre, que se confundía con los alaridos de terror, y los quejidos de los moribundos. Apagado solo por el grito de satisfacción y victoria de los soldados del Duque Artemían, los soldados del Nuevo Rey.

Aslam recuperó su heredad bajo el filo de las armas que lo forjaron desde el martirio. La servidumbre comenzó a admirar su belleza. Reconocieron sus rasgos, su cabellera copiosa y abundante como la del Rey Joseph IV. Su mirada azul imperturbable, como la de aquella doncella que llegó al palacio para cautivar a todos y convertirse en reina. La perfecta imagen de la Reina Ira se inmortalizaba en aquel rostro duro que revelaba un carácter especial: su espíritu inquebrantable.

El ejército comprado en oro para perpetuar la traición dieciséis años atrás, le contempló con pavor. No sabían qué hacer, y dejaron de mirarse uno a los otros y cayeron de rodillas ante los soldados del Duque Artemían. La armadura del Rey Joseph IV en el hijo, les hizo revivir el parricidio. Era como ver al antiguo monarca en batalla, pero más fiero, más rápido y letal. En los ojos del Príncipe, los asesinos de sus padres solo encontraron un lago azul ausente de piedad. Amedrentados los más débiles, intentaron huir, pero fueron masacrados en el intento.

La capa ondeó mientras paseaba hacia el trono. Nadie se atrevió a colocarse frente a él. Todos bajaron la mirada, como si al intentar enfrentarle, le fuera adivinada una amenaza de muerte. Aslam no dudó ni un instante, continúo su andar acompasado con el mismo ritmo, hasta que contempló las puertas. Sabía que detrás le esperaba un destino. Siempre lo supo, cuando le contaban como brotaron los lotos negros de Azur, como renacieron las leyendas de sus abuelos inmortales, como hirieron las lágrimas de dolor su rostro cuando era apenas un niño en Campus Drae. Él lo supo siempre, hasta que las vio abrirse, y el Trono Blanco, parecía que también le esperaba.

Las altas puertas comenzaron a chirriar como si añoraran aquel día en que fueron testigos de a traición. Aslam experimentó un torbellino de emociones pero no se dejó doblegar por ninguna. Parecía un hombre de hielo que convertía en fuego todo a su paso. El trono de oro blanco brillaba frente a una multitud que se había dejado llevar por el momento, y comenzaron a dejar el paso al Duque y al general, para contemplar admirados al legítimo heredero.

Aslam se sentó sin dejar de mirar de frente a todos los que vivían aquel momento junto a él. Su rostro no reflejaba nada, salvo una mirada intensa capaz de hacer derretir el acero. Pero sus mejillas parecían más duras. Estaba viviendo la venganza soñada desde su infancia. La nobleza, los soldados, y los sirvientes que aún quedaban en pie después de la contienda; le miraron asombrados.

Con la sagacidad de una fiera entrenada para sobrevivir, demostró que nada le importaba. Nadie había imaginado que ese día llegaría, el justo instante en que recuperara el hilo de su destino. Los presentes en el gran salón, doblaron la rodilla y el dorso ante su presencia. Los gritos rudos y ásperos de los soldados que le vieron crecer, retumbaron en todo el reino.

Ese día el nombre de Aslam Ambery III, se escuchó mucho más allá de aquel reinado, como sucedió el día de su nacimiento. Cuando levantaron la mirada y se atrevieron a contemplar toda su belleza y su distinción, muchas doncellas quedaron con los ojos impregnados de lágrimas, los hombres más fieros que habían sido los guerreros de su padre y El Duque Artemían, se dejaron llevar por el momento y volvieron a humillarse ante el Rey Inmortal.

Aslam acababa de cumplir la segunda y tercera ley de los Inmortales. Se había sentado en el trono de su padre, y un brillo suave comenzó a cubrir su piel, como si un rocío de un hechizo desconocido le regalara todo el esplendor. Como una parte de su cuerpo que había luchado en silencio por ser descubierta.

Los ojos azules, la alta frente y el porte digno, se convirtieron en una pintura que ninguno de los presentes jamás olvidó. La mirada de océanos se tornó oscura y siniestra cuando mandó a traer a sus hermanos ante él.

_ Por este momento les arrebataron la vida a mis padres. Durante dieciséis años he anhelado volverlos a ver.

Los príncipes se miraron con temor. Sabían que iban a morir.

_ ¡Mátanos de una vez. Eres inmortal, pero te dejamos una vida solitaria. Vas a vivir en soledad. Será tu castigo por matar a tus hermanos!_ vociferó Maxime, el mayor de todos.

_ ¿! Dónde está Mixán!?_ gritó estridentemente.

_ No te diremos. Nuestro hermano tiene un hijo que también hizo brotar lotos negros en el lago. Vas a tener un rival digno de ti_ rió_. Joseph V es su nombre. Será tu tormento en tu destino.

Aslam dejó de mirarles, y sintió el vértigo de la ira acorralada dispuesta a enfrentar el raciocinio. Su sobrino llevaba el nombre de su padre, y lo sentía como una ofensa que no estaba dispuesto a tolerar. Desenfundó la espada y le cegó a cada uno con su reflejo. Le bastó solo dos pasos desde su trono a la alfombra, para cercenarles el cuello y verlos caer sin vida.

Corrió con una agilidad nunca vista. El palacio de Mixán estaba cerca. El Duque Artemían y El General Brandon hicieron una corrida tras él para protegerlo. Sabían cuál sería el final, y la protección del Rey era la prioridad.

La estancia de su hermano parecía una fortaleza militar. Estaba custodiado por fuertes soldados. Para tomar el lugar peleó cuatro horas de una forma incansable. Se desplazó entre los velones derretidos en los salones, con la ligereza de las fieras acostumbradas a cazar. La sorpresa del encuentro, y los gritos de las doncellas, no le robaron el coraje. Su mano fue firme cuando le encontró. Mixán se había forrado con armas de combate y estaba protegido por los mejores guardias de la realeza. No supo que pasaba hasta que le vio correr hacia él, la espada de su padre en la mano, y la capa púrpura le regalaron un recuerdo del pasado antes de morir. De pronto experimentó la incertidumbre, parecía que su padre regresaba y se situaba frente a él.

_ Aslam. No puedes ser tú.

Los ojos desencajados y llenos de sombro y pavor, le recordaron su infancia, cuando sus hermanos prometían protegerle, y volvió a recordar los pasos rígidos y ágiles de su padre mientras intentaba que la traición de sus hijos no fuera letal.

_ No se puede cambiar el destino. Hermano. ¿Dónde está tu hijo?_ preguntó lleno de ira, encontrando su voz más ronca y cansada de lo habitual.

_ ¿Crees que te lo diré? Vive con él esta pesadilla que comenzaste cuando naciste. ¡No debiste haber nacido nunca! ¡Te maldigo Aslam! ¡Tus hermanos te hemos maldecido desde que naciste!!! _ vociferó con toda la fuerza nacida desde el abismo siniestro de su garganta.

Aslam Ambery III intentó olvidar aquellas palabras con todas sus fuerzas. No pensó en nada más que aliviar aquel dolor que regresaba con poderosas marejadas, como un torbellino de aguas terroríficas que pedían salir a gritos. Le miró a los ojos y encontró la respuesta necesaria. El odio no es algo que se puede disimular, y un Rey debe tener el pulso firme para acabar con la amenaza a su vida y a su reino. La guardia real desenfundó las armas, y le asestó duros golpes hacia puntos mortales. Aslam respiró hondo antes de recuperar sus fuerzas. Había pasado las últimas horas realizando el mayor esfuerzo físico de toda su vida. Sin dudas había mandado a cientos de hombres hacia la muerte, estaba al punto del desfallecimiento y su venganza debía terminar allí. Era una promesa que tenía que cumplir.

Mixán se llenó de terror cuando le vio batirse con sus hombres. Cuando contempló la forma de sus estrategias, su fuerza ágil y segura. Supo que Aslam

ya había tomado el trono. Pero la esperanza le llegó en ese instante final. Su hijo podría cumplir sus sueños. Su hijo podría matar al heredero inmortal. La espada atravesando su corazón le hizo recobrar los sentidos en el minuto final, maldiciendo el nombre de su hermano hasta que expiró su último aliento.

Cuando el Duque Artemían y Brandon Del Cury entraron a la estancia principal, la muerte se había apoderado de aquel lugar. Las doncellas estaban tendidas en el suelo, y el príncipe traidor escondía su rostro en un charco de sangre. Los sobrevivientes de la guardia personal estaban arrinconados entre las altas torres, y cada hombre que intentó detenerlo, quedó suspendido entre su daga y su puño mortal. Aslam se acercó a sus hombres a pasos cortos y calculados. Intentaba descubrir qué pensaban sobre él, reconociendo que no le importaba. Enfundó la espada, y encontraron las sombras de las tinieblas gobernando el océano inconfundible bajo su mirada azul.

Caminó deprisa al salir del palacio, y le siguieron en total silencio. No hablaron nunca sobre lo ocurrido en el palacio de Mixán, sobre las doncellas que perdieron su vida inocente ante su ira. Nadie supo que escondía una pintura entre sus puños. El retrato del único sobreviviente a su matanza, el que llevaba el nombre de su padre para atormentarlo.

En escasos días el palacio volvió a irradiar la frescura y la fortaleza de sus antiguos años. Aslam deseaba vivir ahora un tiempo de paz. Solo en las noches más solitarias un recuerdo vago le llegaba, la incertidumbre de un heredero que lo conduciría hacia una búsqueda incansable.

Artemían le miró con un orgullo irreprimible. El palacio imperial volvió a recuperar el brillo de aquellos años. Pero una pintura se mantuvo oculta entre sus reliquias. El rostro del único sobreviviente de su venganza, ese que llamaron Joseph V, se había convertido en una terrible pesadilla.

Era de rasgos idénticos a su padre y aquello lo atormentaba en un secreto sepulcral. Sin dudas el destino lo volvía a conducir hacia el desconcierto. Pero su sobrino hizo la travesía de aquella eternidad sin dejarse encontrar. En su huida fraguó las distintas formas en que podría vengar a su padre. Solo que no imaginó que el Rey Inmortal, también alcanzó excepcionales habilidades que le permitirían vivir para hallarle, que el destino es una pieza perfecta creada por dos partes iguales, que alguna vez se deben encontrar.

El Rey cambió todo el diseño de La Casa Imperial. Recordaba con minuciosidad cada lugar dónde sus padres habían colocado sus valiosas pertenencias. Los salones estaban forrados en mármol y oro. La riqueza del lugar era legendaria, reconocida en lugares distantes, donde todos deseaban conocer cómo se vivía en el Palacio de los Inmortales.

Encontró la daga azul en la recámara de Maxime. Aún conservaba el brillo que mantenía vivo en sus recuerdos. Era una pieza única, hecha a mano por el Primer Monarca. El Rey que preparó el arma de exterminio a su descendencia, como si supiese que el destino del palacio correría una suerte adversa.

Contaban las damas más antiguas del palacio, que cuando el arma estaba en la fragua final, la tomó enrojecida por las llamas, y enterró la punta en su corazón, y le añadió las gotas al metal sometido a las últimas llamas. Se decía que al atravesar el corazón de un inmortal le causaría la muerte. Ahora le pertenecía. El continuaría algo que le arrebataron, y no tendría piedad.

Aslam intentó devolverse su infancia. Los momentos felices que quedaban como fieles vestigios en su memoria. El lujo de la Casa Imperial, las noches de gala, las ceremonias. Todo cobró el esplendor que usualmente revelaba el carácter de su padre. Lo primero que hizo al hacerse Rey fue recuperar su alcoba. Esa noche colgó la pintura de su único sobreviviente frente a la cama. Una parte de sus emociones deseaba verle, aprenderse cada detalle de su fisionomía, porque en su instinto estaba escrito que su búsqueda sería larga, hasta el punto de sentirla interminable. Nadie imaginaba que en las noches más solitarias, las lágrimas corrían veloces por su rostro. Anhelaba en secreto el encuentro con sus padres, y sufría en silencio el odio acérrimo de sus hermanos. Nadie supo que hubiera dado todo el oro de La Casa Imperial por cambiar su suerte, por tener sus padres de vuelta y el amor de sus hermanos, ahora muertos bajo su furia letal.

Abrió el diario que le acompañaba desde que cumplió la mayoría de edad y le ayudaba a desahogar sus emociones. Cada página se convertía en una cómplice silenciosa y fiel de todos sus pensamientos. Esas que en la angustia más rotunda le guardaban nuevos momentos para hacer de su vida algo glorioso.

"Esta noche he cumplido mi promesa. El destino de un vengador es más solitario que la vida de un Rey. Las puertas del Trono Blanco se abrieron ante mí. Todo el destello de los inmortales ha bañado mi cuerpo, pero sigo sintiendo esta soledad. Mi alma sufre un terrible gemido cada vez que los invoco, cuando el rostro de mi madre y mi padre aparecen frente a mí. Hubiera sido verdaderamente glorioso si ellos estuvieran vivos. Hoy exterminé toda mi casta. La Casa Imperial solo lleva mi nombre, mi esencia. Solo yo caminaré este destino amargo y solitario, con alguien que también hizo brotar los lotos sagrados. Allá afuera me espera Joseph V. Le dieron el nombre del padre que habían asesinado sin piedad, y acaso puedo sentir más cólera contra mi sucesor. Sé que un día nos enfrentaremos. Su retrato me acompañará hasta que ese día llegue, y la daga azul sea un final".

                         

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