- No soy su tía, señor Hernández. Ten un mínimo de respeto, por favor. - dijo en tono serio. - Y si no te interesa, puedo hacer que los papeles de la adopción salgan rápidamente.
- Oh, conchet...
- ¡Te he pedido que seas educado, señor Hernández! - le interrumpió. - No digas palabrotas en esta habitación.
- Lo siento, chula.
- ¡Respeto, Sr. Hernández!
- ¿Qué pasa? Llámame Diego, y dame tu número de teléfono.
- ¿Va a cuidar de su hija o no, señor Hernández?
- ¡Tranqui! Mis padres se encargarán de ella. No te preocupes.
- ¿Tus papás? ¿Está seguro?
- Ya tuvo una charla con elles. No tiene pollo.
- ¡Es un alivio! - le dijo, y vino a buscarme. - Hellen, ven a conocer a tu papá.
Tragué en seco y salí de la habitación. Vi a mi padre por primera vez y ya sabía que no quería ir con él. Tenía un aspecto algo sucio, llevaba una gorra y unos pantalones rotos, pero no a la moda. Su camiseta era rara, llevaba chanclas en los pies y en la boca le faltaban muchos dientes. Además, estaba sentado todo desparramado y despatarrado en la silla.
- Hola, Hellen. - dijo. - Soy tu papá. Y tú eres muy majo, ¿lo sabías? Más bella de lo que esperaba. Vaya, tienes el pelo de mi mamá y la cara de Marie. - sonrió, pero no pude devolverle la sonrisa. - ¡Me llevaré buenazo contigo, chica!
Soltó una risita baja que me hizo estremecer y sentir la piel de gallina por la columna vertebral. Tragué con fuerza, mirando a la trabajadora social.
- Hellen, te dejaré mi tarjeta, ¿vale? - dijo, agachándose frente a mí y entregándome su tarjeta. - Llámame cuando quieras si lo necesitas. Puedes llamar a cobro revertido desde cualquier número, ¿vale? - Asentí con la cabeza. - Dentro de treinta días, vendré a visitarte, para ver si estás bien, y si tu papá realmente te ha dejado con tus abuelos, ¿de acuerdo, cariño?
- De acuerdo.
Eso es todo lo que pude decir, y lo dije en voz baja. Cogí la tarjeta que me había dado y la metí en el bolsillo de mis vaqueros. La abracé y le dije al oído que no quería ir con él, que tenía un mal presentimiento. Pero me contestó que todo iría bien, que solo tenía que llamarla si algo iba mal, o si no era de mi agrado. Volví a asentir con la cabeza, después de todo, solo tenía que llamarla, si algo no estaba bien.
Cuando llegamos a la casa de mi papá, vi que era mucho más pequeña que la casa en la que vivía con mi mamá. De hecho, solo tenía una habitación y un baño; todo estaba muy sucio y desordenado, y además apestaba mucho.
- Ahn... ¿Sr. Hernández?
- Soy tu papá, Hellen. Llámame papá. - me sonrió.
No pude terminar de hablar. Lo único que podía hacer era mirar esa boca a la que le faltaban muchos dientes y los que quedaban eran muy negros. Puso mi bolsa en un rincón y me dijo que fuera a ducharme. Asentí con la cabeza, cogí ropa limpia de mi maleta y entré en el baño.
En la casa donde vivía con mi madre, tenía mi propia habitación, aunque la casa era pequeña. Y en el tiempo que pasé con los Mendonza, también tuve una habitación para mí. Ahora, en casa de mi padre, solo tenía una habitación, con un montón de cosas.
Antes de cerrar la puerta del baño, le pregunté dónde poner la ropa que me iba a quitar. Me dijo que dejara la puerta entreabierta y que tirara la ropa, que él la pondría a lavar. No tuve que preocuparme por nada.
Hice lo que me dijo, pero me olvidé de coger la tarjeta de la trabajadora social. Cuando devolví la ropa, que no había metido en la lavadora, la tarjeta había desaparecido.
Ese mismo día, por la noche, salió conmigo a unos lugares que nunca había visto, pero que tenían muchos coches de lujo, que parecían ser bastante caros. He visto a mi padre acercarse a varios coches y hablar en voz baja con la persona que estaba dentro del coche. Oí a varios hombres preguntar si estaba loco y acelerar sus coches y alejarse. También vi que algunos hombres me miraban a mí y luego a él, sin contestar nada.
Hasta que llegó un hombre muy guapo, que me miró, se acercó a mí y me preguntó si realmente era su hija. Asentí con la cabeza, pero se acercó a mí, se agachó y me pidió que le contestara, hablándole a él.
- Sí. - Dije en voz baja. - Ese es su nombre en mi certificado de nacimiento.
- ¿Y cuál es su nombre, jovencita?
- Hellen Marie Gangnan. No tengo su apellido. Solo la de mi madre.
- ¿Y dónde está tu mamá?
- Mamá se durmió y no se despertó. Tiene una bolita en la cabeza que el médico no puede quitar.
- ¿Está durmiendo en el hospital? - preguntó, con las cejas fruncidas.
- Ya no. La pusieron en una caja grande con tapa. Luego la llevaron a un lugar y la pusieron bajo tierra.
- Lo entiendo. - bajó la mirada durante unos segundos, asintiendo. - ¿Te trata bien tu padre? ¿Te ha hecho algo que no te guste?
- Solamente lo he conocido hoy. Mi mamá dijo que él estaba trabajando en el extranjero cuando yo nací. - Asintió con una leve sonrisa en el rostro, mientras yo respiraba profundamente, oliendo el delicioso aroma que salía de él.
Se levantó y miró a mi padre. Lo miró de pies a cabeza y viceversa.
- ¿Cuánto quieres? - preguntó seriamente.
- Mira... ¡Ves que es hermosa! Sé que ustedes los ricos tienen unos gusto diferente, y...
- ¡Te he preguntado cuánto quieres! - dijo el hombre de forma amenazante.
- Ah, no puedo decírtelo, tío. Es mi hija... una hija no tiene precio. - mostró los pocos dientes negros de su boca.
- Te daré cien mil euros para que la lleves hoy. Pero quiero su certificado de nacimiento.
No entendía nada de lo que decían. Pero si fuera para librarme de ese hombre que decía ser mi papá, me iría con gusto con el fragante. ¡Se veía mucho mejor que mi papá!
- ¡Así no, cheto! - mi padre soltó una risita. - ¡Tendrás que casarte con ella!
- ¿Cómo voy a casarme con una niña de nueve años? ¿Estás loco?
"- ¿Casarse?" - Pensé. - "Soy una niña. No puedo ser yo de quien hablan". - No me involucré en la conversación. Mamá siempre me ha dicho que nunca interfiera cuando dos adultos están hablando.
- Hay algunos países que se casan, cheto. Tú eliges... India, Etiopía, Irán, Irak, Nigeria. Esos son los que he investigado. Te conviertes al Islam por la mañana y te casas por la tarde. O al día siguiente.
El hombre fragante me miró, de nuevo, luego cerró los ojos y respiró profundamente.
- No sé si debería confiar en ti con esta chica.
- Hombre, es mi hija. ¿Qué crees que voy a hacer con ella?
- ¡Espero que nada!
- Mira, le enseñaré lo que tendrá que hacer por ti...
- ¿Qué? - el hombre fragante agarró a mi padre por el cuello y lo levantó del suelo.
- Solo mostraré, ¡tío! ¡Es mi hija, no la voy a tocar! ¡Va hacia ti, virgencita! ¡Lo juro! ¿Qué crees que soy? ¿Crees que tocaría a mi propia hija? - abrió los ojos mientras respondía al hombre fragante.
- ¡Estás vendiendo a tu propia hija! - habló entre dientes. - ¿Qué quieres que espere?
- ¡Tío, prometo que no la tocaré! Es mi hija. ¡Y no soy tan rico como para tener esos gustos tan extraños!
- Te voy a llevar a casa. Te recogeré mañana a primera hora. ¡Si me dice que le hiciste algo, considérate muerto! - así que bajó a mi padre y abrió la puerta del coche. - ¡Entra!