Capítulo 2 CONTINUACIÓN

Sus cabellos eran cambiados en su color cada vez que la ocasión lo requería, a petición de una de sus hijas. Y bien bonito que se le miraba con sus cabellos hermosamente pincelados. Mi bisabuela Nona viajaba constantemente. Uno de sus hijos, el tío Juan Bautista, residía en una de las grandes ciudades centrales en la cual tenía un prolifero negocio. Conformaba una familia hermosa, la paz y la unión la fecundaban.

Era pues, requerida la presencia de la bella viejecita para decorar esa, su casa, que brillaba cual piedra preciosa; contando de manera constante con la presencia bendita de Leonor, de mi bella bisabuelita Nona, quien hoy por hoy frecuentemente sonríe para mí.

Todos los años, en ocasión de la semana mayor, la familia viajaba a la sierra. Mi abuelito tenía un carro que, aunque arcaico y un poco destartalado, era muy espacioso. Viajaba un montón de gente, siempre los acompañaban unos parientes que habitaban en la misma ciudad que ellos. La tía panchita, hermana mayor de mi abuelita y sus cuatro hijos. Los primos Zenón, Adrián, Juanita y Evelyn ocupaban el asiento posterior, junto a su madre. Mercedes iba sentada en las piernas de mi abuelita. Obviamente que mi abuelito Raúl conducía el auto. Eran esos los días más bellos en la monótona vida de Mercedes.

Apenas llegaban, una algarabía se formaba en torno a los visitantes. Mi abuelito llevaba para la muchachera, muchos dulces de las más variadas presentaciones. Además de una buena ración de dulce de lecha de cabra para el tío Arnoldo, el empedernido solterón de la familia, quien era tan mujeriego; que no sabía la cantidad de muchachos que tenía, aunque ninguno vivía con él. Era la semana más divertida de año, Mercedes contaba los días para que llegara. En realidad eran diez los días que pernoctaban en la serranía.

Pasaban ligeros los mismos, entregados al juego y a las más divertidas ocurrencias. No existía edad para la diversión, todos jugaban sin parar; parecían no cansarse jamás. Comían los típicos platos de la zona y de la época. Se guardaba con especial recelo las costumbres religiosas. Lo que resultaba más atractivo era la procesión al Nazareno, todo el pueblo acudía a tan magno evento. Después de las doce del mediodía del miércoles santo, ya no se podía hacer nada que no fuera comer dulces, majarete y pescado en conserva en cantidades industriales. A veces pescado fresco que mi abuelito llevaba como sorpresa.

Los muchachos elevaban sus cometas muy altos. Había hasta una competencia para ver quien la elevaba más alto. El premio siempre consistía en un gran y suculento dulce. Nadie podía golpear nada, decían que si lo hacían era como si se estuviese golpeando a Cristo. Si alguien se bañaba los días santos, decían que se podría convertir en pez. Era una creencia más que incrédula, un poco repulsiva. Nona tuvo una inmensa descendencia, en total fueron catorce los muchachos que parió. Habría de imaginarse el enorme retozo que se formaba allá en la sierra en la Semana Santa. La bisabuela Nona partió al encuentro con nuestro Padre Celestial cuando Mercedes tenía trece años. Hasta allí llegaron los viajes. Desde entonces mi mami vivió enclaustrada en su casa, en medio de una gran soledad que parecía que la iba a aplastar.

Creció así Mercedes y con su soledad y su tristeza a cuesta, se hizo una mujer muy hermosa. Una fuerza extraordinaria me hacía seguirla constantemente como su angelito protector. Era inquebrantable esa soledad que en muy pocas ocasiones desaparecía; aunque solo por momentos. Sintió un aliciente, al momento de ingresar al campo laboral, en sus compañeras de trabajo. Con ellas, entre chascarrillos y tomadas de pelo, había sentido un alivio a su soledad, la misma que la atrapaba nuevamente al llegar a casa. Así transcurría su vida, con su tristeza ya perenne, hasta que la ilusión llegó a ella cuando recién había cumplido veinticinco añitos.

Fue en ese tiempo cuando mi señor determinó que yo debería pasar a otro plano, y fue precisamente en Mercedes donde se obró el milagro. Ella entristecía, pero no se sentía sola. Su tristeza era por la lejanía de sus padres. Por no entender que por haber tenido una gran ilusión, había sido desterrada de su hogar y de su familia. Pero mi presencia la llenaba y la hacía sentir plena. Por ello se entregó a mí desde el primer instante en que se enteró de mi presencia. Yo la amaba desde mucho antes de la decisión del creador de posarme en su vientre y ser su amado hijo.

En ese entonces, era yo un angelito travieso que pasaba todo el tiempo retozando, lógicamente, con otros angelitos traviesos. En la gloria del padre, el tiempo no es denotado, sencillamente pasa. En mi jugueteo constante fue que, por obra gloriosa de ser yo su ángel de la guarda, denoté el llanto de Mercedes y desde allí comencé a seguir sus pasos tratando de que nada perturbara su tranquilidad. Llegó el amor a su vida y aunque mi abuelita percibió algo que no estaba bien en Aníbal, era una situación que solo ella tendría que enfrentar, a pesar de que una madre siempre quiere bien para sus hijos. Tenía que aprender de sus propias experiencias y vaya que lo hizo.

Llegó el amor a su vida y así como llegó se marchó, dejándola nuevamente sumergida en esa soledad que ya la apabullaba sin clemencia alguna. Hubo una entrega mágica donde el amor prevaleció. El amor que sintió Mercedes, porque Aníbal terminó embarrado de tanta cobardía y tanto desinterés, que prefirió hacerse a un lado sin luchar, sin perseverar. Sabía yo que ese golpe le resquebraría la vida, aún así, aunque ese resquebrajamiento resultó inclemente, ella se entregó por amor; por un amor por el que lo apostó todo. Fue esa la causa de mi advenimiento a este mundo. Yo la amaba tanto desde hacía muchísimo tiempo y Dios me premió con hacer del angelito que era; el niño amado y siempre esperado por Mercedes.

"Mami, pienso mucho en ti. Mami ya quiero nacer. Estoy desesperado por mirarte, besarte, abrazarte y demostrarte lo mucho que te amo; aunque para eso debo crecer un poquito más. Son treinta y cinco las semanas que llevo aguardando. Peso cerca de dos kilogramos y medio. Que grande y pesado me siento. Hace poco que era apenas una pelotita de carne, así como tú misma lo decías en son de broma. Ya mi corazón y mis vasos sanguíneos se han formado por completo, como también lo están mis músculos y mis huesos. Mami, ya he adquirido patrones de sueño, aunque he querido permanecer la mayor parte del tiempo despierto, pensando mucho en ti; pensando en el día en que pueda llegar a la vida y entregarnos a este amor de madre e hijo que será para toda la eternidad.

Mami, te confieso que en este momento me siento muy triste. Me asusté mucho por lo que te sucedió. ¿Será que de tanto desesperar por aparecer en el escenario de tu vida, nuestro creador quiso adelantar un tiempo? Creo que más bien fue mi desespero. Aún no puedo nacer, me faltan unas semanas más y aunque podría sobrevivir con el desarrollo que ya he adquirido; lo más prudente es que aguarde el tiempo que está estipulado por Dios. Sentí sacudidas repentinas. Escuché tus quejidos de dolor. Perdona mi ímpetu por querer llegar a tu vida antes de tiempo. Ya falta poco mami".

No era Mercedes la única que estaba sufriendo, mis abuelitos también lo estaban, ella les hacía muchísima falta. En muchas ocasiones se toman decisiones en momentos de excelso enojo o de indecisiones; esos errores nos hacen daño. De todos modos, mi mami no había cometido ningún error, solo se enamoró; sintió que su corazón la guiaba por un camino y quiso seguir aquellos impulsos. Independientemente de lo que sintiera o dejara de sentir mi padre, ella se había enamorado y enamorarse nunca ha sido pecado; mucho menos lo es, entregarse por amor a esa persona amada. Sí, percibí mucha tristeza en mis abuelitos. Estaban totalmente arrepentidos por haber procedido de una manera tan errada, por ello sentían mucha tristeza. Habían decidido el camino correcto, el del arrepentimiento. Y gracias al perdón, la vida volvería a sonreír para todos ellos. Ya faltaba poco para mi nacimiento, por lo tanto, era necesario que todo a mí alrededor permaneciera colmado de felicidad.

Ya había finalizado mi gestación. En ese momento pesaba tres kilogramos y mi tamaño era de casi medio metro; según el ecosonograma tridimensional que le hicieron a Mercedes. Mi mami había dejado de trabajar por un tiempo. Le dieron el permiso determinado por la ley para que me trajera al mundo y se la pasaba el día entero tirada sobre su cama, leyendo revistas sobre bebés y acariciando incesantemente su vientre. De vez en cuando se paraba, se miraba al espejo como siempre y me dedicaba sus acostumbradas frases amorosas que tanto me agradaban. Iba al baño con más frecuencia que antes y sentía que ya yo no me movía tanto. Aquella mañana risueña sintió unas molestias leves y se emocionó tanto, ya que sabía que era el primer anuncio de mi llegada. Los dolores se habían incrementado con el paso de las horas y ya al mediodía le incomodaban mucho. Sentía que yo estaba muy "bajo", ya que presentaba distensión abdominal. Por sus partes íntimas había comenzado a botar un líquido sanguinolento.

Mercedes era primigesta y por ende, el proceso de trabajo de parto iba a ser muy complejo; era lógico que demorara varias horas para finalizar con mi expulsión. A media mañana fue llevada al hospital. El médico la examinó, dijo que apenas tenía un dedo de dilatación. No se a que se refería con eso, pero tuvimos que regresar a casa nuevamente, porque aún faltaba mucho. Mi mami se desesperó porque ya las molestias más que nada, le preocupaban. Se trataba de un camino nunca antes andado. Era una visión de lo desconocido.

Pensó que con las horas, aquellos dolores se harían aún más fuertes, casi se desmayaba con la sola idea. Sabía desde hacía mucho que no iba a ser nada fácil. Lo había leído en los muchos textos que hubo consultado para ilustrarse en el tema, con la finalidad de que nada la tomara desprevenida. No sentía comodidad en ninguna parte. Se acostaba y nada. Se Sentaba y era aún peor. Caminaba sin cesar en todas direcciones y tampoco encontraba sosiego. No había forma ni manera de que esa inmensa incomodidad cediera, aunque fuera por un rato. Sentía que eran desgarradas sus entrañas. Nunca había sentido una sensación semejante. Mercedes estaba muy asustada y por estar sola, no podía apoyarse en nadie. En ese momento y en esas circunstancias, es cuando se necesitaba una mano amiga cercana. Esa mano debió ser la de Aníbal, la de mi abuelo o la de mi abuela. No, no había nadie con mi mami salvo yo, que no podía hacer mucho por ella.

Mi mami había dispuesto todo para mi llegada. Había comprado, cuando aún no sabía mi sexo, ropas de colores "neutros"; poca azul y poca rosada. Con los pocos ahorros que había logrado, compró una cuna pequeña y todo el ajuar necesario para un recién nacido. Ella lo tenía preparado todo; ya estaba listo el escenario para mi llegada a la vida. Todo estaba preparado menos ella. Nadie está preparado lo suficiente para eso. Mi mami lo enfrentó sola a pesar de no estar preparada.

Ya no soportaba más. Llamó al taxista que antes ya la había llevado y que se hubo ofrecido a llevarla nuevamente, sin cobrarle absolutamente nada. El buen hombre se había dado cuenta de que ella estaba sola y sintió mucha pena por ello. Cualquier persona se conmueve en una situación como esa. El buen samaritano se demoró media hora en llegar. Mientras lo hacía, Mercedes se dirigió a la sala de baño y volvió a miccionar nuevamente. Las molestias que sentía iban en franco aumento. Ya era inminente mi llegada, mi nacimiento.

Cuando el chofer se apersonó, el mismo estaba más nervioso que la misma Mercedes. Era un hombre ya entrado en años, sus sienes eran colmadas de canas. Era poseedor de un hablar pausado y vestía elegantemente; con corbata y todo. Ya la futura madre, impaciente, estaba preparada justo frente a la casa. El caballero ayudó a colocar en la maletera del vehículo, los enseres que frecuentemente se usan para esas ocasiones. Ella abordó la unidad y de inmediato el hombre inició el viaje. Las calles estaban tomadas por un tráfico desenfrenado y hubo que tomar una vía alterna. Aún asi, demoramos aproximadamente treinta minutos para arribar al centro asistencial. De inmediato mi mami fue conducida hasta un sitio muy frío donde esperaban otras "barrigonas".

Eran las tres de la tarde y ya mi mami "rompía la fuente". Yo me consideraba cada vez más aprisionado en el canal de parto. Mercedes sentía aquellos dolores con más intensidad y mucha más frecuencia. Consideraba yo que ese sitio era cada vez más minúsculo. Al llegar la examinaron nuevamente, el médico volvió a indicar que aún no era tiempo. Tendría que continuar esperando, no había más que hacer. Era muy posible que la espera se prolongara hasta llegada la noche, tal vez podría dilatarse hasta el día siguiente, decía tajantemente el médico con cara de desgano. Realmente que se trataba de un proceso extremadamente lento, sobre todo al ser ella una primigesta.

Cuando escuchó al médico decir que aún no era el momento, Mercedes entró en pánico; comenzó a llorar. La aterraba el hecho de estar sola en horas de la noche o de la madrugada, sin alguien que representara un aliciente ante el momento ingente que estaba viviendo. Por esa razón ella le explicó al médico, a quien ya se le denotaba una cara de agotamiento; que su situación no era del todo fácil. Le explicó que era ella una madre soltera y no contaba con nadie que le ayudara, ante una contingencia que tal vez pudiese presentarse en horas de la noche o probablemente en la madrugada. También le hizo saber que su domicilio quedaba distante del centro asistencial. Ya no encontraba la pobre, un argumento de peso para convencerlo de que la dejara pernoctar en las instalaciones. Podría esperar aunque fuese en la parte externa. Ante la pertinaz negativa del apático galeno, no pudo más que exteriorizar un llanto colmado de histeria. Y no era un llanto fingido o utilizado como subterfugio para inspirar tal vez lástima; fue un indiscutible llanto de miedo, de desesperanza y de confusión.

Ante la insistencia de mi madre, decidieron dejarla hospitalizada. El lugar propicio para tal fin se denominaba área de prepartos. Se trataba de un lugar amplio, con seis camas dispuestas en dos hileras de tres unidades cada una. A esa hora ya había cuatro damas en las mismas condiciones que mi mami. Todas gritaban soportando las contracciones uterinas que ya advertían que el parto estaba próximo. A medida que el nacimiento era inminente, las trasladaban a la sala de partos, que era donde se producían finalmente los nacimientos. En caso de ser necesario, el destino final podría ser el quirófano para la realización de una operación cesárea. Eso le explicaba a mi mami, la enfermera que estaba encargada de ese gran bullicio que significaban seis mujeres gritando al mismo tiempo. Ya la dulce y paciente enfermera estaba acostumbrada a semejante barahúnda.

Las otras parturientas estaban próximas a tener sus bebés. A mi mami, por lo visto, aún le faltaba mucho tiempo. Es verdad que tenía molestias, pero por lo que advertía en sus compañeras, eran solo eso; molestias nada más. Poco a poco el personal iba desalojando la sala de prepartos. Era sorprendente cómo se producían tantos nacimientos, sobre todo, en un país ataviado de una sin par crisis económica. Pero bueno, la vida continúa y hay que perpetuar la especie. Por desgracia, en aquel momento crítico de mi país, no todas anhelaban el hijo que se formaba en sus vientres; contrario a lo que le sucedía a mi mami, quien siempre soñó con tenerme. La mayoría eran embarazos no deseados. Muchas quedaban en estado, para poder recibir un "bono" que había prometido un populista más que ridículo; irresponsable e inhumano. A medida que se iban desocupando las camas, ingresaban más mujeres embarazadas; parecía una historia sin final.

Con el transcurrir de las horas, las molestias de mi mami se acrecentaban y ya entrada la noche, eran verdaderas contracciones; fortísimas por demás. Lo que ella había sentido antes fueron solo leves molestias. A esa hora, la situación se estaba convirtiendo en una horrenda pesadilla. Cuando se presentaban las contracciones uterinas, la pobre se quedaba sin aliento. Pasaban rápido, pero el poco tiempo que duraban, era intenso el dolor. La enfermera encargada del área le hablaba tiernamente, explicándole cómo tenía que actuar al llegar el momento.

Flor era una enfermera veterana, llevaba más de tres décadas de ejercicio. Treinta y tantos años dedicados a coadyuvar con los médicos en la atención de partos, amén de que ella había parido en ocho oportunidades y sabía, por experiencia personal, que cuando se es primeriza nada es sencillo; porque se camina por un pasaje nunca antes transitado. En el conticinio de esa noche que pasaría a la historia, Mercedes sintió que ya yo quería emerger a la vida. Llamó a Flor y ella, con solo mirar en su entrepierna, supo que tenía mucha razón y de inmediato llamó al camillero para que procediera con el traslado. La transportaron en una camilla hasta la sala de partos.

De inmediato, tan pronto hubo salido mi cabeza, fue apartado el incómodo filamento que hasta entonces apretaba mi cuello. Al cabo de varios minutos, tras aquel magno esfuerzo por parte de mi madre, pujando de manera heroica; se produjo el milagro de mi nacimiento, a juzgar por las palabras que ella siempre pronunciaba al hacer referencia a ese acontecimiento. Luego de haber emergido de aquel tibio regazo que me hubo resguardado durante cuarenta semanas, faltaba la conexión divina que me hiciera adaptar a mi nueva realidad. Estando yo en las manos del eminente galeno con la cabeza hacia abajo, este estimuló mis pies con suaves golpeteos; de ese modo se dio inicio a mi respiración. Al instante se escuchó un agudo chillido, era el llanto que anunciaba mi llegada; un gemido supremo que le indicaba a mi mami que ya me había hecho presente.

Luego de constatar la calidad de mi respiración y su correcta frecuencia, además de un chequeo rutinario; el médico dejó que una bella persona se encargara de mí. Era Nieves, la bella enfermera que iba a proceder a aplicarme los primeros cuidados. Ella, de manera delicada, me tomó entre sus brazos y me trasladó hasta un sitio sumamente cálido y cómodo. En ese espacio manaba una luz blanca intensa. En aquella cálida estancia, aquellas bellas personas hicieron lo necesario para que pudiera adaptarme a la vida.

Ya ubicado en la incubadora, fui examinado con más pericia por una pediatra ataviada en un ropaje especial. Ella, con mucha delicadeza, procedió a tocar todo mi cuerpo para comprobar mi integridad. Era una mujer de mediana edad, de tez trigueña y buena estatura; sus ojos reflejaban infinita ternura. Colocó, acto seguido, un aparato sobre mi barriguita y sobre mi pecho para escucharlo todo. Aprobaba con mucha seguridad sus hallazgos exploratorios, los cuales demostraban mi salud perfecta. La doctora Francelina, que era como se llamaba esa especial mujer, luego de terminar mi examen físico, colocó sobre mi cuerpo una bella ropita.

Además dispuso cerca de mi regazo una cálida manta, para que con ella fuese abrigado al momento que, por alguna circunstancia, tuvieran que sacarme de aquel agradable sitio. Mi respiración era la idónea, mi bella pediatra le dictaba las cifras a la enfermera y ella las anotaba en una hoja de registro. Más tarde, tras el tiempo necesario durante el cual fui detenidamente observado para constatar que todo estuviera bien, Nieves me llevó, muy bien abrigado, hasta donde mi mami, extenuada por el extremo esfuerzo que había realizado; esperaba con desespero por mí. Fue ese el primoroso primer encuentro entre ella y yo.

El sitio donde dejaron recluida a mi madre después del parto, era un sitio muy agradable, había mucha iluminación y era bastante cálido. Todo olía a limpio, en ese lugar se recuperaría del laborioso parto y también allí procurarían que no se presentara ninguna complicación; en efecto, todo salió a la perfección. Mi regazo era muy cómodo, se trataba de un pequeño mueble de metal sobre el cual estaba colocada una almohadilla blandita y en extremo suave. Ese blando objeto recibió mi cuerpo abrigándolo deliciosamente. Cansado del esfuerzo que hice para salir del vientre de mi mami, quise descansar en ese magno cobijo. El sueño me atrapó con sobrada premura y ya, quietecito, me entregué a él para soñar. De esa manera, en mis sueños, podría dar eternas gracias a Dios por ese perfecto milagro.

Dos días después nos trasladamos a casa. Ya en ella comenzaba una vida de ensueños. Mi mami y yo disfrutábamos cada uno del otro; ella se dedicaba a ser madre en todo el sentido de esa bella palabra. Lo hacía todo ligerito, no quería desperdiciar ningún minuto sin atenderme, según sus propias palabras, como me lo merecía y se desesperaba cuándo lo que tenía que hacer, le robaba más que unos "valiosos" instantes. Se bañaba, se vestía y hacía todo con un ojo puesto sobre lo que estaba haciendo y el otro sobre mí, atenta a la menor de mis exigencias; aunque yo no hacía más que dormir y dormir. Despertaba solo para alimentarme. Como aún no estaban preparadas las mamas de Mercedes, me alimentaba con una pequeña botella y en seguida volvía a dormirme. Pronto me di cuenta de que con solo emitir mi llanto, obtenía todo lo que quería; aunque en ese momento únicamente necesitaba que me alimentara, me cambiara el pañal y me dejara dormir tranquilamente.

Escuchaba suaves melodías mientras dormía y cuando no estaban presentes las bellas composiciones musicales, era la voz de Mercedes la que me arrullaba y me hacía sentir amado. Se le notaba por sobre la piel, el gran amor que me tenía y no dejaba pasar un pequeño instante sin demostrármelo. Lo hacía expresándolo con su suave voz arrulladora, la misma que escucharé eternamente. También lo hacía acariciándome son extrema ternura, cuidándome como a su más preciado tesoro o, sencillamente, sintiendo ese inmenso amor por mí contemplándome callada mientras estaba yo dormidito. Aun estando dormido, le correspondía en la medida que mis escasos días de vida me lo permitían, y ella lo notaba en mis inocentes sonrisas que para ella siempre regalé, mientras estaba cobijado en mi sueño. En medio de la noche ella despertaba ansiosa por mirarme y comprobar que toda aquella realidad no era producto de un sueño como muchas veces lo había sentido.

Una tarde apacible percibí unas voces que algunas veces había oído. Se escuchaban lejanas, pero aún así las podía sentir. Esas voces se habían quedado en la lontananza de mis recuerdos intrauterinos; pero al oírlas, a medida que se acercaban las rememoré, aunque vagamente. Estando ya más cerca de mí logré identificarlas. Eran Amaloa, Isabel, Erika y Ana; las compañeras de trabajo de mi mami quienes nos regalaban una muy sorpresiva y encantadora visita. Ellas, locuaces, protagonistas de alocadas ocurrencias y portadoras de muchos obsequios, esa tarde habían decidido visitarnos brindando con ello; una oportuna compañía. Creo que de no haber sido así, mi madre hubiese sido presa de alguna depresión postparto o algo parecido. Dicen que eso ocurre con mucha frecuencia y la soledad en una situación de tal magnitud, es el principal detonante para que ocurra ese horrible padecimiento.

Pasaron toda una tarde con nosotros. Era muy entretenido escuchar a mi mami desternillarse de la risa tras cada chascarrillo; sobre todo los que Amaloa contaba. Llevaron para mí, muchos regalos. Había entre ellos, unas ropitas bellas de los más variados colores y otros bártulos que en ese instante no identifiqué, ya que fueron guardados de inmediato; tal vez serían para ser usados más adelante. Enseguida me trajearon con una de esas maravillas y por lo que pude escuchar, quedé precioso. Mercedes aún no dominaba el proceso de alimentarme de sus senos. La leche no se terminaba de producir, además me resultaba sumamente difícil succionar el pezón. Eran intensamente grandes y por más que lo hacía, no surgía nada y al no poder aplacar el hambre desesperante, rompía el silencio con un enorme chillido.

Al notar mi desespero congénito, mi mami procedía a alimentarme con fórmula para recién nacidos. La tragaba porque no me quedaba otra alternativa. Amaloa, quien de todas las damas era la de mayor edad y ya tenía descendencia; le hacía muchas sugerencias en cuanto a la correcta manera de colocar los pezones en mi boca. La manera de ubicarme sobre sí para facilitar mi alimentación y también, como situarme para que expulsara mis eructos. Amaloa le enseñaba a mi mami a ser una madre. Era toda una ciencia, según nuestra amiga refería. Las otras chicas escuchaban atentas. En un futuro tal vez esas enseñanzas les harían falta. Poco a poco mi mami aprendía y ponía en práctica esas buenas exhortaciones de Amaloa. Y bienvenidas que fueron, sé por qué lo digo.

Departieron de lo bueno. Hasta una botella de buen vino descorcharon para la realización de un brindis en mi honor. Decidieron las amigas de mi mami, tomar mis "miados" como siempre se le ha denominado a esa bonita costumbre de hacer un brindis para celebrar un nacimiento. Por supuesto que mi mami no tomó de esa bebida; ella celebró con una merengada de fresa que Ana le preparó. Entre risas todas comentaron: "Mejor, asi rinde más". Celebraron la ocurrencia con unas sonoras carcajadas que me despertaron y me hicieron rabiar en extremo. De inmediato Mercedes, con unas suaves palmaditas sobre mis pompis, me regresó a mi anterior estado somnoliento.

Brindaron por mí, por mi salud, por el futuro y por la valentía que tuvo mi mami, para enfrentar todo sin mi padre y sin mis abuelitos. La visita agradable se prolongó hasta bien entrada la noche. Se divirtieron muchísimo. A mi mami le hacía mucha falta esa terapia de entretenimiento y vaya que resultó muy solazada. Se prometieron hacer esas visitas con frecuencia. Las amigas de mi mami consideraron que mi atención requería una dedicación exclusiva lo que resultaba estresante hacerlo sin algún momento de diversión.

Por otra parte, sentía que escuchaba más claramente las palabras que Mercedes decía para mí. También llegaban a mis sentidos otros ruidos que aún no concretaba. Me sentía más espabilado y ágil que cuando apenas era un recién nacido. Me aferraba del dedo de mi mami, apretando con mis pocas energías. Si tocaban cerca de mi boca, de inmediato comenzaba a succionar el aire. Aparte de mi llanto, en ocasiones incesante, había aprendido a comunicarme con mi mami con unos extraños sonidos guturales que por si solos no decían nada; pero que gracias a nuestra relación colmada de amor lo decían todo.

De esa manera nuestra vida en común como madre e hijo, conjuntamente con todo aquello que nos rodeaba, tal como nuestra familia y las amistades; se iniciaba por todo lo alto. Verdaderamente que fue un gran inicio la interrelación que esas lindas damas mantuvieron con nosotros; sobre todo conmigo, que fui prácticamente el epicentro de aquel terremoto de emociones que se suscitó en nuestra residencia aquella noche bendita. Todo fue tan hermoso, tanto, que aquella linda visita se convirtió en el primer recuerdo sentido en este maravilloso sitio que ahora ocupo. Un agradable recuerdo que resultará eterno. Estará en mí por toda la eternidad, la bella escena de mi mami con sus amigas.

"Mami, en este momento te hablo desde la morada de mi padre; te expreso mi admiración y todo mi amor desde el paraíso. Aquellos días que compartimos solitos tú y yo fueron perfectos. Fue decisión de mi señor que me entregaras tu amor de manera incondicional y que recibieras el mío que fue único, que aún sigue siéndolo. Desde la gloria de Dios, como el angelito que nuevamente he llegado a ser, no puedo dejar de sentir orgullo por ti, por la gran mujer que siempre has sido. Nunca me cansaré de dar gracias a Dios por haber nacido de tu bendito vientre.

Fue un verdadero milagro, la obra eterna de nuestro creador, el hecho de haber sido carne de tu carne. En este momento bendito te miro en la distancia y te envío con la brisa; un beso contentivo de mi amor eterno. Gracias mami por existir. No estas dibujada en un retrato, madre, no estoy yo vertido en una fotografía. Solo somos tú y yo, mamá, somos este gran amor; el amor que sentiremos por toda la eternidad mutuamente. Gracias Dios bendito por haber creado a ese ser tan especial. A una mujer bella por donde quiera que se le mire. Gracias por hacer de mí este ser único, nacido de un amor verdadero como lo fue el de Mercedes, vertido a la vida como una realidad necesitada".

II

Ese día en la mañana, mi mami me llevó a la casa de mis abuelitos por primera vez. No habíamos traspasado el umbral de la vivienda, cuando mi abuelita, quien salió de una habitación cuya puerta daba a la sala, tras divisarnos; de inmediato gritó nuestros nombres. Aquella alharaca se escuchó por toda la casa y fuera de ella. Mi abuelito corría a nuestro encuentro, desviviéndose por ser el primero en tomarme entre sus brazos. En efecto, me tomó cálidamente y, conmigo a cuesta, se sentó en aquel mecedor de suave tejido, donde al instante comenzó a jugar conmigo. Resultaba muy gracioso cómo hablaba conmigo usando unos sonidos guturales que yo no entendía.

            
            

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