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Se sospechaba de una infección delicada y sumamente contagiosa. Él le explicaba todo con palabras adecuadas, para que mi madre entendiera a la perfección. Estaban en espera de ser confirmado el diagnóstico, pero no cabía duda de que se trataba de "coqueluche", una pertinaz infección a la que también se le ha denominado tosferina. Ya a la llegada del alba había mejorado un poco, aunque la dificultad para respirar persistía. Tenía mucha hambre, pero desafortunadamente no podía recibir nada hasta que lo consideraran prudente.
Tenía tanta dificultad para respirar, que sería contraproducente darme alimentos, so riesgo de que se produjera una broncoaspiración que tendría resultados nefastos, decía mí ahora amigo Jesús.
Minutos más tarde mis abuelitos llegaron presurosos al centro asistencial y de inmediato abrazaron a mi mami, quien tras su llamado corrió a su encuentro. Me miraron desde la distancia con gran amor. Mi mami los puso al tanto de todos los pormenores de mi delicado estado de salud. Su gran preocupación denotaba el gran amor sentido. Sin que Mercedes pudiera oponerse, de manera obstinada mi abuelita decidió que tan pronto estuviese bien, nos iríamos a vivir juntos como la familia que conformábamos. En realidad ella tenía mucha razón, ya que resultaba una verdadera osadía habitar de manera aislada con un niño tan pequeño. En caso de una situación apremiante como la que estaba sucediendo en ese momento, resultaba muy peligroso que no se dispusiera de alguien que pudiera socorrer de manera inmediata. Una madre sola con un bebé tan pequeño y enfermo, nunca será posible que actúe de manera serena.
A las ocho de la mañana llegó el resultado de un análisis que hubo que tramitar en un centro de salud privado, ya que donde yo estaba recluido no disponían del respectivo reactivo; según le dijeron a mi mami. Mi abuelito se encargó de costear dicho análisis, así como el resto de los fármacos que se necesitaron para recuperar mi salud. El resultado era inequívoco. Se trataba de Tosferina, una muy contagiosa enfermedad producida, según dijo el médico, por un microorganismo llamado Bordetella pertussis. La cosa era más peligrosa de lo que se suponía. En los episodios de esa tos endemoniada, en muchas ocasiones se presentan períodos sin oxigenación, y si alguno de esos episodios se prolongan más de los debido, se podría presentar la muerte a no ser que se apliquen medidas extremas, como la colocación de un tubo directo en las vías respiratorias; intubación traqueo - bronquial le dicen los entendidos en la materia. Me trasladaron de manera inmediata a un área aislada para evitar la diseminación del germen.
Me fue instaurado un riguroso tratamiento por mis venas. El oxigeno llegaba directo desde una manguera que estaba asida a mi cara, mediante una mascarilla de material sintético. Al mejorar mi respiración me comenzaron a dar alimentos. Sufrí mucho durante aquel terrible desbarajuste de mi salud. Las crisis de tos se repetían constantemente, sobre todo por las noches. Aquello fue horroroso, al presentarse las endemoniadas crisis me quedaba sin movimientos, todo se oscurecía a mí alrededor. A pesar de ser un pequeño niño de escasos meses de vida, sentía todo cuanto sucedía con la madurez que siempre he tenido.
Mi piel se tornaba azulada debido a la poca cantidad de oxigeno que llegaba a mis tejidos. Mi boca y nariz se cubrían de una sustancia endemoniadamente viscosa, cosa que me imposibilitaba aún más para lograr respirar. Mercedes, en su desespero, me cargaba agitándome por los aires; cosa que según los doctos en la materia es contraproducente. Ella no sabía más que hacer, además, el miedo la hacía actuar de manera violenta hasta conmigo. Gracias a Dios, el personal sanitario siempre actuó debidamente. Me daban golpecitos en la espalda mientras me aplicaban oxígeno. De esa manera aguardaban que la crisis cediera de manera espontánea.
Durante cinco días aquellos episodios se repitieron y la reacción de mi madre continuaba siendo la misma. Ella pensó que en una de aquellas crisis podría fallecer. Poco a poco aquella tos compulsiva fue desapareciendo, gracias al efecto mágico de la antibioticoterapia administrada. A las tres semanas estaba curado y me llevaron a la casa de mis abuelos. A partir de ese día nos quedamos viviendo juntos, como debió ser desde siempre. El día que me dieron de alta, tanto mi doctora Francelina como Jesús nos acompañaron hasta nuestra casa. Nació desde ese entonces una extraordinaria amistad entre las dos familias. Edward, que era el nombre del hijo de ambos, nos acompañó y era quien me llevaba en sus brazos. Al igual que sus padres, adoraba a los niños como herencia bendita.
Me encantó sobremanera ir en los brazos del joven galán. Me llevaba sentado en sus piernas. Colocaba entre mis manos sus dedos y yo me entretenía jugando con ellos queriéndolos llevar a mi boca, lo cual él no permitía. Para entretenerme en el viaje, movía temblorosamente su pierna derecha haciendo que me divirtiera mucho, creyendo que iba cabalgando un brioso corcel. Yo le daba las gracias de inmediato haciendo unos infinitos "gorgoritos" que él recibía con encanto. Había avanzado enormemente yo en cuanto a la manera de comunicarme. Para llamar la atención de Edward, insistentemente tomaba mis pies con mis manos y los llevaba a mi boca como queriendo comerlos; ello le producía mucha gracia.
Recuerdo con sobrada nostalgia aquellos pensamientos dirigidos a mi madre: "Mami, no te imaginas lo feliz que me siento porque ya no estoy enfermo. De verdad tuve mucho miedo. Gracias a Dios tú me protegiste, nunca me dejaste solo. También le doy infinitas gracias al Creador por el milagro de que mi doctora Francelina y Jesús estuvieron junto a mí en todo momento, preocupados por mi salud y abocados en mi atención de manera desmedida. Me siento muy afortunado por eso. Puedo notar ese bello sentimiento en la manera como me tratan, me miman y me consienten. Y gracias a Dios que Edward también existe mami. Yo siento y sentiré un gran amor por ellos. La vida demuestra a cada instante, que la grandeza de Dios existe cuando crea seres tan especiales que llegan a nuestras vidas para engrandecerlas.
Mami, le pido a nuestro padre celestial que siempre proteja a esa bendita familia. Son un amor. Siento que mi camino en la vida, aunque con los tropiezos que nunca faltan, es bendito. Gracias mami, gracias por existir y entregarme tu amor asi como lo haces. Nunca vayas a olvidar, pase lo que pase conmigo, que te amo. Jamás olvides que por toda la eternidad te amaré de manera incondicional, como solo un hijo ama. Nunca dudes que te cuidaré por siempre, como desde un principio lo hice, cuando era solamente un angelito en la gloria de Dios".
El tiempo pasaba inexorablemente. Cada instante se sucedía de manera irremediable. La vida continuaba y en ella, yo seguía dando pasos agigantados en mi desarrollo. Ya había llegado a mi primer año de vida. Mi mami llevaba varios meses muy emocionada, haciendo los preparativos para celebrar ese magno acontecimiento. ¡Dios mío, que grande estaba! El día de mi cumpleaños, en vista de que mi madre había permanecido hasta bien tarde terminando de afinar los detalles para la pequeña reunión que tenía planificada, se había quedado dormida más allá de la hora en la que siempre acostumbraba comenzar el día.
Mi mami no sintió los movimientos que hice para bajar de la cama, hacia donde me había llevado en la madrugada para amamantarme. Me puse a jugar con sus sandalias al pie de su cama, sin hacer el menor ruido. Cuando repentinamente despertó y no me sintió a su lado, se ofuscó demasiado, se paró violentamente y por poco me aplasta; puesto que no sabía que estaba allí. Al verme, de inmediato me agarró y cubrió todo mi cuerpo de incontables besos; felicitándome por mi primer añito cumplido. Esa noche ella y mis abuelitos, amén de un grupo de personas que eran amigos suyos, se reunieron en la casa.
Más tarde, las compañeras de trabajo de Mercedes llegaron con un pastel gigante, que colocaron al lado de donde mi abuelita había colocado ya otro que se visualizaba delicioso. Hubo refresco y unos canapés que todos engullían con sobrado apetito. Departían con un placer que provocaba. La paz y la unión se podían detectar en esos instantes gloriosos de mi vida. Ya estaba cumpliendo el primer aniversario de mi nacimiento. Había crecido mucho, tanto, que estaba a punto de lograr otro paso más en mi desarrollo; ya había comenzado a dar pequeños pasos. Claro, mi mami me llevaba de la mano para evitar que me tropezara y me golpeara. Y lo que más celebraba haciéndolo cada vez que quería, era que ya podía decir la frase: ¡mami! Era increíble como se crecía el orgullo de Mercedes cuando escuchaba esa bendita palabra, la cual yo exteriorizaba con todo mi amor bendito. No se escuchaba muy nítido, pero para ella era la más bella de las melodías.
A esas alturas de mi vida, ya podía sentarme solo y cuando me provocaba ir a donde fuese, hacía como el gatito que había mirado una tarde pasar frente a mí. Gateaba por toda la casa y agarraba lo que se atravesaba en mi camino. También me llevaba a la boca todo cuanto asía. Me daba mucha gracia cómo andaba mi mami detrás de mí, también recorriendo la casa de punta a punta. Se asustaba mucho cuando tomaba algo y repentinamente quería introducirlo en mi boca. Saltaba desde donde encontraba para impedir que lo hiciera, y pudiera atragantarme o hacerme daño. Al hacer todo aquello, sentía que había aumentado mi independencia y mi curiosidad por explorarlo todo. Mi mami siempre decía, y con mucha razón, que estaba viviendo una etapa de riesgos y había que tenerlo en cuenta y preparar la casa para evitar accidentes. También había descubierto que no estábamos solos, que además de mi familia y los amigos de mi mami, había todo un mundo a nuestro alrededor; que existían más niños, que también ellos querían jugar al igual que yo.
Vi a varios niños durante mi estadía en el hospital, pero todos estábamos tan enfermos, que no había cabida en esos momentos para juegos y diversiones. En la vida cotidiana todo era distinto, existía todo un universo alrededor de mí; cohabitaban muchos niños. Lo descubrí un día cuando mi mami me llevó de paseo al parque. Ella y yo jugábamos un rato. Era todo muy divertido, pero al mirar a los otros niños más o menos de mi edad, tímidamente comencé a interactuar con ellos. Mercedes charlaba animadamente con las otras madres; conversaban de temas inherentes a nosotros los bebés. Cada madre llevaba el amor hacia sus hijos a su máxima expresión. Era increíble cómo podía nacer un sentimiento tan noble. Cómo unos seres tan frágiles como nosotros los niños, podíamos inspirar tanto amor. Era la infinita señal del amor que Dios desde siempre nos ha mostrado. Debemos reflexionar acerca del hecho de que él envió a su hijo a dar la vida por todos nosotros, lavando de esa manera nuestros pecados. Bendito seas por siempre señor Jesucristo, padre eterno.