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Septiembre. 2020.
Ares.
He visto, a lo largo de mis veintisiete años como las enfermedades se llevan amigos, parientes, y si no es ello, es algún accidente, persona, malhechor. Mi madre fue una de sus víctimas. Y mi padre parecía ser el siguiente en la lista. Era algo que tenía que suceder, con los años, sus descuidos juveniles están siendo ahora reflejados en la actualidad, por ello, a mí no me sorprende. Durante toda mi adolescencia me tocó ver como fumaba Habanos Toscanos, nunca supe porqué, pero siempre han sido sus favoritos. Su gusto por las bebidas alcohólicas y el tabaco terminaron por ayudarme a despreciarlo con mi vida; bueno, no por completo, me gusta mucho disfrutar del whisky y vodka de vez en cuando, el tequila es traicionero también.
Estoy a punto de cumplir dos años vagando por la ciudad de Nueva York, sus calles tan pobladas junto con personas yendo de allá para acá admito que no era lo que más me gustaba; los bares, las mujeres, y su peculiar ambiente aun no me hace huir. Y es que, aunque mi casa esta ubicada entre edificios, disfruto ver la preciada vista que me regalaba la ciudad, no es mala, es hipnotizante. Ayuda cuando me apetece cumplir algún deseo carnal con alguna mujer que logro conocer en el restaurante, a las chicas les gusta la vista junto con el ambiente. Mi padre, con sus problemas de salud, decidió finalmente otorgarnos su lugar a mi hermano y a mí, todas las responsabilidades, solo que mi hermano fue más astuto y logró regresar a Europa, me dejó con los restaurantes y negocios que mi familia ha abierto en la ciudad, lo envidio, no me gusta lidiar con personas, pero supongo que es por ello que decidió irse, allá todo es por línea, por teléfono, o simplemente no tiene que tratar con empleados, tiene su vida, ¿quién se jode? Ares.
Como sea.
Estoy por entrar al interior del restaurante. En Zennetti's, un nombre muy original por cierto, tratamos a nuestros clientes con bastante amabilidad, eso estaba estipulado en el manual. Y ni aunque quisiera, mi introversión no me deja hacer demasiado. Por fuera imponente, por dentro bastante acomplejado como para lograr seguir la conversación, por ello mis amigos son demasiado escasos. En realidad, puedo decir que solo tengo uno o dos. Tengo la frase de "calidad y no cantidad" pegada a la cabeza desde el momento en el que aprendí que no todos quieren ser tus amigos, gracias a un niño que se burló de mi cabello rojo. Que... ¡No era rojo! Niño estúpido, y todavía daltónico.
Donde estés, jodete Dante.
Me propongo entrar en el establecimiento mientras miro a la gente con cara de culo. Esto tiene un truco: cuando alguien ve a otro con cara de "te odio", las probabilidades que te hable son bajas, a menos de que aquel valiente tenga conocimiento real de cómo sacarme una buena conversación, cosa que casi no sucede. Y por ello, no me preocupo para nada. Atravieso el lugar con pasos firmes y seguros, para lograr esconder mi inseguridad de ser el punto de atención de los clientes, todo esto hasta llegar a la oficina donde emitiendo una fuerte bocanada de aire que tenía acumulado en el pecho cierro la puerta tomando mi privacidad. El sonido del teléfono me saca de mi acción, no suelen llamar muy seguido, por lo que no significa nada bueno en ocasiones. La salud de mi padre se puede decir que estaba colgando de un hilo, y eso es un ataque al corazón para mi.
Mi regreso a Nueva York, recapitulando, se trataba para cubrir a mi padre en lo que él lograba recuperarse. Lo que al final desencadenó que el viejo optara por retirarse. Y bueno, el resto ya es historia, verdaderamente, no me quejo... Oh, bueno. Sí, sí lo hago, es costumbre mía quejarme por cualquier cosa. Nunca estoy conforme cuando se trata de mí mismo. ¿Qué esperar?
-¿Quién habla? -pregunto mientras esperaba del otro lado una respuesta. Sé si es una enfermera en turno o mi hermana. Juro que espero lo peor, pero no, solo era el estúpido de Zachary.
-Ares, buenos días. ¿Cómo te trata la semana? -libero un bufido al presenciar por la bocina del teléfono fijo aquel tono de voz tan mimado que suele usar mi hermano solo para molestar. Le respondo que todo esta bien en un tono común antes de cuestionar a que se debe su llamada.
-Bueno, hermanito. Solo es para recordarte y, tal vez, preguntarte si ya habías tenido la reunión con Nilsen. Es quien me va a ayudar a abrir un bar italiano cerca de una avenida concurrida la cual peleamos con unos asiáticos. Él, como yo, esta muy interesado y seria quien me enviará los licores.
-Realmente, no. Se supone que debería estar llegando, pero no. Y deja de llamarme aquí, tienes mi numero para tus preguntas tontas, es importante que solo use este para saber cómo van las cosas con nuestro padre. -me da la razón. Dice que tomará en cuenta aquello para el futuro. Par de segundos más tarde, la puerta suena y al verificar quien es me di cuenta que se trata del mencionado, le digo a mi hermano que le llamaré después y cuelgo la llamada.
Le pido a Apolo que se siente mientras le ofrezco algo de beber, confío en él mis decisiones, desde que establecimos una amistad cordial, que no tardo en transformarse en una bastante cercana, poco después de que llegue aquí. Fue simple. Un día, decidió venir y confiarnos el antojo de su esposa, la cual está embarazada, por una buena pizza tradicional italiana. Es aquí cuando me refiero a esas personas que logran cruzar ese umbral de conversación simple, además de que estaba de buen humor. Cada vez que venía, mis empleados me avisaban y conversábamos cuando eso sucede. Con el tiempo, nos visitaba con gusto, fue en una de aquellas visitas que le dije que quería abrir un bar, yo ya tenía conocimiento del suyo, e incluso me mencionó otro par de cosas en las que ambos teníamos en común. La herencia familiar siendo hermanos mayores, pérdidas emocionales.
-Bueno, ¿sucedió algo con la competencia? -espero solamente a que el pudiera decirme que ya podemos comenzar a arreglar el local.
-No, no quisieron el soborno, dieron más al vendedor de hecho. -mi disgusto ante esta situación se ve reflejado en una mueca de insatisfacción, tenemos dos largos meses peleándolo; comienzo a pensar que podemos hacer pero esta perdido el asunto. Lo miro asintiendo.
-Dejemos ese asunto-emito en un suspiro pesado. -, llama al vendedor y menciónale que no estamos interesados, ¿de cuánto fue la suma? -al escuchar el monto no pude evitar sorprenderme poniendo una cara de estupefacción sin querer. -Eso es demasiado dinero, ¿de dónde sacaron tanto? En definitiva, no podemos competir con ello. Buscare otro local y ya discutiremos si la zona es buena o no. -Él ya tiene viviendo mucho más tiempo que yo en este lugar a pesar de no ser originario de aquí.
De hecho, mi vida en Nueva York comenzó cuando tenía alrededor de unos seis años, mi hermano y yo habíamos pasado de hablar, y maldecir secretamente, en italiano, a maldecir en inglés de manera repentina. Aquel verano fue realmente un infierno; niños suelen ser tan horribles cuando eres diferente que no se miden con sus palabras. Todavía siendo dos iguales, golpeaban siempre al equivocado, y por desgracia, me tocaba siempre a mí. Zach siempre huía más rápido porque practicaba atletismo, mientras yo me quedaba atrás o tropezaba. No los culpo. Éramos muy delgados, con ese color de cabello tan peculiar y lampiños. Unos raritos de primera. Ah, y el acento no ayudaba para nada, lo empeoraba. De ahí surge mi manera de comportarme tan extraña con las personas. Ese infierno lo sufrimos hasta la universidad donde con la pubertad y los rumores juveniles he podido ayudarme a librarme de las miradas negativas para llenarme de positivas. Sin embargo, no tolero a las personas, no me agradan y los que están ahí se ven bien en mi vida, no necesito más personas. ¿O sí?
[...]
Horas después. Agradezco internamente al universo ser el jefe mientras hago el mismo recorrido pero esta vez a la salida, no aguantaría quedarme hasta las doce de la noche de lunes a domingo, para eso se encarga el gerente y vaya que se les paga bien a todos. Contento, al darse las ocho de la noche, siempre salgo triunfante de mi pequeña, asfixiante y rústica oficina. Es jueves, y eso significaba una cosa...
¿A quién engaño? No hago nada bueno de mi vida luego del trabajo. Es muy triste y es lo único que les envidio a mis amigos. Tienen pareja. Siendo honestos, me siento solo en ocasiones. Ese cliché en mí no se llena para nada, sigo vagando por ahí sin poder derrochar mi amor y deseos... Está bien, eso ultimo sí. Me considero demandante y caliente, sin problemas. Si me gustas, me gustas, es difícil salir de mi visión una vez que cautivas mis sentidos de alguna manera. Lo veo, me gusta, lo quiero y lo obtengo. En la mayoría de los casos, no estoy ahí como si yo estuviera haciéndote un favor, porque si es así, serás tú quien me está haciendo ese favor.
Un ser tan incomprendido, con expectativas por los cielos; con ganas inmensas de amar a alguien. Pero es así, mis expectativas van mucho más allá de lo que parece. Tinder no ayuda, tampoco esos anuncios de "esta cerca de tu área" en páginas pornográficas. La diversión se acaba cuando ves que Mary no es rubia con pechos voluptuosos.
En fin.
Con veintisiete años realmente me veo soltero para siempre a este paso. Un peso que estaré dispuesto a cargar. Es sarcasmo, por si no se entendió. Sin muchas ganas, entro al auto y lo enciendo para salir de ahí. No he llegado al primer semáforo en rojo cuando ya suena mi teléfono anunciando una llamada, que al darme cuenta a simple vista de quien se trata, es de Alec, otro amigo. Jueves. Ocho de la noche. ¿Qué clase de plan podría existir?
Debo de dejar la negatividad un momento.
-Ares, ¿cómo te trata la vida?
-Hola, Alec. Me trata de maravilla. ¿Cómo estás? ¿Tienes algún plan para esta noche? -y él se ríe.
-Ese es otro tema, pero, adivinaste, qué sorpresa. -suelto una risita al escuchar su sarcasmo. -Sí. Tengo una reunión en dos horas y Willow acaba de decirme que no puede ir. En realidad, acaba de dejarme hermano. Así que, ¿Qué opinas? No me dejes morir solo. -uno, auch. Y dos, un yo aburrido y sin nada que hacer es una gran ecuación para aceptar, por lo que, claro que decido no declinarla, y tengo tiempo para ir a casa, ponerme algo elegante y dejar de oler a pizza con comino.
-Te veré en la dirección que me envíes al cuarto para las diez. Ciao. -mi manera de hablar le causa gracia, lo supe, porque antes de colgar escucho como se reía.
Después de eso, por fin mi casa me espera. Todas las sucursales están en la misma zona donde vivo, en total tenemos tres, y con el bar serian cuatro.
Estoy bastante ansioso por abrir mi propio bar, este es ajeno a todo lo que tuviera que ver con mi padre y sus finanzas, aunque, como compartíamos dinero, su permiso no puede verse salteado. Tenía luz verde para poder hacerlo. Mis proveedores de alcohol serán familiares, mucho más fácil exportarlo y hacerlo llegar. Todo estaba listo, solo requiero lugar y empleados, claramente.