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En el asiento trasero del auto se encontraba Ophelia observando el reflejo del copiloto que no le quitaba la vista. Permanecía aburrida jugaba con el filo de sus uñas.
- ¿Puedes dejar de mirarme?- preguntó cuándo notó que la seguían observando-. La puerta está cerrada, no me voy a escapar- llevó su mano derecha a la manilla de la puerta y haló de ella sin que se abriera-. ¿Ves? Además, la única forma de escaparme sería rompiendo el vidrio, probablemente con mis tacones - señaló su calzado. Su semblante cambió-. El vidrio no se rompería del todo, así que probablemente me cortaría al tratar de salir. Aunado al hecho que posiblemente tengamos una multa por la velocidad a la que vamos, lo que indudablemente haría que me rompiera un par de huesos si salto, bla bla bla...
Ophelia permaneció callada por unos segundos, miró hacia un rosario colgado en el retrovisor. Era de color blanco, muy parecido al que usaba su madre la cual era muy católica para su gusto.
A veces se preguntaba si era la única cosa que no soportaba de su madre. Todos esos domingos que la obligaba a despertarse para ir a un lugar donde, posiblemente, existan más pecadores que en una cárcel, esto hizo alejarse más de la poca fe que tenía.
-Y si por casualidad, digamos, una suposición -rompe de nuevo el silencio.-...que me no me pasé nada, mis huesos estuvieran en su lugar y esta hermosa cara no sufra absolutamente nada, estoy segura que sus balas corren más que mis piernas-Ophelia cambió de una pierna a otra -. Pero no es lo que él quiere, ¿cierto?
Con tono triunfante, decidió calmar sus humos. Había sido valiente, pero muy en el fondo se sentía afligida y desprotegía. No dejaba de pensar en lo que iba a pasar al momento de llegar. Se imaginó varios escenarios, luego apartó esos pensamientos tan rápido como llegaron.
Después de diez minutos más de camino, quizá un poco más, llegaron a un sitio llamado Toscana Bar, era un lugar muy elegante para su gusto aunque siempre se vistiera acorde a él. Ten una actitud abrazadora y todo lo que uses lo será también- siempre se decía así misma.
Ophelia entró al bar acompañada de los cuatro hombres que la escoltaba y observó el lugar. Era bastante oscuro con luces de neón, la barra era de mármol negro, cada sección de mesa estaba separada por una pequeña pared de madera que emitía luces rojas. Las mesas eran de roble negro y las sillas eran sustituidas por sillones acolchonados.
Cada mesa apestaba a vodka y narcisismo en combinación con un toque de superioridad y mucho dinero, probablemente dinero que no les pertenecía a ellos si no a sus padres.
Los hombres la guiaron hasta que sus ojos se encontraron con los del mismísimo ayudante del diablo. Sin flaquear, se sentó a un costado opuesto al de aquellos ojos.
-Que desagradable sorpresa Matheo -Dijo Ophelia mientras sus perlas aún permanecían fijas como armas tratando de ganar un juego. - ¿A qué se debe esto?
- ¡Ophelia!, ¡Querida mía!-respondió Matheo ignorando por completo la actitud de su interlocutora -.Siempre es un gusto verte -bajó la mirada y la inspeccionó -. Hermosa como el ocaso de un atardecer y llena de furia como un león hambriento.
Ella cruzó sus manos, percibió ese olor a vodka que tantos recuerdos amargos dejaron impregnados en la profundidad de su subconsciente con la determinación de una garrapata para chupar la sangre.
-Tus chicos no me quitaban los ojos de encima - acribilló con su mirada a los hombres que los acompañaban -. ¿No les dirás algo?
-Me gusta que miren-.Extendió su mano a la mesa y vació el contenido en su garganta-. Los hace más dóciles y feroces.
El rojo empezó a ruborizar el rostro de Ophelia. Matheo hizo una seña para que sus hombres se retiraran mientras llamaba al barman pidiendo dos vasos. En menos de 1 minuto, preparó ambos tragos y se los dio al mesero y este los llevó a la mesa.
El primero era vodka con hielo, el segundo era una copa con vino.
-Pinot blanc -comentó Ophelia sorprendida-. Sabes lo que me gusta. Debo concederte eso.
-Y cómo te gusta-pícaramente le devolvió la mirada, pero esta le respondió con una asqueada expresión.
Una joven rubia con piernas muy largas y un vestido negro entró por la puerta principal y se acercó a ellos. Con sensualidad, se sentó a lado de Matheo y le dio un beso en la mejilla dejándole una marca de sus labios.
La chica sacó un porta cigarro plateado de su bolso Dolce y su compañero le ofreció fuego.
- ¿No piensas saludarme, Ophelia?-comentó luego de la primera inhalada.
Le dio otro sorbo a su vino-. ¿Qué hacemos aquí? -debió las intenciones.
Matheo tanteó su traje y, de uno de sus bolsillos, sacó un sobre beige claro no muy grande, lo colocó en la mesa y lo deslizó hasta Ophelia. Ella tomó el sobre con cautela y lo inspeccionó. En la parte posterior estaba escrito "Conejita" en forma imprenta.
De pronto, el aire se tornó pesado, sus manos temblaban, la firmeza y seguridad que sentía hace segundos fueron derrumbadas por simple palabras escritas en un sobre. Sus ojos quedaron fijos en ella por segundos que fueron horas. Horas donde se transportó a una habitación en el que sus manos estaban atadas en la parte trasera de una silla mientras sus pies permanecían pegados a cada extremo.
Escuchó pasos lentos, que se tomaban el tiempo, que congelaban las partículas en el ambiente y se movían cuando el cuerpo rompían las barreras que las conformaban. Podía oler su perfume, ver el aroma que viajaba hacía ella y la cubría con suavidad para llevarla a merced de la figura.
Sus ojos no veían más que los pies acercándose desgarrándole el alma y transformándola en algo nuevo, en la realidad, despojándola de todo sufrimiento emocional -Ophelia - escuchó como susurros hasta que despertó detallando los labios de Matheo quien la llamaba.
Con el alma quebrada, miró los rostros de sus acompañantes, se sentía denuda e insegura, descubierta y cómplice - ¿por qué me das esto?- preguntó entre balbuceos. La verdad no lo iba a preguntar, más bien lo imaginó, pero su mente la traicionó.
-Es un regalo de él.
-Pudiste llamarme -sugirió mientras intentaba tranquilizarse-.Tienes mi número, y si no lo tuvieras, dudo que no presentaría ningún problema para ti.
-Ya lo sabes -comentó la mujer del vestido negro-. Eres su favorita -Respondió con un tono que, si le prestases atención, podías encontrar rastros de envidia.
-Él quería que lo hiciéramos así-interrumpió Matheo.
Sin mediar palabras, Ophelia se puso de pie y se fue del bar -. Tres meses -pensó mientras huía con el sobre en las manos -. Esto será una maldita locura.