Capítulo 5 CENA

Impulsado por la nostalgia, Santino dió un paseo largo por el barrio donde creció, los ruidos de scooter abrazaban los ecos en cada vereda, sus dedos rozaban las paredes de las calles y con cada roce, nuevos recuerdos entraban a él. Las calles eran de piedras y angostas, pincelados con un tono marrón claro que le daba aspecto de antiguo. Niños corrían y él se percataba que no le robaran nada. Creció en unos de los barrios más pobre de Roma, donde el agua no llegaba a las tuberías y los huérfanos tenían que jugarse la vida para robarle a los mercantes.

-¿Crees que saldremos de aquí alguna vez?- escuchó una conversación de dos niños, delgados y con mucha hambre.-te prometo que algún día saldremos de aquí.

-No hagas promesas que no puedes cumplir.-le respondió al niño en su mente.

Cruzó hacia la derecha y pudo ver una ventana bastante pequeña entre abierta. Apenas si cabía su cabeza, miró adentró y estaban esos niños conversando. Sus lágrimas recorrieron las mejillas de Santino. -No hagas promesas que no puedes cumplir-.Volvió a repetirse para así mismo.

Al salir del callejón, se topó con una calle de un sentido. Era en subida, así que bajó con su mano derecha en el bolsillo mientras la izquierda sujetaba el morral. De pronto se topó con el recuerdo de que casi todas las calles eran muy parecidas entre sí, así que era muy fácil perderse entre ellas. Sólo los que vivían en ella lograban salir.

Hacía años que no caminaba por esos lares, pero guardaba en sus recuerdos cada sitio, cada detalle y cada sentido del lugar. Sabía qué paredes necesitaban reparación, que calles tenían un bache, cuales incluso siempre olían a orina por los turistas borrachos que buscaban donde evacuar.

Se topó con un local que tiene un cartel de una motocicleta bastante retro con el eslogan "Usted lo daña, nosotros lo reparamos." Siempre le causó gracia ese eslogan, no sabía si la gente supiera que en realidad es un insulto para el cliente. Tal vez si realmente supiera, no irían. Nadie es tan idiota para quedarse en un lugar donde te insulten de buenas a primera, o tal vez sí.

El local era un garaje donde se mostraba un taller lleno de motocicletas o restos de ellas, y al final, en la esquina derecha, estaba la oficina.

-¿Puedo ayudarlo?.- preguntó una voz rapada y grutal con un acento siciliano. El hombre estaba de espaldas a él y ajustaba el freno de la máquina.

-Sí, me pregunto si el eslogan del local insinúa que soy un idiota.- comentó Santino con un tono gracioso.

De pronto el hombre se voltea extrañado, y con una sorpresa que iba incrementado, dibujó una sonrisa.

-¡Ah, pero si es Marco!- gritó la voz con euforia.-¡Tony!, ¡Fabio!, ¡vengan acá!- dos personas salieron de la oficina con rapidez.

El primero era mucho más joven que el otro, vestía muy casual y tenía la cara llena de manchas. El segundo, que posiblemente tendría la misma de edad del visitante, estaba vestido con unos bermudas caqui, zapatos deportivos, una bufanda de poliéster color gris con manchas blancas y unos lentes de diseñador.

-¡Miren quien nos vino a visitar!.- dijo la voz grutal y rapada.

-Marco, ¿cuándo volviste? -dijo el primer joven y corrió abrazarlos. Se apartó un poco cuando se dio cuenta que estaba lleno de grasa. -Disculpa, no fue mi intención.

Pero este lo abrazó con euforia sin importarle nada, golpeó varias veces au espalda y le dió dos besos en cada mejilla. El segundo se quedó observando la escena mientras tenía su hombro derecho colocado en la pared y sus manos cruzadas.

-No le darás una bienvenida a tu mejor amigo -comentó Santino.

-¿Qué haces aquí?- preguntó desde su costado -.Tengo entendido que te fuiste para más nunca volver. Lo recuerdo muy bien porque fui yo quien te sacó de este lugar- caminó hasta su amigo con lentitud, lo miró con firmeza, cada paso que daba resonaba en el taller -.Ahora me debes un boleto de avión-llegó hasta estar al frente de él, se miraron por segundos, luego ambos sonrieron con complejidad y se dieron un abrazo.

-Ahora me llamo Santino- dijo mientras veía las tres caras mirarse con confusión-.Es un cuento largo, pero quizá sea tema de conversación para una cena. Cocino yo.

Más tarde ese día, Santino echó en un budare, una especie de plancha circular de metal, la mezcla de maíz recién molido aplanándolo hasta formar una especie de tortilla pero gruesa. El aroma del maíz impregnó las fauces de la cocina cuando lo puso en el fogón hecho de ladrillos. La suavidad del maíz se fue endureciendo mientras el amarillo chillón se volvía más opaco, pero vivo. Se notaba como el dorado dejaba a la vista el apetito relucir.

Volteó la masa mostrando el resultado de una delicia tropical.

-¿Qué huele tan bien?-.Se escuchó en los confines de otro cuarto una voz femenina. Se acercó a la cocina recién salida de la ducha con una toalla hasta su pecho y sus cabellos recién humedecidos. Miró la espalda de Santino y por un momento su corazón se detuvo al encontrase con un mismísimo fantasma.

-Hola Venecia- respondió antes que ella reaccionara-.Estoy haciendo la cena, ¿te vas a quedar?- comentó mientras probaba la mezcla que preparaba con su dedo.

Inmóvil y ajena a su exterior, Venecia revivió el pasado, el déjà vu de aquella escena. Sentimientos de nauseas y ansiedad recorrieron su cuerpo, sus manos temblaban y sus ojos se perdieron en la nada. Como una corriente que te lleva y de la que no te puedes zafar, Venecia miró de nuevo los ojos negros y oscuros llenos de frialdad, pero a la vez, llenos de ternura y cariño de Santigo.

-Marco.- comentó en voz baja, fue lo único que consiguió decir.

-No.- la interrumpió Alfonso entrando a la cocina colocando unas cajas de cerveza en la mesa. Abrió la nevera y las guardó allí. -Ahora se llama... ¡Santino!.- y se rió mientras lo decía. -Huele muy rico, nunca lo había probado.

Santino miró con suavidad al hermoso rostro de Venecia, su cabello era largo, liso y castaño, sus ojos pequeños marrones claros que trasmitían dulzura y cariño. Restos de agua caían en su hombro y recorrían su piel suave y bronceada.

Ella no hacía más que corresponderlo con una sonrisa tímida y nerviosa mientras se retiró.

Ya en la mesa, Santino llevó en una bandeja la masa lista del maíz en conjunto con pollo frito y queso parmesano rallado. Sus comensales esperados ansiosos por comer aquel platillo que olía tan bien. Alfonso se excusó luego de que Santino se sentó y volvió de la cocina con varios six pack de cerveza.

Rodeados de sus tres acompañantes, Santino sirvió a cada uno una porción. Untó un poco de mantequilla, luego el queso mozzarella. Pequeños trozos de pollos terminaron de adornar el mansajer que iba a degustar.

Sus ojos abrieron de par en par al probar la combinación en un solo mordisco. La alegría y la energía se apoderó su paladar, y consigo bajaban hasta su estómago.

-¿Qué es esto?- Le preguntó Cheo. Y comió otro trozo.

Santino sonrió con complicidad, se acercó a ellos, miró los rostros impacientes por saber.- Cachapa.

-¡Qué delicia!- gritaron todos. –Sencillamente una delicia.

-Tienes que darme la receta.- se escuchó la voz de Cheo.

-No hay mucho secreto, es maíz molido con sal y azúcar. Es bastante común en Venezuela.- Se tomó el tiempo. -En la región donde me quedó hacen un queso. Se llama queso Guayanés. ¡Una delicia!.- Comento imitando las voces de sus acompañantes.

Era una escena feliz, hacía tiempo que no disfrutaba tanto la buena compañía. ¡Mierda!, hacía tiempo que no cenaba acompañado. Su felicidad se esfumó en segundos, su mundo se volvió lento, y veía como sus amigos se divertían entre ellos mientras sonreía, pero sólo él sabía que no era real. En el fondo, entendía que tal vez nunca más volvería a ser feliz.

-Si no soy feliz ahora, ¿Cuándo lo seré?.- se preguntó así mismo.-¿Lo merezco al menos?- sus manos tomaron una cerveza de lata y de un trago llenó su cuerpo del líquido. Sus ojos se humedecieron, pero sabía que no era por la bebida.

Venecia bajó de las escaleras con un vestido negro con tiras pequeñas muy delicadas que resaltaban sus clavículas. En su cuello había un collar, uno que Santino recordaba plateado con una cadena muy fina y en la punta un pequeño corazón del mismo color.

-¿Quieres un poco?.-Preguntó él mientras sus ojos recorrían su cuerpo.

-¡Sí, deberías probar, hermanita!.- sugirió Alfonso.

-Ya quedé con unos amigos.- respondió ella mientras le daba la espalda a todos.

-¿A dónde vas vestida así?.-Preguntó Cheo con firmeza. -Ningún hombre te merece ver así.

-¡Papá!, es el siglo veintiuno.- refutó Camilo. -Ninguna se viste para ningún hombre.-

-Tal vez nunca lo han hecho, Viejo- Terminó la frase Alfonso mientras Venecia abrió la puerta y dejó aquella escena atrás.

Santino guardó en su mente cada momento desde que Venecia bajó hasta que se fue. Sus piernas gruesas estiraban el vestido con cada paso, y su cabello tan largo que tocaban las curvas de sus glúteos. Venecia se convirtió en la hermosa mariposa, lo curioso es que nunca fue una oruga.

-Con tan sólo el aleteo de una mariposa...- pensó Santino.- Venecia sería caos, porque ella es un volcán que ya hizo erupción. Una fuerza de la naturaleza imparable. Cada maldito caos debes valer.

-Entonces...- Camilo lo sacó de sus pensamientos. -¿Nos preparaste todo esto para contarnos algo?, hazlo.

                         

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