En la fiesta de mi hermano, sus amigos se burlaron de mi antiguo enamoramiento. Jax me presentó a Chloe como su prometida, y ella me humilló, sugiriendo que pronto formarían una familia.
Más tarde, una escultura se desplomó. Jax salvó a Chloe, pero a mí me dejó herida bajo los escombros.
Cuando su preciosa Chloe tropezó, él me acusó a mí. Me empujó con fuerza a una fuente, con la pierna rota y sangrando. Me dejó allí, ahogándome.
En ese momento lo entendí todo. Mis años de devoción, las galletas horneadas, los carteles que diseñé... para él no eran más que la obsesión de una fan loca. Él nunca me quiso. Me despreciaba.
Mientras el agua helada me cubría, el amor que sentía por él murió. Esa misma noche, compré un billete de avión sin retorno.
Hola, Florencia. Adiós para siempre, Jax Harding.
Capítulo 1
En Austin, el aire siempre vibraba con música, en especial cuando tocaban The Night Howlers.
Yo tenía dieciséis años; Jax Harding, veintidós.
Era el mejor amigo de mi hermano mayor, Ben, y el guitarrista principal de la banda.
Carismático y algo distante.
Y yo estaba perdidamente enamorada de él.
No era un simple capricho adolescente; sentía que el mundo entero se salía de su eje cuando él estaba cerca.
Horneaba galletas para sus ensayos, con el doble de chispas de chocolate, tal y como le gustaban a Jax.
Dibujé sus primeros carteles, trazos a lápiz impregnados de un anhelo al que todavía no sabía ponerle nombre.
Me sabía de memoria cada palabra de cada canción que él había escrito.
Llegó el día de mi decimoctavo cumpleaños.
Cursaba el último año de instituto, ya había enviado las solicitudes a las escuelas de arte y los sueños de mudarme a Nueva York bullían en mi cabeza.
Pero esa noche solo existía Austin; solo The Continental Club, donde The Night Howlers arrasaban en el escenario.
Tras la actuación, entre bastidores, Ben me pasó a escondidas un sorbo de champán.
Sabía a rebeldía y a valor.
El valor suficiente para buscar a Jax. Lo encontré con el pelo oscuro y húmedo de sudor, una media sonrisa en los labios mientras hablaba con un técnico.
El corazón me martilleaba en el pecho.
"¿Jax?".
Se giró y su mirada, serena, se posó en mí.
"Hola, Savvy. Feliz cumpleaños, pequeña".
Las palabras brotaron de mi boca, un torrente torpe y sincero. "Me gustas mucho, Jax. Llevo años sintiendo esto".
Entonces, impulsada por el champán y por años de anhelo acumulado, me incliné y lo besé.
Fue un beso rápido y, probablemente, torpe.
Él no se apartó, pero tampoco correspondió.
Cuando me separé, con las mejillas ardiendo, me observó con una expresión que mezclaba la diversión con una leve sorpresa.
Me alborotó el pelo, un gesto que me resultó a la vez tierno y condescendiente.
"Todavía eres una cría, Savvy".
Sentí cómo el corazón se me desplomaba en el pecho.
"Pero oye", continuó, arrastrando las palabras con pereza, la voz empastada por la cerveza, "cuando termines la universidad y tengas..., no sé, veintidós, si para entonces sigues sintiendo lo mismo..., puede que esté listo para sentar la cabeza con una buena chica. Ya veremos".
Lo dijo a la ligera, casi como una broma.
Pero yo me aferré a sus palabras como a un clavo ardiendo.
Veintidós años. Sonaba a promesa.
Cuatro años.
Me admitieron en el Pratt Institute para estudiar Diseño Gráfico.
Nueva York me engulló por completo: un torbellino de clases, proyectos y una nostalgia sorda y constante por Austin. Por Jax.
Su "promesa" se convirtió en mi calendario secreto.
Seguí a distancia el modesto éxito de The Night Howlers. Sus canciones se convirtieron en la banda sonora de mis largas noches de estudio.
Planifiqué mi vigesimosegundo cumpleaños meticulosamente.
No era solo un cumpleaños; era una fecha límite, un umbral.
Incluso diseñé la maqueta para la portada de un álbum, una representación visual del futuro que imaginaba para nosotros.
Una tontería, lo sé, pero me pareció un gesto importante. Era mi regalo para él.
Los veintidós. Por fin llegó el día.
The Night Howlers estaban en Nueva York para un pequeño showcase ante ejecutivos de la industria, una oportunidad de conseguir un contrato discográfico.
Me temblaban las manos mientras sujetaba la maqueta de la portada, envuelta con esmero en papel de estraza.
Habían quedado para una reunión antes del concierto en un bar de moda del Lower East Side.
Llegué pronto, demasiado impaciente, demasiado nerviosa.
El bar, en penumbra, olía a cerveza rancia y a ambiciones recién estrenadas.
Los vi al fondo, en un reservado: Jax, Ben y los demás.
Y con ellos, una mujer de aire decidido a la que no reconocí, inclinada hacia Jax.
Dudé, no quería interrumpir.
Entonces oí la voz de Jax, baja y con un deje de fastidio.
"No me puedo creer que Savvy vaya a aparecer de verdad. Sigue colgada de esa estupidez que le dije hace años".
Se me heló la sangre.
El batería intervino: "Tío, tienes que cortar esto de raíz. Chloe se pondrá como una fiera si cree que le estás dando alas a una universitaria cualquiera".
Chloe. Tenía que ser ella.
Jax suspiró. "Lo sé, lo sé. Ese es el plan".
Bajó la voz, pero aun así pude oír cada una de sus venenosas palabras.
"Chloe Davenport es nuestra publicista, o eso intenta. Queremos causarle una buena impresión. Me está ayudando a montar un numerito. Le dije que tenía que hacer una especie de intervención con una fan que está medio loca".
Soltó una risa fría y cruel.
"Le diremos que Chloe y yo estamos prometidos, y quizá hasta insinuemos que está embarazada. Eso debería espantarla para siempre. Además, Chloe cree que servirá de buena publicidad, ya sabes, el rollo del 'rockero que sienta la cabeza', si conseguimos el contrato".
Ben. Mi hermano. Su voz sonó tensa, un murmullo de protesta.
"Jax, tío, te estás pasando".
Pero no insistió. Supongo que para mantener la paz en la banda. O quizá, simplemente, no le importaba lo suficiente.
El mundo se tambaleó, pero esta vez no por un capricho adolescente, sino por una oleada de náuseas.
La desolación me golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago.
La maqueta de la portada, mi sueño meticulosamente diseñado, se me deslizó de entre los dedos entumecidos.
Aterrizó en el suelo pegajoso con un golpe sordo.
Me di la vuelta y eché a correr, huyendo del bar hacia la repentina y gélida lluvia de Nueva York.
Cada gota era como una esquirla de hielo sobre mi piel.
La lluvia me pegaba el pelo a la cara, difuminando las luces de la ciudad hasta convertirlas en borrones sin sentido.
Mi mente retrocedió en un reflejo estúpido y doloroso.
Años atrás, en un festival de música local, una versión más modesta del SXSW. Yo tendría unos quince años, demasiado joven para estar entre bastidores, pero Ben me había colado.
The Night Howlers apenas empezaban, en bruto y hambrientos.
El caos reinaba. Técnicos gritando, equipos por todas partes.
Una pesada estructura de iluminación, peligrosamente colocada, comenzó a tambalearse.
Yo estaba justo debajo, hipnotizada por Jax en el escenario durante la prueba de sonido.
De repente, unas manos fuertes me agarraron del brazo y tiraron de mí hacia atrás.
Jax.
Había saltado del bajo escenario, con los ojos muy abiertos por la alarma.
La estructura se estrelló justo donde yo había estado un segundo antes.
"¿Estás bien?", me preguntó con voz áspera.
Solo pude asentir, con el corazón desbocado.
Me puso algo en la palma de la mano. Su púa de la suerte.
"No te metas en líos, pequeña".
Y eso fue todo. El momento exacto en que mi estúpido capricho se solidificó en algo que creí real, algo por lo que merecía la pena esperar.
Aquella púa. La guardaba en una cajita de terciopelo.
Ahora, el propio recuerdo se sentía como una traición.
Todos aquellos años.
Las galletas, los carteles, las noches en vela escuchando sus maquetas.
La forma en que había moldeado mi vida universitaria, mi mudanza a Nueva York... todo guiado por su vago e indiferente "quizá" como mi estrella polar.
Cada sacrificio, cada elección, teñidos por la esperanza de estar con él.
Sus palabras resonaban en mi cabeza: "No me puedo creer que siga colgada de aquello".
Una carga. Eso era yo para él.
Mi amor no era un regalo, sino una molestia; un problema que debía ser gestionado con una mentira cruel y premeditada.
Un nuevo camino. Tenía que encontrar uno. Lejos de él. Lejos de todo esto.
La idea era como una pequeña vela parpadeando en la tormenta de mi dolor.
Busqué el móvil a tientas, con los dedos rígidos por el frío.
Necesitaba hablar con Ben, gritarle, entenderlo.
¿Pero qué había que entender?
Ben había estado allí. Había oído el plan. Su silencio en aquel reservado fue una confirmación más rotunda que cualquier palabra.
Sabía que la relación de Jax y Chloe era seria. Sabía que él iba a romperme el corazón y lo había permitido.
Quizá incluso estaba de acuerdo. Quizá para él yo solo era su hermana pequeña, la pesada.
La notificación de un mensaje.
Número desconocido. Se me encogió el estómago. Lo supe.
Era Jax.
"Me han dicho que has estado en el bar. Siento si oíste algo. Lo de Chloe va en serio. Será mejor que pases página".
No era una disculpa. Era un despido.
Mi fantasía, tan cuidadosamente construida, se hizo añicos.
Pasar página.
Sí.
Busqué en mis contactos el número de Jax, el que me sabía de memoria.
Bloqueado.
Luego, el de Ben.
Bloqueado.
Entré a trompicones en mi diminuto apartamento, empapando el gastado suelo de madera.
Mi mirada se posó en la cajita de terciopelo que había sobre el tocador.
La púa de la suerte.
La tomé. La sentí fría y ajena en la mano.
El símbolo de una mentira.
Con un gesto brusco y repentino, la arrojé a la papelera, enterrándola bajo un montón de bocetos desechados y posos de café.
El primer paso.