Nuestra historia, construida en diez años, se cimentaba en promesas y rituales sagrados, como esa copa de vino carísimo que habíamos soñado con probar juntos.
Entonces, una foto anónima de Chile lo destrozó todo: Mateo besando a otra, Érica, su colega.
Pero lo que me rompió no fue el beso, sino la copa de vino que él le ofrecía a ella, nuestro ritual más íntimo, profanado sin piedad. Mis mensajes suplicantes de vida recibían un cruel "leído" sin respuesta, mientras él se burlaba de nuestra conexión.