Capítulo 2 Capitulo 2

Ethan

Como de costumbre, me despierto 10 segundos antes de que el despertador me arranque de mis sueños y me arroje a la realidad al esparcir su horrible repiqueteo en el aire a las 6:30. Como cada una de mis mañanas todo inicia con reconocer mi rostro en el espejo, y ver en él al tipo pálido de ojos oscuros y melancólicos que siempre he sido.

Ya listo para correr, emprendo mi acostumbrado camino por el parque, mirando como los destellos del sol se filtran por entre y a través de las hojas, manchando el suelo bajo ellas con sus brillantes tonalidades de verde. Al regresar a casa el día inicia verdaderamente, vistiéndome para emprender mi camino al consultorio, donde las personas van a contarme sus inquietudes, problemas y más profundos secretos.

En el camino me introduzco en el cardumen de autos, lo que me da unos minutos para mirar por la ventana y preguntarme a donde irán todas las personas que tengo frente a mí, como serán sus vidas y si éstas serán más divertidas que las mía. Fijo mis ojos en una señora envuelta en un pesado abrigo blanco, la cual mantiene una acalorada discusión con alguien al teléfono, un chico delgado y bajo se mantiene junto a ella, evitando que el perro sujeto a la correa huya hacía algún lugar, sus ojos suplicantes y hambrientos de libertad me hace ver que siempre hay alguien o en este caso, algo, con una vida aún más miserable que la que uno cree tener.

Ya en el consultorio, mi secretaría me hace una seña con el dedo para indicarme que hay alguien esperándome dentro, cosa que me extraña, mi cita más próxima es a las 8:40, la señora Adams viene cada segundo miércoles a hablarme de cómo sus hijos la han abandonado como un mueble viejo luego de que su querido Bertie muriera de un paro cardiaco a los 78 años.

-Lamento haberla hecho esperar. - Le digo a la figura femenina sentada en la silla con la mirada perdida en un cuadro ubicado tras mi silla, el cuadro es un bonito paisaje que mi secretaría coloco ahí pensado que sería agradable para mis pacientes. - ¿Señora...? - Le pregunto ya sentado frente a ella, extendiendo mi mano para presentarnos.

-Cordelia. Cordelia Percy.- Dijo la hermosa señora con piel de bronce, cabellos oscuros y rizados, en cuya cara unos hermosos ojos verdes que brillaban de la misma manera que el sol lo hace con las hojas de los árboles del parque.

- ¿En qué puedo ayudarla? - Le pregunto simulando ojear unos papeles sobre mi escritorio.

-Como vera, mi hija padece un trastorno bastante extraño. - Respondió la señora Percy mirándome fijamente, aunque aparentaba estar tranquila, por el monótono y agradable sonido de su voz, yo era capaz de ver lo ansiosa que estaba por la forma con la que jugaba con unos lentes oscuros que seguramente se le tuvieron que haber visto muy bien cuando los llevaba puestos. - He escuchado hablar mucho de usted, así que vine en busca de su ayuda. - Agrego con la mirada clavada en los lentes.

Los coloco sobre mi escritorio y saco de su bolso lo que parecía ser un expediente médico, lo puso frente a mí en silencio y sus ojos permanecieron en el hasta que lo tome para echarle un vistazo.

-¿Agorafobia?.- Pregunte yo a la señora Percy.- ¿Cuánto tiempo ha permanecido recluida en casa la paciente?. - Pregunte antes de que me diera una posible respuesta a la primera pregunta.

La señora Percy me dio todos los detalles adicionales que le eran posible, aquellos detalles que no se encuentran en el expediente médico de cada paciente mental o psiquiátrico, como la rutina del paciente, si tiene deseos de sanar, sus propias impresiones sobre éste.

-¿Supongo que no es posible que la paciente venga a mi consultorio?.- Le pregunto con mi mirada por fin puesta en ella.

-Oh, no... Tendrá que venir a casa. - Respondió con temor a una negativa de mi parte. - El problema radica en el hecho de que ella esté dispuesta a presentarse ante usted. - Agrego como si pensase en voz alta.

Me entrego una pequeña tarjeta blanca, con las letras en dorado y perfumada con un ligero aroma a lavanda- ¿Quién lleva tarjetas de presentación hoy día?... Y más extraño aun, ¿Quién las perfuma? - me quedo absorto mirando la tarjeta, lo que me impide escuchar el sonido de la puerta cerrarse cuando la señora Percy se marchó sin siquiera despedirse.

Por la forma en la que aquella elegante y bella mujer se comportó, no puedo evitar pensar que su hija podría ser una especie de monstruo recluido en casa, del cual se quiere deshacer de alguna manera, ¿Cómo alguien es capaz de apartarse del mundo por un periodo de tiempo tan prologando?

-La señora Adams ya está aquí para su cita. - Dice mi secretaría a través del teléfono sobre mi escritorio. - ¿La dejo pasar? - Pregunta bajando la voz, como si no estuviera a menos de un metro de distancia de la señora Adams, seguramente.

La cita rutinaria con la señora Adams fue igual a las anteriores. Lo que me sirvió para permanecer en lo que llamo modo automático, finjo escribir en mi cuaderno de anotaciones, mientras pienso en alguna otra cosa. Cuando me decidí por psicología nunca pensé que mi vida iba a terminar así, la elegí porque tenía el sueño de ayudar a las personas, de la misma manera que lo hicieron conmigo tras la muerte de mis padres, pero cuando creces te das cuenta que los sueños solo son pequeñas fantasías que se desvanecen con el despertar que es la adultez.

Luego de la señora Adams, apareció el señor Thomas, un hipocondriaco que no sale de casa sin su equipo de desinfección para "espacios públicos o zonas escasamente concurridas", en estos tiempos tras la pandemia la vida del señor Thomas se tornó mucho más difícil de lo que regularmente era, pero al menos pude convencerlo de ir el mismo a por la compra, en vez de hacer que el pobre repartidor del supermercado tuviera que descontaminarse antes de siquiera pisar el felpudo frente a su puerta.

Luego de concluir con mis citas de la mañana, combine el espacio entre mi almuerzo y la cita cancelada de la señorita Bartom, quien tomaba terapia porque era una costumbre popular entre sus amistades, decidí ir por fin a ver al pequeño monstruo, el GPS marcaba que la dirección puesta en él estaba a unos 30 minutos de mi consultorio, uno de esos barrios en el que solo vive gente rica y posiblemente famosa que solo vemos en la televisión y en las redes sociales presumiendo sus perfectas y divertidas vidas, ¿Cómo aquel pequeño monstruo tendría razones para no disfrutar de la gran vida que seguramente podría darse?

Ya aproximándome al barrio rico, grandes mansiones se yerguen una al lado de la otra, fijo mi vista en una chiquilla que parecer tener 16 años recién cumplidos, cosa que deduzco porque intenta tener una sesión de fotos sobre un auto deportivo completamente nuevo, estacionado en uno de los puestos de estacionamientos de su mansión, seguramente se trata de algún regalo de cumpleaños.

Sigo el camino marcado por el GPS, lo que me hace adentrarme aún más en el barrio, en un área boscosa, nunca me imaginé que dentro de un barrio privado pudiera haber una sección aún más privada, a la distancia logro ver un enrejado, con una casilla de seguridad más adelante.

-¿Nombre?.- Pregunta desde el interior de la casilla un guardia de seguridad, mientras masca chicle de la forma más brusca que le es posible, no sé si para ser más grosero o porque simplemente quiere aparentar ser el tipo más rudo de la cuadra.

-Dr Russel.-Le respondo confundido.

-Uhm... No está en la lista. - Me responde el guardia meneando la cabeza y dando golpecitos con una lapicera negra sobre un portapapeles.

-Pero la señora Percy...- Le respondo al guardia, intentando explicar porque le hago perder su valioso tiempo.

-Si no está en la lista no puede pasar. - Me responde antes de que termine la oración. – Lo siento.

Rebusco en los bolsillos de mi saco hasta que doy con la tarjeta que me entrego la señora Percy, se la entregó el guardia y espero alguna respuesta favorable en su rostro.

-Uhm... Sí, es de la señora Percy, supongo que debo dejarlo pasar. – Me dice el guardia luego de un largo silencio de observación, como si con su debate entre dejarme pasar o no, me hiciera sufrir de alguna manera y esto le causara algún tipo de placer, ese tipo de comportamiento psicopático viene con el trabajo de todo guardia de seguridad, al parecer lo reciben junto con su arma de balines de goma y su pistola de choques eléctricos o como se llame.

Luego de la reja, otros 5-8 minutos la separan de la gran mansión, la cual se ve reluciente y perfectamente blanca a la distancia, como una especie de palacio diseñado únicamente para asombrar a los visitantes. Ya en la entrada me bajo de mi pequeño auto que se ve muy vulgar ante tal derroche de lujo y camino hasta una señora bajita, de cabellos canosos y mirada compasiva que me espera en la puerta.

-¿Usted debe ser el doctor Russel, cierto?. - Me pregunta la señora con su voz de abuelita. - Que bueno que ha venido a ver a mi niña.

-Sí, la señora Percy me pidió venir a ver a su hija.- Le respondo con una sonrisa igual a la suya, la cual no puedo evitar corresponderle, ya que su amable rostro me recuerda un poco a mi propia abuela.- ¿Podría indicarme el camino?- Le pregunto echando una mirada al interior de la gran mansión.

-Por supuesto. - Dice la ancianita dando media vuelta a lo redondo para ponerse en marcha y guiarme en el interior de la mansión. – Mi niña siempre está en su habitación, como seguramente se imagina usted, debe ser cuidadoso y evitar espantarla, es un poco huraña con las visitas. – Empieza a contarme la ancianita mientras me guía por la mansión.

El interior de este lugar es algo que solo eres capaz de ver en algún programa de televisión o alguno de esos programas de telerrealidad como Keeping Up With The Kardashiams. El piso del vestíbulo era de un perfecto mármol blanco que se extendía por todos lados hasta unas escaleras que daban a un segundo piso, cada objeto en aquel vestíbulo relucía ante la luz del sol que entraba delicadamente por las grandes ventanas, ya en el pasillo una alfombra color champaña remplazaba al mármol, y por lo que pude contar, habían gastado 3000 dólares en flores que nunca había visto para adornar los jarrones de porcelana posiblemente antigua que brillaban bajo la luz de las lámparas del largo pasillo hasta una gran puerta doble que se lograba ver al final de éste.

-Esta es la habitación de mi niña.- Dijo la anciana abriendo la puerta con mucho cuidado para evitar hacerla rechinar.- Y recuerde, intente ser cuidadoso y no se espante.- Agrego cerrando con cuidado la puerta tras de mí.

-¿Qué clase de monstruo habita en esta mazmorra?.- Dije mirando fijamente la puerta por la que se había marchado la anciana.

La habitación parecía algo que superaba todo lo que había visto hasta ahora, contaba con dos pisos, el cual los unía una gran escalera con alfombra afelpada, la cama de sábanas blancas era enorme- Lo que me hizo pensar en la posible gigantes del monstruo, capaz era por eso que no quería salir de su mazmorra- las cortinas en combinación con la ropa blanca en la habitación impedían a la luz filtrarse por los grandes ventanales, lo que oscurecía un poco el lugar, de un momento a otro una risa se escuchó en algún punto del segundo piso, lo que me hizo suponer que el monstruo estaría ahí, aguardando para comerme de un bocado.

Al subir lentamente las escaleras afelpadas, veo grandes estantes de madera blanca, en el que reposan una infinidad de libros, paro un momento en medio de la escalera, para evitar que el monstruo me escuche subir, tomo algo de aire y trago saliva. Ya al final de la escalera, veo a la cosa más hermosa que mis ojos han visto nunca, sentada en un pequeño mueble afelpado, una chica de hermosos cabellos negros y grandes ojos azules muerde la punta de sus dedos mientras lee absorta un ejemplar bellamente encuadernado de "Emma" de Jane Austen.

Doy unos pasos con cuidado, de todas maneras, el sonido de mis pasos es amortiguado por la alfombra afelpada. Ya más cerca de ella, puedo ver que lo único que lleva puesto es una pequeña batita blanca y lo que parece ser unos pequeños shorts que son más ropa interior que ropa de verdad, ella permanece absorta en su libro, inconsciente de mi presencia frente a ella.

-U-Usted debe ser la señorita Percy.- Le digo para advertirla de mi presencia en su habitación.

El gigante monstruo que resultó ser una pequeña hada poso sus ojos en mí y se congelo un buen rato, para luego meterse en su libro, intentando aparentar que no existo, o simplemente decidiendo que no soy real, al menos para ella.

- ¿Señorita Percy? - Le digo intentando presentarme.

-¿Qué hace usted aquí?.- Me pregunta al fin.- ¿No ve que prácticamente estoy desnuda?.- Me pregunta abrazando el libro contra su pecho e intentando tapar sus hermosas piernas con la corta batita.

-Mejor no vea nada.- Grita al darse cuenta que la corta batita no apartara de mi vista sus piernas.- Lárguese.- Grita nuevamente, pero esta vez arrojando su libro contra mí.

PD: Error, el hada en realidad si resulto ser un monstruo.

            
            

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