cabra fresco con una flor de loto arriba y, cuando la abrías, había un pájaro dorado
dentro –da un suspiro exagerado mientras mira la pila de lechuga, tomate y pepino
sobre el plato.
Sienna se pone algunas trenzas brillantes sobre el hombro.
–A tu señora le encantaba ponerte correa, también –dice prendiendo el encendedor
que Sil le regaló. Se enciende una pequeña llama–. ¿Y si empezamos a atarte fuera a la
noche como un perro?
–Guarda eso –le advierte Sil.
Olive deja el tenedor en la mesa de un golpe y se pone de pie.
–No me hables así.
–Sabes que estarías muerta si Violet no te hubiera salvado, ¿no? –dice Sienna
guardando el encendedor.
–Termínala –interviene Raven.
Las pocas velas en el centro de la mesa llamean. Las cejas de Olive se juntan y de
un soplo, las llamas se extinguen.
–Ey –dice Sil.
Sienna levanta las manos.
–Fue un accidente, lo juro.
–Por favor –dice Sil–, tu control es perfecto ahora. Hace meses que no tienes ningún
accidente.
–Revisemos el plan una vez más –intervengo, y todos gruñen, con excepción de Ash,
que está siempre callado durante la cena. En general, engulle la comida deprisa y luego
escapa al establo para estar entre los pollos y las cabras que tiene Sil. Y Turnip.
Turnip era el apodo de su hermana menor, Cinder. Ella murió hace un mes de
pulmón negro. Lucien lo oyó de uno de sus contactos en el Humo, un joven que se
hace llamar el Ladrón. Él ayudó a Ash para que tuviera la oportunidad de despedirse
de su hermana antes de que escapáramos de ese círculo. Supongo que él la cuidó después.
Ash traga el último trozo de pollo, engulle un pedazo de patata y se pone de pie.
–Señoritas –dice inclinando la cabeza. Me besa la coronilla y camina hacia el
fregadero. Ash ya ha escuchado todo esto antes. Siento un mordisco de culpa después
de nuestra discusión de hoy, porque él no es parte de este plan, porque esto es algo
que planeo hacer sin él. Pero no puedo hacer nada al respecto: necesitamos a las
Paladinas para derribar el muro, y Ash no es una de ellas.
Me acerco al armario y tomo varios rollos de papel. Uno es un mapa de la ciudad.
Los otros son copias de los planos de la Casa de la Subasta.
–Entonces –digo, desenrollando el mapa sobre el centro de la mesa–, en unos días
iremos a la Puerta Oeste. Sil, tú te quedarás aquí y coordinarás todo con el Silbador en
la Granja. Nos quedan cuatro chicas en la Puerta Oeste, siete en la Puerta Norte y
cinco en la Puerta Este –señalo los números escritos sobre cada centro y luego borro
el 3 sobre la Puerta Sur–. Indi, Sienna y Olive, una vez que lleguemos a sus centros
respectivos y les mostremos a las chicas los elementos, ustedes se...
–Van a quedar en una casa segura hasta la noche anterior a la Subasta –dice Sienna
con un tono monótono y aburrido.
–En donde vamos a volver a los centros con la ayuda de alguna chica que pueda
conectarse con la Tierra –continúa Indi con alegría.
–Y luego nos esconderemos en los trenes hasta que partan hacia la Subasta –termina
Olive. Un destello le brilla en los ojos–. Ahí es cuando nos deshacemos de las
cuidadoras y el doctor.
–No los vamos a matar, Olive –replico–. Solo les daremos un golpe para que queden
inconscientes.
–Estoy segura de que vamos a arreglárnoslas –dice Raven–. No había nadie más
aparte de Charity y el doctor Steel en nuestro tren.
–La Puerta Norte siempre envía a tres cuidadoras –responde Sienna.
–De todos modos, seremos más que ellos –afirmo.
–Los soldados las estarán esperando en la Casa de la Subasta –nos recuerda Sil.
–Y Garnet tiene que ocuparse de retrasarlos lo más que pueda –asiento mientras
cierro el mapa y desenrollo los planos–. Y recuerden, si algo sucede en el tren, si las
encuentran o... cualquier otra cosa, vayan a los muros. Derribar los muros es crucial.
Incluso si no es el muro que rodea la Joya; derribar cualquier barrera de la realeza es
un triunfo para nuestra causa.
Olive hace una mueca con los labios, pero permanece callada. Hay muchos papeles
con planos de la Casa de la Subasta, no solo porque tiene muchas salas diferentes,
sino porque también tiene muchos pisos subterráneos. Los fijo en la mesa usando
platos y vasos.
La Casa de la Subasta es un gran domo que tiene otros domos más pequeños y
torrecillas alrededor: varias salas donde se entretiene a la realeza mientras esperan para
comprar sustitutas. Y, por supuesto, el anfiteatro donde tiene lugar la Subasta misma.
Pero también hay –como resaltó Lucien– salas de espera y de preparación, una
estación de tren en los pisos debajo, cámaras donde los sirvientes esperan y tocadores
para que las jóvenes de la realeza se arreglen el cabello y el maquillaje. Y hay salas de
protección, salas seguras, en caso de que cualquier peligro sobrevenga en la Joya
durante la Subasta. Estas salas tienen paredes gruesas y puertas de acero. Hacia allí va
a correr la realeza si se ve amenazada. Los vamos a tener atrapados, mientras cae la
ciudad alrededor de ellos.
La Subasta es el evento social más grande del año. Lucien nos contó que todos los
miembros casados de la realeza están autorizados a ir, de modo que no necesitan
invitación como sucede con el baile del Exetor o una simple fiesta de una Casa. Todos
los que pueden asistir, van. Será la mayor concentración de miembros de la realeza en
un solo lugar.
–Entonces, vamos a entrar aquí –digo señalando la estación de tren subterránea en el
plano que muestra los niveles inferiores de la Casa de la Subasta–. Y tendremos que
estar listas enseguida. Sil tiene razón, habrá soldados a la espera de cuatro cargas de
chicas inconscientes. Y Garnet tal vez no pueda demorarlos por mucho tiempo, si es
que puede retrasarlos. Anticipamos una lucha.
–Sí, y la mayoría de los soldados que logró poner de nuestro lado no trabajan en la
Joya –añade Raven–. Dice que esos soldados son los peores.
Garnet pasó de ser un chico alocado que siempre estaba de fiesta a un ciudadano
ilustre en un abrir y cerrar de ojos. A pesar de que todos los hombres de la realeza son
técnicamente oficiales del ejército, no ha sido más que un título honorario para ellos.
Nadie presta servicios al ejército en verdad. Pero cuando Garnet quiso servir en la
búsqueda de Ash, descubrió que había mucho descontento en las fuerzas, en especial
en los círculos inferiores. Ahora usa eso en nuestro beneficio.
–Ojalá hubiera una forma más fácil –dice Indi, pensativa–, una forma sin violencia.
–¿Quieres que luchemos contra ellos con abrazos? –pregunta Sienna.
–El amor es más fuerte que el odio –replica Indi.
–La violencia es la única opción, así que no tiene sentido discutirlo –digo
interrumpiendo a Sienna antes de que pudiera contestar–. Una vez que entremos, todo
tiene que darse al mismo tiempo. Debemos contener a los soldados y causar
muchísimo pánico para que la realeza corra y se esconda en sus queridas salas
seguras. Luego, debemos llegar al muro.
–Y tú y yo hacemos la señal –me dice Sienna y prende el encendedor una vez más.
Asiento con la cabeza.
–Tú y yo hacemos la señal.
–Y todo arderá –dice. La llama del encendedor le brilla en los ojos negros.
Debe darse todo a tiempo. Durante los días previos a la Subasta, vamos a plantar
bombas en las últimas locaciones clave que aún no atacamos. La mayor cantidad de
miembros de la Sociedad se reunirá en el Banco. El día de la Subasta, se ubicarán
junto al muro que separa el Banco de la Joya, a la espera de que las Paladinas lo
derrumben. Mi trabajo es subir lo más que pueda, en una de las cinco torres de la
Casa de la Subasta. Sienna usará el Fuego mientras yo uso el Aire para crear unas
llamaradas bien altas, para que todos en la ciudad las vean y sepan que tienen que
hacer explotar las bombas. Lo haría yo sola si pudiera, pero no podemos usar más de
un elemento por vez.
Y después de eso, como dijo Sienna de forma tan apropiada, todo arderá.
Reviso todos los planos con cuidado. Paso los dedos por los distintos corredores,
evalúo el conocimiento de las chicas sobre qué cosa lleva a dónde, qué escalera lleva a
qué lugar, cuántos pisos tiene la Casa de la Subasta, qué hay en cada uno, dónde están
las salas seguras, las salidas y las entradas, hasta que Sienna hace un suspiro fuerte.
–Violet, lo sabemos, ¿está bien? Ya lo revisamos millones de veces. Podría dibujar
los planos mientras duermo.
–Tenemos que estar preparadas –digo–. Las otras chicas no van a saber nada. No
habrán visto los planos. Nosotras tenemos que ser las líderes. Nosotras tenemos que
saber con exactitud a dónde vamos. No podemos meterlas en esto y no hacer más que
decepcionarlas.
Sienna parece avergonzada. La frente de Indi se arruga y Olive no desvía la mirada
de su plato.
Raven estira la mano y toma la mía.
–No haremos eso –dice.
Enrollo los planos y el mapa y los guardo, mientras una inquietud profunda se aloja
en mi estómago. Todo esto es para ayudar a las sustitutas y, sin embargo, mi hermana
sigue atrapada en ese palacio. Memorizar todos los planos del mundo no será de ayuda
para ella en el lugar donde está.
Han pasado meses desde que la Duquesa anunció el embarazo de Hazel. ¿Será su
estómago una protuberancia pequeña, como la de Raven fue una vez? ¿Usará el
doctor esa horrible pistola estimulante? Ni siquiera sé si Hazel es una sustituta. Se la
llevaron antes de que le hicieran la prueba en la clínica del Pantano. Pero debe serlo;
de otra forma, no tendría utilidad para la Duquesa.
Si tan solo hubiera una forma de que yo pudiera verla, saber que está bien, decirle
que resista...
Después de la cena, Olive le ruega a Sil que traiga el Libro.
El Libro no es un libro, en realidad, sino varios fragmentos de muchísimos tomos
diferentes. Lucien lo armó para Sil a lo largo de los años. Iba robando fragmentos de
textos viejos de la biblioteca de la Duquesa. Todo junto, cuenta la historia de las
Paladinas, de esta isla antes de que se convirtiera en la Ciudad Solitaria. Y a todas las
chicas de la casa les encanta leerlo. A mí también.
La isla se llamaba Excélsior, la Joya de la Tierra.
Olive se acurruca a mi lado mientras leemos las páginas amarillas, arrugadas. Es
extraño para mí que a ella le guste tanto el Libro, en especial porque detalla cómo la
realeza conquistó esta isla por la fuerza y masacró a la mayoría de la población nativa.
Pero habla de un lugar llamado Bellstar y otro llamado Ellaria, y creo que le gusta la
idea de otros lugares tras la Gran Muralla, de la misma manera en que a mí me
gustaba El pozo de los deseos cuando era niña. Quiere creer en la magia y el misterio.
No parece entender que nosotras somos parte de esa magia.
Los únicos sonidos son los que hace el choque de platos mientras Sienna los lava, y
el canturreo de Indi mientras los seca. Sil está sentada en la silla mecedora junto al
fuego con un vaso de whisky en las manos. Raven está en el suelo, a mis pies, y su
cabeza descansa en mis rodillas.
–¿Cómo crees que será Bellstar? –pregunta Olive–. Ojalá hubiera imágenes.
–Tiene que haber sido un lugar con mucho dinero –digo–. Construyeron cientos de
barcos para encontrar esta isla.
–¿Qué les pasó?
–¿A las personas?
–A los barcos.
Paso los dedos por las letras borrosas de la página.
–No lo sé –murmuro.
De repente, el arcana me zumba en el cabello. Hace tiempo que les revelé el secreto
del arcana a las otras chicas; fue demasiado difícil de ocultar después de un tiempo.
Lo extraigo ahora y el diapasón flota a unos centímetros de mi rostro.
–¿Hola? –digo. Raven se pone contenta. Nunca sabemos si va a estar Lucien o
Garnet del otro lado.
–¿Bueno? –la voz de Lucien suena tensa–. ¿Cómo salió?
Sonrío.
–Salió bien. Lo de siempre. Terminamos con la Puerta Sur. Quedan solo tres centros
de retención.
–Y no más que un mes para el gran día.
El estómago se me retuerce de los nervios. Mis pensamientos vuelan a mi hermana
otra vez. Un mes es tanto tiempo...
Resiste un poco más, Hazel. Voy a llegar.
–¿Cómo está la Joya? –pregunto, que siempre es más que nada un código para
¿cómo está Hazel? Entonces, cuando Lucien empieza a irse por las ramas, me pone
los nervios de punta.
–Una locura, como siempre cuando falta poco para la Subasta –responde–. Claro, es
peor este año, ya que hay tanta agitación en los círculos inferiores. Pero pensarías que
la realeza no lee el periódico. La Señora del Granizo no deja de alardear sobre su cena
posterior a la Subasta; suena como si estuviera preparando veinte platos si le crees,
pero yo no lo hago. Le envió a la Electriz unas cien invitaciones. Y ahora tengo que supervisar un envío desde la Casa de la Llama. Carnes especiadas, algo de azafrán, crema fresca de sus lecherías en la Granja. Llega mañana. Como si pudiera preocuparme del azafrán ahora. Mientras tanto, hubo tres arrestos más en el Banco. Nos salvamos por poco en uno; pensé que habían capturado a uno de mis socios... y
otra bomba explotó en el Humo, cosa que no apruebo para nada; estaba mal hecha y
llena de metralla así que ahora ese cuartel tiene restricciones para los alimentos. Incluso los soldados se ven afectados. Y mientras tanto...
–¿Cómo está mi hermana? –interrumpo.
Hace una pausa. El corazón se me detiene, porque él no dice nada.
–Lucien –insisto–, ¿qué ocurre?
–Nada –dice–, nada por lo que debas preocuparte.
Raven se incorpora; los ojos negros fijos en el arcana. Sil apoya el whisky.
–¿Por qué no dejas que yo decida cuándo preocuparme? –replico.
–Tengo una... una sospecha. No está confirmada, pero creo que la Electriz planea
un... accidente. Para tu hermana.
–¿Qué? –salto como si pudiera correr hasta Hazel ahora, como si pudiera protegerla.
Tengo que protegerla–. ¡Trabajas para ella! ¡Descubre qué planea y detenla!
–Ni siquiera sé si planea algo –dice Lucien–. Todo lo que sé es que cuánto más
entusiasmo demuestra el Exetor por este compromiso, más furiosa se pone ella. Ha
hecho algunos comentarios que me llevan a pensar que...
–Lo haría simplemente por rencor –respondo–. Para vengarse de la Duquesa.
–Sí, pero...
–¡Ay, esta gente! –levanto las manos de la frustración–. ¿No se dan cuenta de que
ella es la hermana de alguien, la hija de alguien, la amiga de alguien?
–No –dice Lucien, serio–. Y creo que tú lo entiendes más que nadie.
Sus palabras cortan, pero no tan profundo como el pensamiento del asesinato de
Hazel. Pensé que tendría tiempo. Tiempo para llegar a ella, liberarla. Tiempo para
explicarle, para pedirle perdón.
Lucien no puede salvarla. No puede vigilarla las veinticuatro horas del día. Tiene
otras prioridades, y aunque me quiere mucho, sacrificaría a Hazel si eso implicara
salvar a la ciudad.
–Voy a ir a la Joya –digo–. Ahora. Esta noche.
–Violet, no seas...
–Voy a ir –digo deprisa y lo interrumpo–. ¿Qué harías si fuera Azalea? Si no fuese por mi culpa, Hazel no estaría allí. La Duquesa se la llevó para vengarse de mí. Lo sé,
lo siento. Si no puedo protegerla ahora, yo... –la voz se me corta porque no puedo
terminar la oración.
–¿Y qué planeas hacer una vez que llegues?
–Tomaré el tren al Banco. Puedo hacer un túnel por debajo del muro de la Joya tan
fácilmente como lo hice en la Puerta Sur.
Bueno, quizá no sea tan fácil, pero es la misma idea general.
–No solo es un plan riesgoso que podría revelar nuestro plan, ¿qué piensas hacer una
vez que estés dentro de la Joya? ¿Caminar hasta el palacio de la Duquesa y llamar a la
puerta? Piensa, Violet. Hay cosas más grandes en juego que los problemas personales.
–Y si no intento salvar a Hazel ahora, entonces no sé ni por qué estoy luchando –digo.
–Te reconocerían –responde Lucien–. Es muy...
Doy un grito ahogado. Se me ocurre una idea, una idea loca, rápida, que ni siquiera
sé si es posible. Pero estoy dispuesta a probar lo que sea en este momento. Sin más
palabras, me doy vuelta y corro al piso de arriba, sin prestar atención a las preguntas
que me gritan Sil y Raven y a la vocecita de Lucien que pregunta qué está pasando.
Ash y yo dormimos juntos en el establo, pero guardamos la ropa en la habitación de
Raven. Ahí también hay más ropa, que Sil ha reunido a lo largo de los años. Me
acuerdo en particular de un vestido, porque me recordaba tanto a uno de los vestidos
de sirvienta que Raven y yo habíamos usado para pasar inadvertidas en el Banco.
Busco en el armario, lo encuentro y lo quito de la percha. Es liso y color café, un poco
pequeño en el busto, pero servirá. Me lo pruebo y me miro en el espejo. Despacio,
levanto una mano y la envuelvo con varias vueltas de mi cabello.
*Una vez para verlo como es. Dos, para verlo en tu mente. Tres, para que obedezca tu voluntad.*
El cuero cabelludo me hormiguea mientras mi cabello se transforma de negro a
dorado. El dolor de cabeza que causa hacer un Augurio me late en la base del cráneo.
Así disfracé a Ash cuando nos escabullimos en su casa de acompañantes. Es extraño
usarlo en mí misma. Muevo la cabeza a ambos lados y me examino los extraños
mechones dorados.
Pero mis ojos son el verdadero problema. Si no los cambio, la Duquesa me
reconocerá de inmediato.
Los cierro ahora. Creo que puedo hacerlo sin poner los dedos físicamente sobre las pupilas; pensar en eso me pone la piel de gallina. Necesito concentrarme mucho en lo
que quiero. La imagen se forma clara como el cristal en mi mente.
*Una vez para verlo como es. Dos, para verlo en tu mente. Tres, para que obedezca tu voluntad.*
A diferencia del cabello, este Augurio es una agonía. Grito y me doy palmadas sobre
los ojos. Me hierven en la cara, me queman como pequeñas bolas de fuego. Justo
cuando pienso que no puedo soportarlo más, el dolor cesa. Me quedo encorvada por
un momento, respiro con dificultad.
Cuando abro los ojos, una extraña me mira desde el espejo. Una extraña rubia, de
ojos verdes, con mi nariz y barbilla. Deprisa, uso el segundo Augurio, Forma, para
ajustarme las líneas del rostro. Duele casi tanto como los ojos, pero al final, tengo la
barbilla un poco más redondeada, la frente más arriba, la nariz un poco más grande.
–Violet, ¿estás...? –Raven se queda helada en el corredor, mirándome boquiabierta–. ¿Qué has hecho?
–Iré a la Joya –afirmo, paso por delante de ella y me dirijo al piso de abajo, donde es
probable que Lucien siga como loco en el arcana.
Olive grita cuando entro a la sala de estar. Indi deja caer el plato que estaba secando.
Sienna da un grito ahogado. Sil me mira horrorizada por medio segundo, pero luego le
veo un débil dejo de orgullo en los ojos.
–Le dije –comenta, sobre la voz de Lucien, que todavía sale del arcana–. Eres
demasiado cabeza dura.
–¿Qué está sucediendo? –pregunta Lucien–. ¿Por qué gritó? Sil, respóndeme.
–Voy a la Joya, Lucien –respondo–. Voy a meterme en el palacio de la Duquesa. Voy
a cuidar a mi hermana hasta la Subasta.
Lucien comienza a reír. De hecho, ríe durante tanto tiempo que Sil y yo
intercambiamos una mirada de preocupación.
–Lo siento –dice–. Pero esto es demasiado, incluso para ti. ¿Cuánto tiempo piensas
permanecer en libertad una vez que la Duquesa te descubra en su propio palacio? ¿Cómo planeas proteger a tu hermana cuando tú misma seas una cautiva? O quizá la Duquesa te mate por diversión, ahora que no necesita de tu cuerpo para producir un hijo.
–Lucien –comenta Sil mientras junta las manos y apoya la barbilla en ellas–, en cualquier otra circunstancia, estaría de acuerdo contigo, pero... no creo que haya forma de que la Duquesa la reconozca.
–¿Y por qué dices eso?
–Porque asusta lo diferente que está.
No me había dado cuenta de que Sienna había venido de la cocina. Estira la mano y
me toma con delicadeza un mechón de cabello.
–¿Color y Forma? –me pregunta. Yo asiento con la cabeza–. ¿Dolió?
Hago una mueca de dolor. Sienna sonríe.
–Ash se va a volver...
–¿Qué quieres decir? ¿Diferente? –interrumpe Lucien.
–Usé los Augurios –digo–. En mí misma –me brotan lágrimas en los ojos que
crepitan por el calor residual del Augurio–. Por favor, Lucien. Ayúdame. Ayúdame a
ayudar a mi hermana.
Recuerdo el Día de la Verdad, la última vez que vi a mi familia completa. Qué
enojada estaba Hazel conmigo, cómo pensaba que me había olvidado de ella. No
entendía que yo no tenía permitido escribirle, que la Puerta Sur tenía reglas.
Yo entiendo las reglas de la Joya. Y no voy a dejar que mi hermana piense que se
olvidaron de ella otra vez.