–Mejor voy a ver a Ash –anuncio–. Debe estar preguntándose dónde estoy.
No creo que vaya a tomarse bien la noticia. Cuando me pongo de pie, el arcana se
levanta en el aire.
–Entonces –dice Garnet–, me dijeron que planeas una operación encubierta.
–Hazel está en peligro –explico–. Tengo que estar ahí. Tengo que hacer lo que esté a
mi alcance.
–Bueno, tienes suerte –responde él–, porque justo conozco una Casa real que está
contratando sirvientes.
–¿En serio? –digo.
–Sí –responde–. La mía.
Raven y yo intercambiamos una mirada curiosa. Garnet continúa:
–Mi esposa necesita una dama de compañía personal –Raven se endurece un poco
frente a la palabra esposa–. Coral ha intentado contratar una durante meses y mamá
rechaza a todas las que encuentra. Hasta ahora no intervine porque no tiene sentido discutir con mi madre sobre algo tan trivial y, honestamente, no me importa para nada si Coral tiene una dama de compañía o no. Pero ahora parece que necesitamos una. De modo que mañana voy a informarles a todos que te he contratado a ti. Es una jugada que tiene mi estilo: un buen toque de arrogancia, un poquito de indiferencia a los deseos de mi mamá –imagino el brillo astuto en esos ojos azules–. Mañana te aviso
qué tren tienes que tomar. Estoy seguro de que viene un nuevo grupo de sirvientes;
todos están como locos con los preparativos para la Subasta. Avisaré que te estamos
esperando.
–Gracias, Garnet –digo, entusiasmada.
–Ni lo digas. Ey, ¿está Raven ahí?
–Ya pensaba que te habías olvidado de preguntar –dice ella y da un paso hacia
delante, sonriente.
–Los negocios antes de la diversión, siempre. ¿Tienes tiempo para hablar?
Raven ríe.
–Yo no soy la de la esposa loca y la madre autoritaria. Tengo todo el tiempo del mundo.
–Sí, pero tienes a Sil, que no es precisamente una cubeta llena de arcoíris, ¿no? ¡Es
una broma! –añade deprisa antes de que se queje Sil.
Raven se lleva el arcana al porche delantero. Le doy las buenas noches a Sil y a las
chicas y me dirijo al establo a contarle las noticias a Ash.
Ash está junto al corral de cabras; una de ellas le acaricia la mano en busca de un
premio más cuando entro al establo.
Durante un momento, me quedo en el lugar y lo miro: la fuerza de los hombros, la
curva de los brazos, la suavidad de las caricias que le hace detrás de la oreja a la cabra
de manchas blancas y negras. Respiro en la calma que voy a romper.
–¿Ash? –digo con miedo.
Gira y suelta un grito débil cuando ve mi rostro.
–¿Qué...? ¿Violet?
–Soy yo –respondo, y doy un paso adelante. Se acerca y me inspecciona los ojos, la
nariz y el cabello con un poco de asombro y mucha confusión.
–¿Los Augurios? –pregunta. Yo asiento–. ¿Por qué?
Le explico lo que Lucien me contó sobre el peligro en el que se encuentra Hazel, y cómo Garnet me contratará para trabajar en el palacio. Veo que su rostro deja de
expresar asombro y pasa a mostrar enojo por completo.
–Hablas en serio –dice–. Vas a dejar la Rosa Blanca. Vas a abandonar tu propio plan
y vas a meterte en la Joya, en el corazón del peligro.
Trago.
–Sí.
–Bueno –se da vuelta, sube las escaleras de madera y tira algunas cosas que guarda
ahí: una camisa de más, el reloj de bolsillo, la foto de su familia que tomó de la casa
de acompañantes de Madame Curio. Luego, baja las escaleras–. Voy contigo.
–¿Qué? No, Ash, no puedes.
–¿Y tú sí?
–¡No luzco como yo! No hay un millón de soldados que me buscan para ejecutarme.
Garnet va a cuidar de mí. Estaré a salvo.
–Garnet tiene una función propia en la revolución –dice Ash–. No puede dejar todo
de lado para cuidar de ti –empieza a guardar sus cosas en una pequeña mochila–. Todos en esta maldita ciudad tienen una función, excepto yo.
Se pone la mochila al hombro y me mira, enfadado.
–Entonces, ¿cuándo te vas? –pregunta.
Espero unos momentos a que respire más calmado. Luego, me adelanto y le acaricio
la mejilla.
–Ash, no puedes –digo–. No podrías ir más allá del Banco.
–No intentes mantenerme a salvo todo el tiempo, cuando es claro que tú no tienes la
misma consideración contigo misma –las gallinas cacarean nerviosas mientras él va y
viene por el establo–. Siempre me dices que me quede aquí, que sea paciente, que esté
a salvo, pero ¿y si eso no es lo que yo quiero? ¿Y si quiero hacer más, sea cual sea el
riesgo? Y tú crees que puedes irte a la Joya así sin más porque Hazel está en peligro y
esperas que todos entendamos. Bueno, yo no entiendo, Violet. No entiendo.
–Ella está en peligro –respondo.
–¡Todos estamos en peligro! –grita Ash, y Turnip se queja sacudiendo la crin. Él le
acaricia el largo cuello para calmarla–. ¿Ni siquiera ves la hipocresía en esto? ¿No ves
lo injusto que es? ¿Qué tú puedas poner todo en riesgo y yo no? Los acompañantes
son mis sustitutas, Violet. Son mi gente y están sufriendo también, pero no son
especiales de ninguna forma, entonces, ¿a quién le importa? ¿A quién le importa si son
jóvenes inteligentes, talentosos, que sufren el abuso y la manipulación? Son cositas lindas que solo sirven para tener sexo, ¿no? ¿Por qué importarían sus voces?
–Eso no es lo que... Se trata de Hazel, Ash. Mi hermana. Harías lo mismo por Cinder.
Fue un error decir eso, y me doy cuenta de inmediato. La cabeza de Ash se levanta
como un látigo, la mirada tan dura que hace que me aleje encogida.
–No –dice con frialdad.
Me queman las mejillas.
–Lo siento. Lo que quiero decir es que todos tenemos personas por las cuales
estamos dispuestos a sacrificarnos.
–¿Y quién me queda a mí, Violet? Tú, nadie más que tú –se quita la mochila y la tira
al suelo–. Pero al parecer, piensas que eres la única que puede tomar decisiones
difíciles. Y no notas que tus elecciones afectan a otras personas; entre ellas, a mí.
Me mira durante unos segundos antes de sacudir la cabeza, dar media vuelta y salir
enojado a la oscuridad de la noche.
Cuando Raven pasa por el establo para devolverme el arcana, se da cuenta de que
algo está mal.
No necesito explicarle demasiado la pelea con Ash. Mis susurros deben haberse
trasmitido a todo volumen. Mueve a un lado el muñeco de paja con el que Ash le hace
practicar cosas como estrangular a alguien o darle golpes, y me hace sentar sobre un
fardo de heno; me pasa el brazo por detrás.
–Tiene miedo y está enojado –dice–. Y quiere ayudar.
–Lo entiendo, ¡pero es como si no tuviera noción del peligro en el que se metería si
se fuera! No digo que no crea en él...
–¿No? –pregunta Raven. No me está juzgando, pero la pregunta me molesta de
todas formas.
–¿Qué quieres que haga? ¿Que diga sí, Ash, gran idea, ve al Banco y crucemos los
dedos para que nadie te reconozca?
–Hay personas en esta ciudad por las que él se preocupa, también. Y en esta casa,
todo se trata de las sustitutas. Nunca hablamos de los acompañantes. Nadie habla de
eso. Ni Lucien, ni Garnet... –inclina la cabeza hacia un lado–. Todos tenemos nuestras propias batallas. Yo tampoco quiero que vuelvas a la Joya. Pero te conozco, y sé que
no tiene sentido discutir contigo –me da un empujoncito con el hombro–. Más vale
que te cuides. Y la cuides a Hazel. Y vigila a Garnet por mí.
Sonrío, aunque la pelea aún me preocupa.
–Sí, señora.
–Me pregunto cómo será su esposa.
–Bastante aburrida, por lo que nos contó –Garnet trata de no mencionar a Coral de
ser posible. En especial, cerca de Raven.
Se levanta del fardo de un salto.
–Así que volverás a ser una sirvienta. Bueno, tal vez sea una ventaja. Tal vez tengas
la oportunidad de ver si hay descontento en las Casas reales, ¿sabes?, y usarlo para
nuestra causa.
Sé que trata de ayudar, de ser positiva. Y lo valoro.
–Sí –digo. Y luego hago una pausa–. ¿Sabes si... si volvió a la casa?
–No –dice Raven–. No sé dónde está.
Le doy un abrazo de despedida y me preparo para ir a la cama. Subo al entrepiso del
establo y llevo conmigo la mochila llena de cosas de Ash. Me recuesto, cierro los ojos
y deseo quedarme dormida. Pero todo lo que veo es a la Electriz poniendo veneno en
el vaso de agua de Hazel. O contratando a alguien para que la tire por las escaleras, la
ahorque mientras duerme o...
La Duquesa nunca deja salir a Hazel de todas maneras, me recuerdo a mí misma.
¿No debería bastar su confinamiento para mantenerla a salvo?
Abro los ojos y miro los listones en el techo en un intento por alejar la frustración y
por no adelantarme a los hechos. Siempre pensé que sería fácil hacer lo correcto. Y en
caso de que no fuera fácil de hacer, al menos fácil de identificar. Pero ahora estoy
abandonando mi propio plan por algo repentino y pensado a medias. Ni siquiera me
parezco a mí misma.
Oigo un crujido en las escaleras y me incorporo.
–¿Ash? –susurro. Siento su peso cuando se pone encima de mí–.Lo siento tanto – digo–. No quise...
–Shhh –pone los labios sobre los míos con delicadeza y yo tiemblo. Lo atraigo hacia
mí, agradecida por su presencia reconfortante, el calor de su cuerpo, el olor de su piel.
–No quiero discutir –murmura.
–Yo tampoco.
Sus dedos me bajan por el cuello, me pasan por la clavícula. Solo tengo puesto un
camisón fino, y se me pone la piel de gallina cuando sus dedos bajan a mi abdomen.
–¿Has pensado alguna vez en... después? –pregunta con tranquilidad.
–¿Después? –repito, aunque presto atención a medias porque los dedos me rodearon
el ombligo y ahora están alcanzando la cadera, del lado derecho.
–Después de todo esto –sus labios me besan el cuello–. Después de que salves a
Hazel. Después de luchar y derribar los muros. Después de que esta ciudad viva un
agitamiento social nunca antes visto. Imagina si ganamos. La realeza ya no va a dirigir
esta ciudad. ¿Qué quieres?
–No lo sé –digo mientras me pellizca el muslo con la mano–. No pensé demasiado al
respecto.
–¿Planeas todo esto y no tienes la más mínima idea de lo que quieres después?
–Quizás no siento que vayamos a ganar.
–Quizás estás asustada del futuro.
Encuentro el hueco que tiene en la base del cuello y se lo beso despacio.
–¿Y cuál es tu plan para el futuro?
Se le congela la mano a la altura de mis rodillas.
–Ninguno –responde, y se aleja de mí.
Me pongo alerta de inmediato.
–Ey –digo, y levanto la mano para pasarle los dedos por el cabello, para mantenerlo
cerca. Sus ojos reflejan el tenue brillo de luz de luna que llega a nuestra cama–. Me
puedes contar.
–Quiero ser un granjero –responde luego de un suspiro.
Espero a que siga la explicación, pero no continúa.
–¿Eso... eso es todo? –pregunto sin querer ofenderlo, pero estoy un poco confundida.
–¿No te parece que es estúpido? –dice–. ¿No crees que después de todas las cosas
refinadas a las que tuvimos acceso personas como tú o yo, la ropa, la comida, la
riqueza, yo querría algo más?
–Creo que todas esas cosas refinadas que tuvimos tuvieron un precio muy alto –
comento–. Estaría feliz de no volver a ver vestidos de oro en la vida. ¿Dónde querrías
cultivar? Digo, dentro de la Granja, por supuesto.
Se acomoda y estira a mi lado, con la cabeza apoyada en una mano.
–Hay un viejo sitio en ruinas a unos ocho kilómetros de la villa del Silbador. Ochre me lo mostró una vez. Es un buen lugar para esconder a los chicos más jóvenes que
se unieron a nosotros, ¿sabes? Un día o dos antes de la Subasta, cuando no vayan a
volver a casa después de trabajar. Pero pensé... pensé que puedo arreglarlo. Sil podría
venderme un par de gallinas y una cabra. Conseguiría algunas semillas. Sería lindo
trabajar con la tierra. Y me gustan los animales. Me gustaría una vida en la que
pudiera cosechar mi propia comida, hacer mis propias cosas. Tener una casa de verdad.
Unas lágrimas me brotan en los ojos cuando me doy cuenta de que no estoy en
ninguna parte de esa pintura que ha creado.
–Ah –digo con un tono áspero–. Suena lindo.
–¿Estás llorando? –pregunta, aterrado.
–No –respondo demasiado deprisa y me seco las lágrimas.
Casi oigo cómo el cerebro le hace un chasquido.
–¿Crees que no te quiero ahí conmigo?
–No –repito, pero es claro que es una mentira.
–Violet. No te borré de mi vida –responde–, pero nunca asumiría que tus planes
coincidirían con los míos. Tienes el derecho a elegir lo que quieras para ti.
–Pero ¿y si eso suena lindo para mí también? –digo–. ¿Y si quiero ayudarte a
arreglar ese viejo sitio? Apuesto a que puedo convencer a Sil de darnos a Turnip, ya
que le gustas más que ella, de todas formas. Y podría tener un jardín de crisantemos,
como el que mi madre tenía en la ventana de la cocina. Podría usar la Tierra para
ayudarte a plantar cultivos y el Agua para cuidarlas. Podría usar el Fuego para
mantener la casa tibia en invierno y el Aire para mantenernos frescos en verano.
Lo veo, lo veo tan claramente que es un verdadero dolor en el pecho. Un pequeño
porche con un jardín agreste lleno de flores alrededor. Una casa blanca con postigos
azules. Trabajar juntos con la tierra, terminar el día cansados, transpirados y cubiertos
de suciedad, pero felices. Tener un lugar propio.
Cuando Ash vuelve a hablar, tiene la voz gruesa.
–Eso suena... perfecto.
–Claro que Raven tendría que vivir cerca –digo.
–Y Garnet, también.
–E Indi.
–¿Y Sienna?
–Sí, pero no Olive.
–No –dice Ash riéndose–, Olive no.
Suspiro y me recuesto sobre la manta gruesa en la que dormimos.
–Quiero esa vida, Ash. La quiero tanto que puedo sentirla.
–Yo también –murmura.
Dejo que la mente me siga dando vueltas, la dejo imaginar un mundo donde mi
hermana no tiene que vivir con miedo de su propio cuerpo y del poder que tiene
dentro, donde a mi hermano no lo fuerzan a trabajar una profesión asignada. Trato de
imaginar los muros cayendo, la ciudad integrada, las personas unidas en lugar de divididas.
Me duermo con el sabor de los labios de Ash sobre los míos y con las fantasías de
un futuro mejor que danzan en mis sueños.
A la mañana siguiente, sin embargo, el buen humor de Ash ha desaparecido; toda la
dulzura de anoche ya no está y, en su lugar, hay tensión y enojo porque me voy.
Me doy cuenta de que trata de ocultarlo, pero tiene cierta rigidez alrededor de los
ojos y la boca, un dejo filoso en el tono de voz.
Ash no es el único que está tenso. Incluso Indi está nerviosa. Cuando Garnet se
contacta conmigo para indicarme qué tren debo tomar, no hay sonrisas que me
despidan, excepto por una forzada de Raven.
Me detengo a un costado del carro de Sil y le doy un abrazo a cada una de las
chicas; les prometo que las volveré a ver pronto y les recuerdo que sigan estudiando
los planos. Ash me abraza con fuerza y me susurra, enérgico, en el oído:
–Por favor, ten cuidado. Prométemelo.
–Te lo prometo –susurro.
–Ojalá hubiera manera de decirle a Rye que te cuide.
–¿Crees que me reconocería? –pregunto.
Ash me esconde un mechón del nuevo cabello rubio detrás de la oreja.
–No –murmura pensativo–. Además, está muy ocupado con Carnelian y no va a
prestarle mucha atención a un sirviente nuevo.
–¿Crees que tendría que decirle quién soy?
–No lo sé. Podría ser peligroso –la mandíbula de Ash se tensa–. Y ten cuidado con Carnelian.
–Claro. No quisiera tener que dormir con ella bajo el mismo techo otra vez.
–Hablo en serio, Violet. Es más astuta y más inteligente de lo que crees.
–Bueno, estaría feliz de evitarla por completo –digo. No quiero hablar más de Carnelian.
Nos besamos por última vez antes de que Sil suba al carro y yo me trepe a su lado.
Raven levanta la mano a modo de despedida. Ash se queda en el porche y mira el
carro hasta que pasamos bajo los árboles y la Rosa Blanca queda sumergida detrás de
nosotras.
–Sí que sabes armar un lío –comenta Sil.
–No quiero pelear contigo, Sil –respondo, cansada.
Asiente con la cabeza y sacude las riendas una vez más. Andamos en silencio el resto
del camino. No puedo evitar preguntarme: ¿y si es tarde?, ¿y si Hazel muere hoy?, ¿y
si algo está sucediéndole ahora? El andar de Turnip es de una lentitud exasperante.
Los campos se extienden como un mar de olas de un castaño amarillento, siempre
idénticas.
Cuando por fin llegamos a la estación Barlett, la espalda me duele de la tensión. Sil
espera conmigo hasta que llega el tren.
–¿Tienes los papeles? –pregunta, y yo le muestro los documentos falsos que me
permitirán llegar hasta el Banco. Tengo que tomar tres trenes diferentes hoy para llegar
a la Joya. Tengo puesto el vestido color café, el que se parece a la ropa de una sirvienta.
»Y aquí tienes algunos diamantes de más, por si acaso –me pone las monedas en la
mano. Se me ha hinchado la garganta así que asiento con la cabeza para agradecerle.
»Bueno –dice mientras el tren se detiene y las puertas se abren. Me envuelve con un
abrazo corto, pero empático.
–Gracias, Sil –susurro–. Por todo.
–Vamos, sube –dice mientras se frota los ojos y da media vuelta. Me sumo a la fila
de personas que esperan para abordar. Cuando subo, busco un asiento junto a una
ventana. Turnip y Sil ya están volviendo a la Rosa Blanca.
El tren avanza y el primer paso de este viaje comienza. Para llegar al Banco, tengo
que cambiar de tren en una de las terminales principales de la Granja.
¿Está bien que esté haciendo esto? ¿Será el peligro que corre Hazel tan grande para
que yo tome este riesgo?
Pero mientras los campos pasan a toda velocidad por la ventana, pienso en
quedarme aquí durante el próximo mes, tan lejos de ella... sin saber si está viva o
muerta, segura de una sola cosa: es mi culpa. No podría vivir así.
La terminal principal es enorme y bulliciosa, llena de personas. Encuentro mi tren, un monstruo gris enorme, y elijo un asiento frente a un trabajador que lee la Gacetilla de
la Ciudad Solitaria. En primera plana, aparece:
El Exetor y la Electriz prometen celebraciones espectaculares en la Subasta de este año.
Al final de la página veo otro artículo, de un solo párrafo y de letra pequeña:
Cinco mueren en un bombardeo:se sospecha
de La Sociedad de la Llave Negra.
Los nervios me roen el estómago durante el resto del viaje. En especial cuando
pasamos por las ruinas de una fábrica en el Humo, cerca de las rutas elevadas. Uno de
los edificios bombardeados. Hay llaves negras dibujadas por todos lados. Tres
soldados golpean a un hombre en la calle. Luego, el tren sigue marchando y deja esa
escena perturbadora atrás.
Pero permanece en mi mente por el resto del viaje. No he visto mucho de la
revolución propiamente dicha. He oído historias, de Lucien y Garnet, y las he leído en
los periódicos, pero nunca he visto los resultados de los esfuerzos de Lucien al
desnudo frente a mí. Es diferente leer un titular en el periódico a ver las ruinas
ennegrecidas que dejamos atrás.
Cuando llegamos a la estación en el Banco, nos indican que debemos bajar del tren y
subir a otro. Se me hacen tantos nudos en el estómago que no creo que puedan
desatarse nunca. Estoy sudando bajo los brazos y en la parte baja de la espalda.
Garnet dijo que vendría un grupo de sirvientes recién contratados, pero todo lo que
veo son hombres con sombreros de hongo y mujeres con sombrillas.
Enseguida, llega un vagón cubierto. Salen chicas en fila; todas llevan un vestido color
café. Sus edades varían; algunas son unos años más jóvenes que yo, y otras, casi tan
grandes como Sil. Una mujer a cargo las está haciendo salir del vagón.
Deprisa, me escabullo entre la muchedumbre y me ubico detrás de una chica de
cabello castaño y ondulado. Esperamos con paciencia en grupo mientras llega otro
tren, el que va a la Joya.
Alguien me toma del brazo.
–¿Dónde está tu gorro? –una chica de unos veinte años me está mirando, furiosa.
–¿Qué? Ah, lo... lo perdí –digo. La mentira se me sale de la boca por sí sola.
La joven chista.
–Ten, tengo uno de más –me da un gorro blanco con los bordes de encaje, igual al
que trae puesto–. Ten cuidado de no perder este.
–Claro, gracias –asiento.
–Tienes suerte de no haber llegado a la Joya así –dice mientras subimos al tren. Me
doy cuenta de que todas las sirvientas están entrando en un compartimiento más
pequeño, adelante, separadas de las personas que vienen al Banco–. Las damas de
compañía son muy estrictas con las chicas nuevas. Podrían mandarte de vuelta al
Banco, y no quieres eso, ¿no?
Sacudo la cabeza.
–¿A qué Casa te asignaron?
–El Lago –respondo.
–¿En serio? –la chica se sorprende–. No sabía que buscaban más ayuda.
–Garnet de la Casa del Lago me contrató –digo, con el cuidado de llamarlo con su
título completo–. Para su esposa.
–Ah, ¿así que por fin le consiguió una dama de compañía como se debe? Pensé que
la Duquesa nunca dejaría que tuviera una –se pone una mano sobre la boca; los ojos
bien abiertos–. No repitas eso. No, no quise decir eso.
–No te preocupes –respondo en un tono más bajo para que suene como un susurro
de complicidad–. No voy a decir nada.
Sonríe.
–Gracias.
Subimos al compartimiento, que no es más que un sitio donde estar de pie. No hay
sillas ni bancos donde sentarse. El tren hace un chillido y las puertas se cierran. Un
segundo después, nos sacude cuando arranca.
–No has visto la Joya antes, ¿verdad? –pregunta la chica.
–No –miento.
Debo lucir realmente asustada, porque su forma de dirigirse a mí se suaviza.
–¿Cómo te llamas?
–Lily –respondo. De nuevo, la palabra sale por sí sola, pero estoy contenta de
haberla elegido. Un tributo a mi amiga rubia de la Puerta Sur. Lily está embarazada y
vive en el Banco ahora.
–Bueno, Lily –dice la chica mientras mira las elegantes casas de ciudad que pasan
por la ventanilla–. Estás por tener una experiencia maravillosa.