Detenida por Atracción. Serie Uniforme y Deseo
img img Detenida por Atracción. Serie Uniforme y Deseo img Capítulo 2 Lo que dejó la marea
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Capítulo 6 Entre el deber y el deseo img
Capítulo 7 Donde duele el orgullo img
Capítulo 8 Límite de Control img
Capítulo 9 Donde nadie mira img
Capítulo 10 Verdades a medias img
Capítulo 11 Una tregua inesperada img
Capítulo 12 Lo que queda después img
Capítulo 13 La verdad en una imagen img
Capítulo 14 El refugio inesperado img
Capítulo 15 Donde empieza el después img
Capítulo 16 Lo que empieza en lo callado img
Capítulo 17 El primer temblor img
Capítulo 18 Encuentro inesperado img
Capítulo 19 Lo que aún duele img
Capítulo 20 Lo que no se dice img
Capítulo 21 La llave del candado img
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Capítulo 2 Lo que dejó la marea

Esa noche, Marina no pudo dormir.

Se acostó temprano, con el cuerpo aún salado y la mente alborotada. Cerraba los ojos y volvía una y otra vez al momento exacto en que él se sentó a su lado. A su lado. En su mesa. Como si fuera lo más natural del mundo. Como si el universo hubiese elegido justo ese día, esa hora, para romper con la costumbre y alterar el guion de siempre.

Se revolvía entre las sábanas, con la sensación de que algo importante había pasado, como si el día no terminara ahí, como si su historia acabara de abrirse con una escena inesperada.

Desde su ventana, el sonido del mar seguía como un eco de fondo, como una presencia fiel. Las olas rompían con la misma cadencia de siempre, pero ahora le hablaban diferente. Traían consigo una imagen, una voz, una mirada verde que no podía sacarse de la cabeza. El viento nocturno entraba por la ventana entreabierta y le acariciaba los tobillos desnudos, tan parecido al que se colaba entre los pliegues húmedos de su vestido esa tarde.

Javier.

Hasta el nombre le parecía fuerte. Concreto. Como él.

Se sentó en la cama y apoyó los pies en el suelo frío. Caminó descalza hasta la cocina y se sirvió un vaso de agua. Lo sostuvo entre las manos un buen rato antes de beberlo, como si necesitara enfriarse por dentro. Sentía aún la presencia de ese hombre, de su voz grave y tranquila, de sus manos grandes y su forma de mirar. Una mezcla imposible de firmeza y dulzura, de autoridad y ternura. Le parecía increíble que un solo encuentro pudiera dejarle tantas sensaciones.

No había pasado ni una hora cuando, al llegar a casa, anotó su número en la agenda del celular. Lo hizo sin pensar demasiado, como si se tratara de guardar algo valioso que no quería extraviar. Lo registró bajo el nombre "Javier Policía", y al hacerlo sonrió sola, de esas sonrisas que salen suaves, sin fuerza, pero con significado.

No sabía si él esperaba que le escribiera. Ni siquiera estaba segura de si volverían a coincidir. Tal vez solo fue una escena fugaz, una tarde distinta que luego se disolvería como la espuma de mar. Pero aún así, era suyo. Ya formaba parte de su historia, aunque solo fuera un capítulo breve.

Caminó de regreso a la sala, encendió una lámpara baja y se sentó en el sofá, con las piernas cruzadas. Aún tenía el cabello húmedo y el vestido que usó en la playa colgado del respaldo de una silla. El olor a mar seguía presente, impregnado en su piel, en su ropa, en todo el apartamento. Pero no era solo el mar. Era él. Era la imagen de su uniforme, ese azul que en cualquier otro le habría parecido intimidante, pero que en Javier resultaba misteriosamente seductor. Como si la autoridad tuviera cuerpo y alma.

Recordó su sonrisa. El tono exacto con el que le dijo que ahora tenía "una línea directa con la ley". Su respuesta fue una risa leve, pero en el fondo pensó que también tenía una línea directa con la tentación.

Le vino a la memoria la escena exacta en que se sentó al lado de ella. Ese momento suspendido en que la rutina se hizo trizas. Las gotas aún escurriendo por su espalda, su vestido húmedo, el pelo enredado por el viento... y él, con ese porte firme, preguntándole con total naturalidad si podía acompañarla. Como si se conocieran. Como si le hubiera estado buscando entre las mesas.

No pudo evitar preguntarse si él la había notado antes. Si quizá la había visto entrar, si su mirada la había seguido hasta esa mesa junto al mar. Pero eso no tenía cómo saberlo.

Volvió a pensar en Antonio.

Su gesto incómodo cuando se acercó, su mirada molesta clavada en Javier, su silencio denso cuando se sentó sin invitación. Antonio siempre había estado allí, como una sombra amable pero persistente. Y aunque nunca se dijeron nada concreto, Marina sabía que él albergaba sentimientos por ella. Lo veía en sus atenciones, en los pequeños celos mal disimulados, en la forma en que siempre parecía disponible. Pero lo cierto era que jamás había sentido por Antonio lo que ese desconocido, Javier, le despertó en una sola conversación.

No se trataba de comparar. Se trataba de sentir.

Y lo que sentía ahora era un cosquilleo distinto. Una mezcla de sorpresa, deseo y una especie de intuición profunda que le decía que ese hombre no era uno más. Que su presencia no había sido casual. Que había algo más allá de la coincidencia de fechas, más allá del uniforme o de sus ojos hipnóticos.

Se levantó, fue al cuarto y tomó una libreta pequeña que siempre tenía sobre la mesa de noche. Una de esas donde anotaba ideas sueltas, escenas para cuentos o frases que le vinieran en la madrugada. La abrió en una página en blanco y, sin pensarlo mucho, escribió:

"Hay personas que llegan como la marea. No piden permiso. No preguntan si estás lista. Simplemente tocan la orilla de tu vida, y cuando se retiran, ya nada es igual."

Cerró el cuaderno. Aún sentía la sal en la piel, pero ya no era solo la del mar.

Se acostó nuevamente. Esta vez con una calma tibia, con una especie de expectativa que no tenía nombre. Aún no sabía si volvería a verlo, si él pensaba en ella del mismo modo, si aquella chispa tenía destino o se apagaría con la brisa del día siguiente. Pero lo cierto es que, desde ese momento, algo había cambiado.

Y cuando al fin se durmió, lo hizo con una imagen: dos ojos verdes mirándola como si la conocieran de otra vida.

            
            

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